viernes, 30 de enero de 2009

MAÑANA SERENA



El día amaneció frío y me despertó serena, con el corazón colmado de paz. Saltarina me escape del lecho y te deje dormir; sé cuanto te gusta revolotear entre las sabanas cuando no estoy hasta encontrar ese hueco tibio que antes ocupó mi cuerpo para hacerlo tuyo.


Con la taza caliente en las manos contemplaba ensimismada el albor que traspasaba la ventana, con esos matices que inundan el nuevo día mezclando naranjas y cobaltos en aterciopelado lienzo.


Me atacaste por la espalda, no te oí tras de mí, apenas tuve tiempo de percibir tu aroma inundando con suaves aleteos mi nariz cuando tus brazos ya estaban forjando un cerrado lazo alrededor de mi cintura y percibir tu contacto cálido apretarse contra mí. Aún me maravilla la forma en la que tu cuerpo se acopla al mío, de forma casi perfecta, cómo si hubiesen existido ex profeso para estar juntos. Tu boca reposa sobre mi cabello, tu pecho emplaza con suave estoque mis omoplatos, tu vientre garabatea las hendiduras de mi columna, tu masculinidad late al final de mi cintura allá donde nacen mis pasiones y tus rodillas juguetean con mis muslos en fatal caricia presta a recogerme.


- Que bien te huele el pelo – musitaste mientras depositabas ese fugaz beso matutino en mi cabeza.


- Ah! ¿Sí? ¿Y a que huele? – formule la pregunta aún a sabiendas de tu respuesta.


- Huele bien, huele a ti, siempre es distinto.


- ¿Y a que huele hoy?


Y acercándote a mi oído, de esa forma tan torturadora en la que el aire que exhalas estremece de un solo suspiro mi espalda me susurraste:


- Hoy huele a melocotón maduro que reposa entre hierba fresca y húmeda.

Y yo no sé que me enciende más, si esa forma tan ronca de murmurar, si la presión que tu cuerpo ejerce sobre mi espalda o la tumultuosa sensación que recorre mi espina dorsal... tan sólo siento que, bajo el leve camisón de raso mis pezones comienzan a emerger y noto suave descender corrientes desde mi pecho hasta mi ombligo... quedan varadas, esperando, atentas a tus movimientos de gato parisino.


La taza caliente apretada entre mis manos peligra cuando con familiar gesto recoges mi melena con una mano para descubrir la blanca curva de mi nuca, un beso húmedo y certero me previene, abandona ahora la guerra, no aguantaras el primer asalto.


Tu mano aún se encuentra en mi vientre, reposando lánguida como un descuido breve, descuido que yo sé que no te permites y que hace zozobrar mi estabilidad... noto arder lengüetazos de calor que descienden en olas hacía mi sexo.


- Parece que va a hacer un día frió... podríamos salir a pasear; ya sabes cuanto me gustan las mañanas así.


Intento desviarte, reclamar tu atención en la ventana señalando con mis dedos el furtivo amanecer que se escapa. Por toda respuesta paseas un dedo por debajo de mis tirantes para ayudar en su descenso hasta mis pies, rozando mis brazos, mis manos, mis dedos, mis caderas... acompañándolo hasta el suelo.


Apenas me da tiempo de protestar, de exhalar un gruñido por la exposición abrupta al cambio de temperatura, una de tus manos se apodera de mi pecho con presión armónica, la palma presionando el pezón, los dedos acariciando la suave piel bajo el seno. Tu otra mano estira de mi cuello, arqueándome la espalda y ofreciéndote el blanco perfecto a tus mordisqueos leves, a tus telas de araña construidas en la constelación que forman mi oreja y mi hombro... y un gemido de placer substituye al mohín que tenía preparado.


Desnuda percibo todos los movimientos de tu cuerpo, el cosquilleo que provocan tus pectorales al moverte, los rizos que tienes en el abdomen, después de tu ombligo, que dibujan en mi cintura arcanos de desasosiego, tu virilidad incipiente alojada entre mis nalgas, creciendo y latiendo al mismo ritmo que mi sexo te reclama, con la misma hinchazón que mi pecho presume, con la misma rigidez que mis pezones.


No quiero rendirme aún... aún quiero ser torturada un poquito más, notar cómo resbalan húmedas las sensaciones por mi entrepierna, sentir como mis pezones duelen por querer estallar, percibir la divina presión de tus músculos, el olor de tu cuerpo, el sabor de tu boca en mi piel... aún quiero más.


Y tú, cruel bandido de mis pasiones, me laceras con besos mojados que empapan mi cabeza, tus dedos se hunden en mi boca hambrientos para que yo los devore, tu mano ejerce magnetismos rabiosos entre mis dos pechos, a los que abarca con igual premura... y yo quiero voltearme, enfrentarte y hundirte en mis entrañas, clavado en mi sexo hasta que todo se derrita y se funda.


Mi espalda empieza a cobrar vida, encendida, arqueada sobre tu cuerpo, con trémulos y silenciosos espasmos que la recorren, brindándote en flor de grana mis senos y en orquídea blanca mi garganta... pero tú no quieres lo que yo te ofrezco y tu mano abandona las cumbres sonrosadas que has coronado para descender cual serpiente por las planicies de mi vientre y hundirse cual sutil visitadora entre mis labios sedosos.


Gemidos ascienden a mi garganta y vórtices de placer descienden hacía mi sexo, que apretado y lujurioso se cierne sobre tu mano experta que descubre sin miedo éxtasis nuevos, pintando con mojados pinceles mis tiernas paredes, hundiéndose profundamente para devolverme a la vida, un contacto fugaz con mi clítoris sacude mis muslos.


Entonces, sólo entonces me quieres para ti. Cuando has abarcado todas las posibilidades de magullar mi cuerpo con excentricidades de delicias, con parangones de éxtasis, cuando mis gemidos ya se escapan lujuriosos de mi boca entreabierta, cuando turgente se yergue para tu deleite mi piedra angular, cuando entre mis piernas explotan sacudidas convulsas de embriaguez insospechada, entonces me posees.


Me giras para tener a tu abasto todo cuanto de mí puedes poseer, sin apartar tu mirada de la mía, con esa medía sonrisa en tu boca de fresa madura, tus manos resbalan desde mi cadera y accedes a esa parte de fisura por detrás de la rodilla para izar mis piernas y colgarlas de tu cintura, tus manos se clavan en mis nalgas y me penetras... una sola embestida, firme, rotunda y contundente y siento deshacerse en mi interior la primera derrota. Con movimientos cadenciosos me arrastras por quimeras imposibles, orbitas descomunales, hasta llevarme, al fin, a la perdición.


miércoles, 28 de enero de 2009

RETAHÍLA DE AMANTES IV





GREGORIO, EL OSITO AMOROSO
Gregorio era, sin lugar a dudas, el perfecto novio de cuantos he tenido. Valga decir que era el sueño de todas mis amigas, un autentico primor, un cielo... un osito amoroso ideal.


Besaba, de esa forma tan particular... con su boca inundando la mía en sentidos convergentes y divergentes, con formas cóncavas y convexas, besos largos e interminables dibujando una y otra vez mis labios, cosiendo filigranas en mis comisuras, revoloteando entre mis dientes y anexionándose con mi lengua. Nunca se cansaba de divagar entre mis labios con su boca, de dibujar delicados trazos por la piel de mi cuello y explorar con su lengua la orfebrería de mis oídos.


Con Gregorio todo era dulce, largo e intenso.


Pasábamos tardes enteras devorándonos a pedazos de piel descubierta. Con ternura exquisita sus dedos largos acariciaban cualquier retazo de carne, sin sentido ni forma aparente, disfrutando con el contacto electrizante, con la lujuria contenida en ese breve roce inundado de deseos callados, arrumacos perpetuados en susurros anhelantes al oído.


Pero lo que más le gustaba hacer a Gregorio... lo que más me llenaba de Gregorio, era su capacidad y paciencia infinita para desgranar una a una porciones de amor por mi cuerpo y adormecerse placido a mi lado sin necesidad de nada más que ese fugaz e inocente restregón.


Entenderéis que, en los tiempos que corren de desvaríos, cara duras y aprovechados malintencionados, era raro encontrar un hombre con tanto respeto, sin prisas ni agobios por su parte.
No era de extrañar que, Gregorio, me tuviera siempre como unos huevos batidos al punto de nieve, como unos espaguetis al dente, como una vaporetta lista para eclosionar en las cortinas...


Siempre me tenía ahí, excitadísima, con ese punto de humedad inagotable entre mis piernas, el leve temblor anunciándose en la cara interna del muslo... pero el sexo no llegaba, la culminación, el éxtasis, el afamado y glorificado orgasmo se convertía en algo tan deseado como aparentemente inalcanzable... porque claro, a una eso del respeto le llena de orgullo pero llega un momento en el que lo que quiere es sexo, ni más ni menos que un buen polvo y tanto respeto me estaba supurando por las orejas.


Una tarde de arrumacos en el sofá de casa decidí tentar a la suerte. Los dedos de Greg circundaban mi ombligo y entreabrí mis piernas mientras disimuladamente me remangaba la faldita, dejando a la vista mi pubis liberado de cualquier prenda interior. Su mano viajó hasta enredarse entre mi vello, su dedo anular se hundió penetrando por la humedad que habitaba en mis labios y recorrió los pliegues hasta encontrar la piedrecita dura y ostentosa, mientras su dedo corazón prodigaba caricias electrizantes por la cara interior del pubis. Mi respiración era cada vez más entrecortada, la agitación entre mis muslos crecía y el tan esperado orgasmo estaba llamando a la puerta.


De pronto Greg detuvo todo movimiento sobre mi cuerpo. Me gire hacía él dispuesta a protestarle y descubrí qué ¡Se había dormido!


Pero estaba tan mono, reflejaba su rostro una ternura infinita y su mano anudada entre mis piernas, que no quise despertarle.


Esa misma noche, sin falta, conseguiría llevarme a Gregorio a la cama. De eso no tenía la menor duda.
Tras una sesión de besos inagotables, de magreos incontenidos en la cocina, en el comedor, en el sofá... de sobeteos absurdos y sobreexcitadores, aquí y allá, cuando me encontraba en ese punto en el que mis otros labios cantaban por mí una canción húmeda y espesa, me desnude y de la mano me llevé al anonadado Gregorio a la cama.


Su apremiante boca descubrió rincones de distintos sabores sobre mi piel, su inquisidora lengua perseguía el rastro de sus labios una y otra vez. El cuerpo erizado y cimbreante, esperando anhelante la embestida, abierto como perfecto compás a su virilidad latente... y por fin Gregorio se coloca sobre mí, su boca aprisiona hambrienta la mía, su pene se hunde en mis entrañas deliciosamente cálidas y le envuelve toda mi humedad y entonces...


Entonces nada. De pronto todo se detiene, no hay movimiento, no hay embestida, no hay mete-saca, y por descontado no hay asomo de orgasmo alguno. ¡¡ Se había vuelto a dormir!!


Esto es el colmo, porque una cosa es que los hombres se duerman "después de" alegando razones totalmente orgánicas, pero que se duerman "durante el"... ¡Hasta ahí podíamos llegar! ¡Ni que sea el novio más perfecto de cuantos he tenido!


lunes, 26 de enero de 2009

Y LA VIDA SIGUE...

... y porque no, si todo es una rueda que no ceja en su movimiento. Han pasado muchos días, muchos días con luna, con vida

Dana, mi Dana, ha muerto.

El 22 de Diciembre, casi el mismo día que cumplía 15 años, sin ningún ruido, sin darnos tiempo a despedirnos, sin que pudiera rascar su cabeza una última vez mirando sus ojos liquidos.

Mi mejor amiga, ha perdido la custodia de sus hijos en un durísimo juicio que le arranca la vida, sus dos pequeñas vidas según dictamen de un juez, a manos del cabrón que le amargó la vida.

Pero la vida se mueve y yo con ella. Latiendo desde dentro de mí.

Así que regreso a casa, a terminar un traslado que tenía pendiente, a traer mis muebles viejos de aquella otra casa antes de que se llenen de polvo y caigan en el olvido. A no perder la sonrisa, al menos, yo no pienso perder la mía.

A los que me habéis esperado, es un placer el re-encuentro...

A los que vengáis... bienvenidos.

Dale gas, que canta Facto de la Fe.