miércoles, 28 de mayo de 2008

JUGANDO AL CRIQUET


Alguien Debería explicarte que hacer con los sueños rotos, como desprenderse de esa madeja de imposibles que terminan siendo un lastre que arrastras sin apenas darte cuenta que existe, mientras vas añadiendo nudos e hilos a la madeja y cada vez pesa más, te dificulta el camino... y sin embargo sigues avanzando y soñando como un estúpido mientras arrastras de forma inexorable toda esa carga de sueños perdidos.

Alguien debería decirte dónde abandonar los nonatos, donde colgar la toalla del fracaso, donde escupir la bilis de las derrotas.

Alguien podría beberse mis silenciosas lágrimas, las del fastidio, las de la incomprensión, las de la ira... para que no enturbien mi mirada mientras oteo el horizonte en busca de nuevos sueños, para que no dejen surcos en mi rostro y la gente pueda señalarme con el dedo mientras camino por la calle y decir " Mira, ahí va una con sus sueños rotos"

O buscar terapias alternativas.

Como dejarse caer dando tumbos por una interminable escalera hasta estrellar con tus huesos contra el duro suelo y que las magulladuras y las fisuras dolieran tanto que te hicieran olvidar cualquier otro dolor que no fuera el físico, que tu vista se nublara abnegada de sangre impidiendo cualquier otro despojo de humanidad.

Como ir por un inmenso césped verde tapando los hoyos igual que en un partido de criquet, abandonando pedazos de sueños rotos en cada agujero y pisoteando con fuerza la hierba después, con todo el peso de nuestra rabia, con energía, para luego alcanzar agotados un dulce abandono bajo un sauce llorón y soñar de nuevo a su sombra.

Como que el cuerpo se cubra de sarpullidos horripilantes y virulentos, que piquen a morir y que no puedas dejar de rascártelos con sarna, de una forma rabiosa e incontrolada, totalmente fuera de ti, como un poseso demente, mientras tu piel se te desgarra en sangrantes jirones y en tus uñas se acumulan restos de epidermis y sangre y tu única obsesión sea calmar ese picor.

Debería ser constituido por ley, por decreto real, un restaurador de sueños rotos, quien tuviera la obligación de, con mimo y ternura infinita, ir recogiendo pedacitos, recomponiéndolos uno a uno hasta entregarte envuelto en hermoso papel de celofán tu sueño, como si no hubiera pasado nada, perfecto y a estrenar.

Hoy, tan sólo por hoy, quiero ser el ser más miserable de este mundo, quedarme a solas con mis miserias y mis sueños rotos, acunarlos entre mis manos hasta que dejemos de llorar. Quiero ser negra, la más negra sobe la faz de la tierra. Quiero ser la más desgraciada, que mi desgracia sea la más dura, la peor, la más terrible... y que me importe una mierda el resto, que no exista nadie más desgraciado que yo.

Porque mis penas, como mis sueños rotos, son mías, tan sólo mías y a nadie debo el privilegio ni el placer de suplantarlas, de saltar por encima de ellas colocándose en la cima de las desdichas y haciendo de su infortunio algo mucho más grave que mi sueño roto.

Por hoy, sólo esta noche, derramaré lágrimas, sin moqueos, sin efectos secundarios, sin reproches ni explicaciones... y dejaré ir otro sueño perdido, otra esperanza rota sin nadie a quien acusar del estropicio, sin nadie en quien verter esa cólera que tan bien disfraza el sufrimiento propio.

Mañana, ya mañana será otro día y tal vez encuentre un sueño nuevo que reponer, para no acusar la falta de un hueco vacío en el estante. Mañana, ya mañana, pasará el camión de la basura recogiendo los cristales y las aristas de mi sueño roto. Pero todo eso será mañana, hoy me desprecio, me lloro y me lamo mis propias heridas envueltas en un precioso papel de celofán, donde también se sirven el dolor de los sueños rotos.

miércoles, 21 de mayo de 2008

TIERRA HÚMEDA






Mis manos olían a tierra húmeda... me encantaba ese olor de la tierra mojada y fresca. Contemple mis manos absorta, como si las viera por primera vez, como si no fueran mías... me resultaban extrañas. Habían restos de humus negro entre las uñas. No lo entendía... ¿Qué hacía aquella tierra acumulada entre mis uñas?

Me dolía la cabeza, sentía una terrible jaqueca latiendo en mis sienes.

De pronto un flash cruzó como un fogonazo por mi cabeza, así como si viera un gato pasar raudo por el rabillo del ojo. El jardín. Ayer tarde Adrian y yo estuvimos trabajando en el jardín.

Las imágenes iban volviendo a mi cabeza de forma lenta y pausada, algo ofuscadas. Habíamos plantado los bulbos para los tulipanes... sí, ahora lo recordaba, habíamos hecho círculos concéntricos de tulipanes de un azul intenso y luego amarillos... también habíamos removido la tierra de las gardenias, les habíamos puesto algo de detritus vitamínico. Que agradable había resultado, los dos hundiendo las manos en el suelo, masajeando la tierra, rozándonos en caricias leves a hurtadillas y sonriéndonos con los ojos.

¿Se había quedado a cenar?

Seguro. Por la terrible presión a la que estaba sometido todo mi lóbulo occipital... probablemente abrimos una botella de vino Priorato... Dios, apenas recordaba nada del día anterior, me sentía mareada aún, con nauseas y un molesto dolor palpitando de forma persistente en mi cabeza.

Me acerque a la pica a lavarme las manos, retiraría los restos de tierra y me prepararía un café bien cargado... tal vez consiguiera hacer desaparecer esa migraña.

¿Me volvería a llamar Adrian? Ultimamente no había tenido mucho éxito con mis citas... en cuanto la relación avanzaba y se tornaba algo más intima, los hombres desaparecían de mi vida. Lo hacían literalmente. No sé si huían del compromiso o de mí, pero lo cierto es que, en cuanto empezábamos a compartir algo más que copas, cine, cena y sexo, cuando... ¿Qué demonios eran esos restos en el fregadero? ¿Carne picada?

No, no podía ser... es cierto que no recordaba la noche anterior, pero era del todo imposible que hubiésemos cenado carne. Adrian no soportaba la carne roja y mucho menos picada... era casi vegetariano. Pero entonces... ¿Qué hacían ahí esos sanguinolentos restos?¿Era Adrian o Victor el vegetariano?

Ay Dios, había tenido tantas relaciones de forma tan breve y continuada en un espacio de tiempo tan corto que me sentía confundida... y la cabeza no paraba de voltearme y estaba angustiada, el olor de la carne estaba haciendo subir las nauseas al borde de mi garganta.

Seguro que Victor, aquel chico tan mono que conocí en el invernadero de Marcus City era el vegetariano... aquel que desapareció después de un mes, justo cuando habíamos decidido empezar un negocio juntos, el día antes habíamos dado paga y señal para el alquiler de un local. Pensábamos montar una herboristería. Con las llaves en la mano celebramos una cena romántica para inaugurar nuestro nuevo proyecto. Esa fue la última vez que le vi. Nunca más se supo de Victor ni de ese proyecto en común. El día siguiente amanecí compuesta, con un local pagado durante un mes y Victor desaparecido de la faz de la tierra.

Poco a poco las imágenes pasaban por mi cabeza, de forma intermitente, breve y rápida, un revival de negativos e instantáneas. Me veía hundiendo las manos en una masa de carne roja y llevándome los dedos a la boca, chupando los restos de las yemas de forma aviesa y ávida. Luego volvía a verme en el jardín, removiendo la tierra oscura. Por último me veía bebiendo una copa de vino, de un hermoso rojo.

Decidí darme una ducha, a ver si conseguía despejarme y sacudir la nube que rondaba en mi cerebro, que no me dejaba pensar con claridad y enturbiaba mis recuerdos recientes. Seguro que el agua caliente conseguía despistar esa pesadez.

Al contemplar el agua descender y arremolinarse en mis pies, antes de desaparecer por el desagüe me asuste al comprobar un rastro rojo. ¿Sangre? No podía ser el periodo. Empecé a observar detenidamente mi cuerpo, magreando y volteando la carne hasta que localice un par de heridas en el muslo derecho. ¿Cuándo me había arañado? Trate de no darle importancia. Era demasiada información rondando en mi cabeza y un aguijón pinchaba en algún punto recóndito de mi memoria, pugnado por salir… debía dejarlo aflorar por si solo, lo sabía. El resto no era importante. Probablemente me arañe cuando estuve en el jardín… seguro.

Pero eran demasiadas imágenes flagelando mi cerebro y una idea loca y absurda que iba cobrando forma, arremolinándose alrededor de mi cabeza. Las imágenes revividas, una detrás de otra, dejaban poco lugar a la imaginación. Contemple una vez más mis manos, limpias e impolutas, blancas tras la ducha. Pero era imposible. Improbable. No me resultaba factible por mucho que apareciera como la sucesión a la película, como la solución a la misteriosa desaparición de mis exs.

Una angustia mucho más fuerte que la provocada por el dolor de cabeza iba subiendo a mi garganta. Una pesadez atenazaba mi estomago, encogido, revuelto y pequeño dentro de mi cuerpo. Notaba el sabor de la sangre en la boca. Eran mis labios que mordisqueaba de forma nerviosa.

Tenía que comprobarlo. Todo. Antes de morirme de rabia, de ira, de impotencia y asco por mi misma.

Con furia baje las escaleras y como una posesa salí al jardín y empecé a escarbar, removiendo la tierra, sacando las raíces de todas las plantas, hundiendo los brazos en el suelo hasta el hombro y palpando todo lo que la movilidad me permitía. Cuatro horas después mi jardín parecía un autentico campo de batalla, los bulbos de mis tulipanes yacían desperdigados y sin vida por todo el suelo, acompañados de las gardenias, del rosal… pero las plantas era lo único sin vida en mi jardín. No encontré el cuerpo de Adrian.

¿Y ahora?

Más fría, con los músculos reventados y esa relajación que otorga el cansancio reflexioné. ¿Estaba tonta? No era normal lo que había hecho. ¿Cómo se me podía haber pasado por la cabeza que yo había matado a Adrian con mis propias manos? ¿Y Victor? ¿Y al resto de hombres que habían pasado por mi vida para desaparecer después? Era totalmente absurdo, además de irreal, paranoico, inadmisible y totalmente desatinado. Además, más pronto o más tarde la policía hubiera intentado averiguar algo, o ponerse en contacto conmigo.

¿Y entonces? ¿Qué sentido tenían las imágenes que no conseguía organizar? ¿Por qué no recordaba los detalles de las últimas noches que pasé con esas personas?

Tenía hambre. Era la hora de comer, me había pegado una buena tunda de hacer ejercicio y además ese inoportuno e insidioso malestar en mi cabeza no había cejado de tamborilear aún. Me dirigí a la cocina y me preparé un par de sándwich, de pavo frío que aún quedaba en la nevera.

Mientras devoraba en dos mordiscos ese pedazo de pan que me sabía a gloria sonó el teléfono.

Era Nicolás. Otra vez. Con la misma pregunta de siempre. De todos las relaciones que he tenido Nicolás era la única que perduraba a través del tiempo y que, de forma casi mecánica, me llamaba a menudo para intentar volver conmigo. Y eso que este no se había borrado del mapa aunque yo hubiera deseado que sí desapareciera de la faz de la tierra, por impresentable, vil, maleante y un largo etcétera de adjetivos nada recomendables… Mientras le repetía por enésima vez la misma retahíla de excusas una idea paso fugaz por mi cabeza.

Qué casualidad que Nicolás siempre me llamará cuando mis otras relaciones habían desaparecido ¿Era casualidad o no?



lunes, 19 de mayo de 2008

LLUEVE


A veces, me gustaría ser el dolor ajeno.
Para desaparecer sin dejar rastro de la vida de los que amo.
Deslizarme borrando las huellas a mi paso.
Como lo hace la lluvia, dejando esa sensación fresca y nueva.
La ausencia, la distancia, no poder volver a ver su mirada...
es un precio insignificante por saber que hay una sonrisa en sus labios.

RENDICIÓN III


No sé muy bien en que momento cambiaron las tornas, pero lo cierto es que desde el día en que te retuve entre mis piernas y alcance el sueño de tu orgasmo en mi interior, tú te habías rendido al hechizo de mis entrañas, olvidándote del camino recorrido, de las cumbres y los valles que ya no atravesabas para llegar a mí, tu máxima se había reducido a penetrarme... y en cambio mi cuerpo no respondía a tu presencia, no vibraba con esa sensación salvaje y prometedora, y en mi mente tan sólo existía el recuerdo de aquel atractivo caballero entrecano y su forma delicada y elegante de ahondar e invadir los atolones vírgenes de mi cuerpo.

En mi mente y en mi cama se dibujaban una y otra vez la sinuosidad de sus manos y el rojo de sus labios sobre mi piel desnuda, perdiendo valor cualquier otra clase de posesión, que al final no era sino una burla, una imitación desdibujada al retrato que otro había pintado en mi lienzo.

En un estado febril, empujada por un ansia irracional, con el cuerpo tenso embestido por el deseo contenido acudí a ver al amigo común que nos había reunido una vez, por avatares del destino, en una fiesta. Me dio su dirección y sin pensarlo, vestida por la desfachatez que otorga la locura, me dirigí al piso en pleno centro de la ciudad donde esperaba saciar mis recuerdos.

Llamé al timbre de una puerta grande y pesada, de vieja madera noble, con el cuerpo rígido y la mente vacía. Me abrió la puerta vestido con unos pantalones y una camisa de lino blanco, irresistiblemente atractivo con su melena entrecana recogida, y sus labios rojos se curvaron en una sonrisa burlona y sensual. Me beso la mano, en los nudillos, entre el dedo índice y el corazón y al retirar su boca note palpitante los latidos de mi corazón donde antes reposaron sus labios.

Sin mediar palabra y sin apartar su mirada de la mía me introdujo a través de un pasillo interminable a una estancia amplia, con grandes ventanales altos y ojivales que la inundaban de luz y un suelo de mármol blanco, de aspecto frío y suave. Se colocó ante mí y apoyo delicado sus manos sobre mis hombros dejándolas resbalar como una caricia hasta alcanzar mis manos, mientras ese calor húmedo tan familiar igualaba el recorrido descendiendo por mi vientre.

En un impulso asalte esos labios, con un beso salvaje y hambriento, hurgando y devorando... pero fue como chocar contra un muro impertérrito de indiferente roca. Volví a descender sobre mis pies para buscar sus ojos, para enfrentarlo... y me devolvían una mirada socarrona y divertida. Se deshizo de un pañuelo blanco que llevaba alrededor de su cuello y colocándose tras de mí lo anudo sobre mis ojos.

Me sentí tan asustada como excitada, expectante. En algún recoveco de mi aturdida mente sacudía el miedo y la duda mientras con el cuerpo tenso y ansioso esperaba su contacto. Noté su aroma alrededor de mí e intente adivinar su posición.

Se había vuelto a colocar ante mí y mientras yo entreabría mi boca esperando la suya, sus manos me sorprendieron al colocarse gráciles sobre mis hombros. Se me erizo toda la piel del cuerpo mientras una sacudida violenta recorría mi espalda en todas direcciones. Lentamente deslizo los tirantes por mis brazos y el vestido de gasa cayo a mis pies acompañado por sus dedos. Me quede desnuda de piel y alma ante su vista y note como daba unos pasos atrás para contemplarme.

Lo sentí girar a mí alrededor, lo olí envolviendo el aire que me rodeaba con un suave soplo y agudice mis sentidos intentando adivinar cual sería su próximo movimiento.

No sabía dónde estaba cuando un mordisco audaz en mi pecho avivó mi deseo, endureció mi pezón y origino un respingo en mi espalda. Furtivo, pequeño, doloroso y certero... pero sobretodo breve.

Con la respiración agitada noté de pronto su cuerpo en mi espalda, desnudo, sin saber cuando había desaparecido su ropa, me encontré con su miembro duro contra mi cintura y su aliento susurrando en mis oídos. El vello de su pecho me hacía cosquillas suaves en la espalda y su boca húmeda navegando en mi oreja erizo mi nuca, hasta arrancarme un gemido cuando saboreo el lóbulo, introduciéndolo en su boca y jugando con él. Sus manos cogieron mis muñecas y alzaron mis brazos hacía arriba, luego, muy despacio, fue resbalando por la palma de mi mano, bañando mis codos, erizando mis antebrazos, susurrándole a mis axilas hasta alcanzar mis pechos.

Yo seguía notando su cuerpo apretado contra el mío y su boca pegada a mi cuello, mientras sus manos recorrían en círculos concéntricos mis senos, desde la base hasta el pezón, cada vez más turgentes, duros y henchidos de deseo.

Una de sus manos resbalo despacio por mi vientre plano en dirección al ombligo y la otra se coloco en una curiosa posición paralela en mi espalda. Sus dedos se enredaron en el vello de mi pubis y mi boca se abrió quejumbrosa para exhalar un gemido. Su otra mano dibujaba círculos en el final de mi espalda, donde se unían mis glúteos... como prometiendo, como previniendo de lo que sucedería después. Su boca se entretenía lamiendo mi nuca, dibujando con su lengua caliente la distancia hasta mis hombros, suspirando entre mi pelo y mis odios palabras que, al borde de la locura, no alcanzaba a entender, desgranando sensaciones que sacudían mi espalda, azotando oleadas de placer torturadoras.

Notaba resbalar la humedad entre mis piernas que permanecían unidas, en la misma posición en la que él me había inmovilizado en el centro de la sala. Su mano derecha se abrió paso entre mis labios para pasearse entre ellos, para introducirse en mi interior y deslizarse luego hacía mi clítoris. Su mano izquierda jugaba entre mis nalgas, resbalando entre mis glúteos, recogiendo su redondez, primero uno y luego otro, marcando salvajes y torturadoras orbitas alrededor del punto exacto donde habría de intimar profundamente... y mi espalda se arqueaba involuntaria con mis pezones apuntando duros hasta doler al techo, mis piernas no me obedecían, sacudidas por temblores de placer insospechado se abrían con vida propia, alejándose la una de la otra y arriesgándome a perder el equilibrio que me sostenía aún en pie.

Su mano derecha vino al encuentro de mi boca, introdujo sus dedos por mis labios entreabiertos y saboreé mi propio néctar, excitada, caliente, caprichosa y desinhibida, mordiendo la punta de sus dedos, pasando mi lengua alrededor de la yema, bajando por la base y hundiéndola entre ellos, y cuando quería más, cuando sentía que esos dedos eran una prolongación de su ser que yo anhelaba sentir dentro y hacerlo mío, los arranco de mi boca para devolvérselo a mi pubis, rozando con suavidad la parte interna de mis labios para abrirse paso y aprisionar entre dos dedos mi clítoris, fuerte y preciso. El primer orgasmo casi me derrumba en el suelo, flexionando mi cuerpo flojo sin dirección.

Entonces, aún detrás de mí, su mano se apoyo en mi espalda, empujándome suavemente hacía abajo, sin protestas, completamente rendida, dejando al descubierto la rosada redondez que se abría entre mis glúteos, caliente y palpitante, aún insatisfecha. Con la otra mano rodeo mi cintura, firme, y mientras su pene empujaba lento y erecto hasta hacerse un lugar entre mis nalgas, su mano resbalaba por mi pubis hasta hundirse en mi cavidad aún palpitante. Entre embestidas y asaltos me sacudieron dos violentos orgasmos que atravesaron mis entrañas de punta a punta, hasta derrotarme, blanda y exhausta sobre sus brazos que aún sujetaban firmemente mi maltrecho cuerpo.

Me elevo entre sus brazos y hundí mi cabeza en su pecho, embriagándome del aroma a sexo que ambos desprendíamos, me llevo a un lecho blanco de sabanas revueltas donde empezó a lamer lentamente mis heridas, mi sudor, mis recelos y mi sexo hasta que caí aturdida, ebria y exhausta en un profundo letargo en brazos de un completo desconocido.

viernes, 9 de mayo de 2008

AMANTES


Era viernes. El primero de cada mes a las tres de la tarde con la puntualidad de un reloj de mecanismo suizo.

Las cortinas estaban corridas y, tras ellas, el mundo exterior. El resto. Nada importante.

La habitación estaba en penumbras, con atisbos de unos pocos rayos de sol que se filtraban por las rendijas del suelo, desdibujando las sabanas revueltas. Unas sombras que no conseguían refrescar el ambiente ni ahogar esa sofocante sensación que se palpaba en el aire.

Un charco de sudor mojaba la cama y el aire acondicionado que gemía sobre el cabezal parecía una tímida burla incapaz de borrar el más mínimo rastro de la humedad que inundaba la estancia. Pero poco importaba todo eso. Hay calores que queman más y remueven las entrañas. Hay pieles, roces y caricias que incendian el alma y consumen los cuerpos hasta transformarlos en cenizas.

Era necesidad, una necesidad pura que surgía de dos cuerpos calientes, hambrientos y ávidos de destruir distancias, de borrar ausencias con sus dedos pestañeando el uno sobre el otro hasta eliminar los rastros de otra vida, de ese ‘fuera’ que se había quedado tras las cortinas.

Sin palabras. Sólo sexo.

Se arañaban, se buscaban, se devoraban con mordiscos y las lenguas relamían las gotas perladas de sabor a sal. Recorrían cada rincón de una geografía incompleta hasta ese preciso instante, en que podían dibujar húmedas líneas de geometría perfecta sobre la carne enrojecida y hundirse en el lugar exacto, recóndito y preciso donde se teje el deseo.

Los labios blandos, derretidos en saliva caliente y mojada. Desgastando los besos, penetrando en la boca y arañando las entrañas, derrochando todo lo que las palabras no cubren, alcanzando donde el verbo no es capaz de anclar.

Las manos apretando, aprisionando, oprimiendo pedazos de piel para encontrar el camino bajo cada poro. Grabando con puntos suspensivos los arcos y las curvas, para poder perseguir una y otra vez ese pentagrama de placeres dibujado con fuego.

Hurgaban la necesidad del otro para saciar la propia, removían con fruición la tortura de agotar al contrarío para regodearse en esa deliciosa derrota. Rozaban inflexibles el éxtasis, cabalgando oleadas vertiginosas de un deseo contenido durante demasiados días y que querían desgastar hasta sentirlo explotar entre sus muslos.
Hay sexo que sabe a mucho más que a humedad y formas de decir te amo que no se expresan con ninguna palabra.

A las ocho de la tarde, esas cortinas se abrirían, la habitación se ventilaría y cada uno de ellos regresaría, con mundana cotidianeidad, a ese ‘fuera’ que les estaba esperando, que no era tan real como lo que acababa de suceder entre aquellas cuatro paredes y que, sin embargo, les absorbería transformándolos en dos desconocidos.

Hasta dentro de un mes exacto. El primer viernes de cada mes.

viernes, 2 de mayo de 2008

MANUELA




Yo fui Manuela, fui guerra y derroche,
fui golpe y fui tregua... fui yedra.

Yo fui un atisbo de cordura que rozaba mi locura
el mueble silencioso que recibe el golpe
la grieta que se abre para recibir la herida
fui mucho y fui negra... fui tiempo y Manuela.

Yo llore como lloran quienes no deben llorar,
me escondí bajo el disfraz de quien nunca existió
desangre en el baño la pena de mis venas
y me vestí de ceniza de dedos que queman.

Yo fui muda y doliente, estúpida
ciega e indolente, bastarda
fui necia, la ignorante, la rabiosa,
la negra, la podrida, la prohibida.

El estribo, el poncho, el sombrero,
la margarita que deshojar
el verbo que se deja insultar
el gozne que no cede, la cerradura perfecta.

Cruda, servida en bandeja de plata a sus caprichos,
desnuda, sirviente sumisa de sus derribos,
descalza, para limpiar la mierda y sus desperdicios,
despojada, de dignidad, de fe y orgullos.

Yo fui Manuela, y ¿Qué?
Fui un todo y una noche
me deshice del nudo fatal de su enroque
y hoy, hoy me permito este derroche.