miércoles, 21 de mayo de 2008

TIERRA HÚMEDA






Mis manos olían a tierra húmeda... me encantaba ese olor de la tierra mojada y fresca. Contemple mis manos absorta, como si las viera por primera vez, como si no fueran mías... me resultaban extrañas. Habían restos de humus negro entre las uñas. No lo entendía... ¿Qué hacía aquella tierra acumulada entre mis uñas?

Me dolía la cabeza, sentía una terrible jaqueca latiendo en mis sienes.

De pronto un flash cruzó como un fogonazo por mi cabeza, así como si viera un gato pasar raudo por el rabillo del ojo. El jardín. Ayer tarde Adrian y yo estuvimos trabajando en el jardín.

Las imágenes iban volviendo a mi cabeza de forma lenta y pausada, algo ofuscadas. Habíamos plantado los bulbos para los tulipanes... sí, ahora lo recordaba, habíamos hecho círculos concéntricos de tulipanes de un azul intenso y luego amarillos... también habíamos removido la tierra de las gardenias, les habíamos puesto algo de detritus vitamínico. Que agradable había resultado, los dos hundiendo las manos en el suelo, masajeando la tierra, rozándonos en caricias leves a hurtadillas y sonriéndonos con los ojos.

¿Se había quedado a cenar?

Seguro. Por la terrible presión a la que estaba sometido todo mi lóbulo occipital... probablemente abrimos una botella de vino Priorato... Dios, apenas recordaba nada del día anterior, me sentía mareada aún, con nauseas y un molesto dolor palpitando de forma persistente en mi cabeza.

Me acerque a la pica a lavarme las manos, retiraría los restos de tierra y me prepararía un café bien cargado... tal vez consiguiera hacer desaparecer esa migraña.

¿Me volvería a llamar Adrian? Ultimamente no había tenido mucho éxito con mis citas... en cuanto la relación avanzaba y se tornaba algo más intima, los hombres desaparecían de mi vida. Lo hacían literalmente. No sé si huían del compromiso o de mí, pero lo cierto es que, en cuanto empezábamos a compartir algo más que copas, cine, cena y sexo, cuando... ¿Qué demonios eran esos restos en el fregadero? ¿Carne picada?

No, no podía ser... es cierto que no recordaba la noche anterior, pero era del todo imposible que hubiésemos cenado carne. Adrian no soportaba la carne roja y mucho menos picada... era casi vegetariano. Pero entonces... ¿Qué hacían ahí esos sanguinolentos restos?¿Era Adrian o Victor el vegetariano?

Ay Dios, había tenido tantas relaciones de forma tan breve y continuada en un espacio de tiempo tan corto que me sentía confundida... y la cabeza no paraba de voltearme y estaba angustiada, el olor de la carne estaba haciendo subir las nauseas al borde de mi garganta.

Seguro que Victor, aquel chico tan mono que conocí en el invernadero de Marcus City era el vegetariano... aquel que desapareció después de un mes, justo cuando habíamos decidido empezar un negocio juntos, el día antes habíamos dado paga y señal para el alquiler de un local. Pensábamos montar una herboristería. Con las llaves en la mano celebramos una cena romántica para inaugurar nuestro nuevo proyecto. Esa fue la última vez que le vi. Nunca más se supo de Victor ni de ese proyecto en común. El día siguiente amanecí compuesta, con un local pagado durante un mes y Victor desaparecido de la faz de la tierra.

Poco a poco las imágenes pasaban por mi cabeza, de forma intermitente, breve y rápida, un revival de negativos e instantáneas. Me veía hundiendo las manos en una masa de carne roja y llevándome los dedos a la boca, chupando los restos de las yemas de forma aviesa y ávida. Luego volvía a verme en el jardín, removiendo la tierra oscura. Por último me veía bebiendo una copa de vino, de un hermoso rojo.

Decidí darme una ducha, a ver si conseguía despejarme y sacudir la nube que rondaba en mi cerebro, que no me dejaba pensar con claridad y enturbiaba mis recuerdos recientes. Seguro que el agua caliente conseguía despistar esa pesadez.

Al contemplar el agua descender y arremolinarse en mis pies, antes de desaparecer por el desagüe me asuste al comprobar un rastro rojo. ¿Sangre? No podía ser el periodo. Empecé a observar detenidamente mi cuerpo, magreando y volteando la carne hasta que localice un par de heridas en el muslo derecho. ¿Cuándo me había arañado? Trate de no darle importancia. Era demasiada información rondando en mi cabeza y un aguijón pinchaba en algún punto recóndito de mi memoria, pugnado por salir… debía dejarlo aflorar por si solo, lo sabía. El resto no era importante. Probablemente me arañe cuando estuve en el jardín… seguro.

Pero eran demasiadas imágenes flagelando mi cerebro y una idea loca y absurda que iba cobrando forma, arremolinándose alrededor de mi cabeza. Las imágenes revividas, una detrás de otra, dejaban poco lugar a la imaginación. Contemple una vez más mis manos, limpias e impolutas, blancas tras la ducha. Pero era imposible. Improbable. No me resultaba factible por mucho que apareciera como la sucesión a la película, como la solución a la misteriosa desaparición de mis exs.

Una angustia mucho más fuerte que la provocada por el dolor de cabeza iba subiendo a mi garganta. Una pesadez atenazaba mi estomago, encogido, revuelto y pequeño dentro de mi cuerpo. Notaba el sabor de la sangre en la boca. Eran mis labios que mordisqueaba de forma nerviosa.

Tenía que comprobarlo. Todo. Antes de morirme de rabia, de ira, de impotencia y asco por mi misma.

Con furia baje las escaleras y como una posesa salí al jardín y empecé a escarbar, removiendo la tierra, sacando las raíces de todas las plantas, hundiendo los brazos en el suelo hasta el hombro y palpando todo lo que la movilidad me permitía. Cuatro horas después mi jardín parecía un autentico campo de batalla, los bulbos de mis tulipanes yacían desperdigados y sin vida por todo el suelo, acompañados de las gardenias, del rosal… pero las plantas era lo único sin vida en mi jardín. No encontré el cuerpo de Adrian.

¿Y ahora?

Más fría, con los músculos reventados y esa relajación que otorga el cansancio reflexioné. ¿Estaba tonta? No era normal lo que había hecho. ¿Cómo se me podía haber pasado por la cabeza que yo había matado a Adrian con mis propias manos? ¿Y Victor? ¿Y al resto de hombres que habían pasado por mi vida para desaparecer después? Era totalmente absurdo, además de irreal, paranoico, inadmisible y totalmente desatinado. Además, más pronto o más tarde la policía hubiera intentado averiguar algo, o ponerse en contacto conmigo.

¿Y entonces? ¿Qué sentido tenían las imágenes que no conseguía organizar? ¿Por qué no recordaba los detalles de las últimas noches que pasé con esas personas?

Tenía hambre. Era la hora de comer, me había pegado una buena tunda de hacer ejercicio y además ese inoportuno e insidioso malestar en mi cabeza no había cejado de tamborilear aún. Me dirigí a la cocina y me preparé un par de sándwich, de pavo frío que aún quedaba en la nevera.

Mientras devoraba en dos mordiscos ese pedazo de pan que me sabía a gloria sonó el teléfono.

Era Nicolás. Otra vez. Con la misma pregunta de siempre. De todos las relaciones que he tenido Nicolás era la única que perduraba a través del tiempo y que, de forma casi mecánica, me llamaba a menudo para intentar volver conmigo. Y eso que este no se había borrado del mapa aunque yo hubiera deseado que sí desapareciera de la faz de la tierra, por impresentable, vil, maleante y un largo etcétera de adjetivos nada recomendables… Mientras le repetía por enésima vez la misma retahíla de excusas una idea paso fugaz por mi cabeza.

Qué casualidad que Nicolás siempre me llamará cuando mis otras relaciones habían desaparecido ¿Era casualidad o no?



5 comentarios:

Senador Palpatine dijo...

Jajajajajajajajajajaja.

Si te digo que me estoy descojonando desde casi la mitad del relato ¿me lo tomarás como un piropo?

Realmente, morbosa y sádica, me pones muchísimo...

Eres genial, preciosa. Hagas lo que hagas.

hawkeye dijo...

las casualidades forman parte de nuestras vidas, del día a día, algunos lo relacionan con el destino... que más da, nunca con sabremos con certeza, lo mejor es vivir, aprendiendo de lo pasado, disfrutando el hoy y pensando en el mañana... LLegué a tu espacio a través de Tesa, me ha gustado, te enlazaré para ir viniendo a visitarte, siempre y cuando no te moleste. Si quieres pásate por mi blog, siempre serás bien recibida allí por todos!!! Besos

Tesa dijo...

juas, nena, ¡me encanta! estaba imaginando el "final de cada relación" de tu protagonista desde el principio de leerte, desde esa tierra entre las uñas y la falta de memoria
Me gusta un montón este texto,
besitos

Anónimo dijo...

Buenísimo. Sin más. Me encantó.

Escúchate Marlene, la vecina del ártico, de los Love of Lesbian cuando tengas un ratito Dana. ¿No es mala idea escuchar de nuevo esa voz tan sugerente no? ;)

Después de leerte me fuí raudo al youtube a saborearla, pues mientras te leía me descubrí tatareándola. Lástima no tengas hipervínculo en tu pisito reina, a ver si me acuerdo y te lo regalo por tu aniversario junto con un viajecito al sol o a una nueva dimensión. ;)

PD. Seguro Nicolás es austríaco. Tal y como estan las cosas últimamente en el país de Heidi y el abuelito no sería de extrañar. :P

Dana dijo...

Yo siempre me tomo todo lo que tú me dices Senador Palpatine como un piropo. Por algo eres el mejor encantador de serpientes que conozco… y yo, tremendamente venenosa. :P

Gracias Hawkeye por llegar, por quedarte, por enlazarme. Iré.

Si te digo que este texto viene inspirado por otro tuyo Tesa. Curiosamente por uno precioso que en realidad no se le parece en nada.

Escucharé Xhavi. También me apetece un montón escucharte a ti :) Petons.