domingo, 28 de junio de 2009

VIEJOS DUELOS






Algunos días me paseo por la casa
con esa tristeza mía que a ti tanto te extraña,
la mirada ya no es verde sino gris y arañada
y en la boca todos los silencios de la madrugada.

Algunos días cuando se me olvida
que el mundo es mundo y todo gira
me tropiezo con tus ojos preocupados
y me atrapa el recuerdo de unos besos.

Algunas veces cuando me envuelvo
cuando cierro las puertas y me pierdo,
me entrego dulce a mi oscuro destierro
y tú me esperas rondándome con celo.

Y esos días en los que soy lejana,
en los que soy hermética y cerrada
cuando te asusta tanto mi despego
es porque aún me pesan viejos duelos.


sábado, 27 de junio de 2009

PENÉLOPE





Soy Penélope, esperando a un Ulises que jamás regresará a Itaca.

La misma que espera en el andén ese tren que ya no se detendrá.
Promesas sobre papel mojado que ocultan la mentira cobarde.

Palabras de amor entre vapor etílico que se evaporan en la resaca del olvido,
dejando paso al eco del pasado que retumba vacío como la voz de un fantasma.

Soy la estúpida que espera la respuesta de un necio y,
olvida,
que los necios, nunca tienen respuestas.



domingo, 14 de junio de 2009

RETAHILA DE AMANTES IV


JESUSITO EL VIRGINAL


Jesús era un auténtico encantador de serpientes, un embaucador profesional que le hubiese comprado su alma al mismísimo diablo y encima bien de precio. Sus palabras me derretían como chocolate ‘founde’ entre sus dedos y a veces pienso que hubiese obtenido de mí lo que quisiera.

Era virgen. Lo cual, me resultaba atractivo y excitante. Pero mientras más excitación me producía la idea más excitado se encontraba el interlocutor. Y ya se sabe que un virgen sobre excitado es una pistola cargada preparada para disparar a quemarropa.

La primera vez, tras unos pocos (bastantes pocos) besos apretados la excitación de su entrepierna era palpable incluso a simple vista, por las manchitas que se instalaban en su bragueta. En cuanto mi mano se poso sobre ella con la intención de liberarla y bajar la cremallera, lo que quedó liberado fue el gatillo, y el pistoletazo de salida lo inundo todo en un disparo certero contra sus pantalones, dejándolo más abochornado que satisfecho.

‘No pasa nada’ le susurré melosa en el oído mientras continuaba desnudándolo, tratando de evitar pringarme. Lo senté en la cama y me desnude para él, comprobando su rápida recuperación para cerciorarme de que estaba preparado.

Pero cuando me acerqué a él para ofrecerle mis pechos y que jugueteara un poco, un leve roce de mi rodilla contra su miembro enhiesto provoco una nueva eclosión lechosa entre mis pantorrillas.

Volvió a sonrojarse y una parte de él quería ponerle fin a esa vergüenza mientras otra no podía resistirse a manosear mis senos cerca de su boca. Pensé que había desalojado el cargador, pero tan rápido como estalló se volvió a hinchar. Le rodeé con mis brazos y le incliné hacía atrás poco a poco, permitiéndole que abarcara aún así mis pezones entre sus labios y me decidía a montarle.

Resulta complicado atinar cuando quien dirige no tiene el punto de mira centrado, pero con más paciencia que una santa, rodee el aparatito con mis manos y lo guié, por fin, a donde hacía un rato le estaban esperando.

Pero en cuanto se encontró en la cavidad húmeda y caliente volvió a derretirse sin remedio, sin apenas una leve embestida, sin asomo de placer (para mí) por ningún lado.

Superado al final todos los descargas sorpresas, con un par de intentos más, consiguió mantenerse dentro el tiempo suficiente para compensar el tiempo invertido.

Cuando salvamos el escollo de su virginidad, Jesusito, me tenía preparada otra sorpresa. Era adicto al porno desde muy temprana edad y prometía un cúmulo de placeres insospechados y de ‘cosas’ que nunca nadie me había hecho.

Lo que terminó por ser un mete-saca sin fin en un interminable kama sutra inacabado.

Hacer el amor con él era como estar orquestando un baile perfectamente calculado.

‘A ver, abre esa pierna para allí, túmbate así, de ese lado. Espera, a ver si desde aquí alcanzo a tus pechos. Sí... mmm... a ver’ Y la metía, claro que la metía. Un, dos, tres, cuatro y a lo sumo cinco empujones y la volvía a sacar. Me apartaba, me movía, reorganizaba mis piernas, opinaba acerca de si desde esa posición su lengua alcanzaba mi culo y empezaba otra vez, un dos, tres, cuatro... y cuando le estaba empezando a pillar el gustillo a la posturita volvía a sacarla de nuevo. Me pedía, me ordenaba e incluso me preguntaba antes de volver a penetrarme. Para sacarla en un par de embestidas. Daba golpes en mi clítoris mientras su cabeza se elevaba en un estado casi místico de excitación extraña que yo no comprendía, hasta que tenía que inclinarme para decirle ‘Jesús, puedes parar por favor, que me estas haciendo daño’ con voz de quien pide la tanda en el mercado. Y todo ello, por supuesto, sin perder la compostura, ni mucho menos, la postura.

Total, así no había quien consiguiera tener un orgasmo, entre posturita y parloteo, entre el mete y saca, siempre a destiempo y antes de hora.

Me aburría. Y me dejaba insatisfecha. El sexo, en lugar de divertido y placentero, terminó por ser monotemático e insatisfecho. Porque practicar el kama sutra esta bien, es divertido, innovar puede ser realmente apetitoso... pero realmente, lo importante de todo, es que haya algún que otro orgasmo entre medio, más que nada porque eso de disfrutar del sexo y tal.

Y es que las pelis porno son una cosa y follar, otra totalmente distinta.


jueves, 4 de junio de 2009

INVITADA INESPERADA


Me invito a cenar y ante mi reticencia a nuestra tercera cita, me regalo los oídos con palabras ahuecadas en almohadones de elogios e insinuaciones vedadas, con la promesa de manjares exquisitos, exóticos y afrodisíacos servidos para el deleite de mi paladar y de mis ojos en las más sugerentes fuentes.

No sé que me sedujo más si esa forma suya tan hábil de manejar la lengua ( y era un experto en el más amplio significado) y la sonrisa lasciva que esa idea provoco, o la atractiva y seductora sugerencia de saciar todos mis apetitos.
Aquel hombre, un portento en muchos sentidos, me resultaba intrigante. Si bien era cierto que su madurez le confería por derecho la experiencia, la suya era tan amplia y tan exquisita que no dejaba de sorprenderme y despertar una sincera admiración. Sus modales elegantes, su léxico cuidado y su conversación rica en matices, y su conocimiento profundo e intenso del cuerpo femenino, incluyendo recónditos territorios que había convertido en parajes eróticos de mi anatomía desconocidos hasta entonces.

Me presente con el retraso preciso y provocado para acusar una dulce espera. Para la ocasión había mimado cuidadosamente mi aspecto y dado que la apacible temperatura lo permitía había reducido mi indumentaria a un vestido blanco que imitaba el diseño de una gabardina, con un amplio cuello y generoso escote, cruzado por delante sobre mi cuerpo y atado con una cinta alrededor de mi cintura, sin botones ni corchetes, ni ningún otro aparatoso interruptor que detuviera el tiempo de estar juntos; terminaba el adorno con unas sandalias planas blancas y nada más... absolutamente nada más que se interpusiera en mi camino, ni pendientes, ni gargantillas, ni ropa interior; incluso el vello más intimo había sido eliminado para la ocasión.

Sonrisas de pleitesía, saludo breve y pasos firmes y decididos en dirección a la inmensa sala. Nada más entrar y cerrar tras de sí la enorme cristalera que aislaba la estancia introdujo sus dedos en mi cinturón y me atrajo hacía él para inundarme con un beso profundo y arrebatador, con ansia inquisidora y posesiva, hambriento de semanas en lugar de horas. Un beso de esos en los que las distancias desaparecen y consigues fundirte sin necesidad de nada más. Sin manos buscándose, ávidas atravesando y confundiendo los sentidos. No me excito el beso, sino la necesidad urgente, la voracidad acuciante que implicaba.


Al separarnos no pudimos evitar la sonrisa cómplice y sincera, la mirada directa, reconociéndonos y aprobándonos, sabiéndonos libres en el tiempo y comprometidos en el instante... tampoco pude evitar que el mismo dedo que forzó nuestra proximidad causará por accidente mi desnudo, al separarnos y estirar involuntariamente del cinturón (¿involuntariamente?). Mi vestido se abrió en dos líneas paralelas que se entreabrían brevemente dejando al descubierto la redondez de mis pechos plenos, el descenso de mi vientre plano, mi ombligo pequeño y ovalado y la línea bien dibujada que anunciaba el nacimiento imberbe de mis hambrientos labios.


Se dibujó la sorpresa en su cara y estallamos los dos en una espontánea carcajada, una risa fresca y natural que relajo el ambiente.


Sin dejar de sonreírnos divertidos y con la mirada puesta uno en los ojos del otro coloco un dedo en mi barbilla y me empujo ligeramente hacía atrás, hasta dejarme acorralada entre la puerta a mis espaldas y su cuerpo bloqueando el mío. Me beso en la barbilla mientras sus manos se deslizaban lentamente entre mi vestido y mi piel, sin mover un ápice la tela, rozando levemente la piel con la yema de los dedos, apenas un arañazo suave, tenue, conciliador, bordeando mi cintura desde el ombligo hasta mi espalda.


Volvió a enfrentarme la mirada y me atravesó transparente y luminoso el gris aterciopelado de sus ojos. Lo encontré tan distinto a nuestro anterior encuentro, relajado, desnudo del alma, entregado y necesitado de mí. Como un extraño, un correcto desconocido que se maravilla ante tus ojos y a la misma vez como un viejo amante, perfectamente conocedor del tamaño y la textura de mi piel. Se arrodilló y hundió la cabeza en mi vientre, sentía sus párpados cerrados sobre la piel de mi estomago y me emocioné como debían hacerlo las Diosas en sus altares con miles de siervos postrados a sus pies, acaricie su cabeza y enrede mis dedos en su cabello. Empezó a besarme lentamente, alrededor desde el hueco de mi ombligo, con la boca húmeda de pasión y hambre, con la lengua punteando cicatrices de placer en mi piel.


Entonces la vi, detrás del panel entreabierto que daba paso a la cocina, con los ojos bien abiertos, con asombro y una expresión anhelante de curiosidad, apenas una chiquilla con ese cuerpecillo a medio hacer entre niña y mujer, de piel blanda y curvas que aún son insinuaciones, meros augurios de voluptuosidad convexa. Sus labios llenos y sonrojados se abrían húmedos y su respiración agitada elevaba con cadencioso vaivén su escueta camiseta. De repente me sentí terriblemente excitada ante la idea de ese vouyere inesperado, que entre inocente y lascivo contemplaba la escena.


Empuje la cabeza que danzaba en mis caderas hacia la humedad palpitante que sentía en mi entrepierna y obediente cedió a mis impulsos, abriendo con su lengua la raja inmaculada, siguiendo con esa prolongación de su boca el camino vertical hasta colocarla como bandeja entre mis piernas y con pequeños lametones incitar aún más la lluvia de pasión que desencadenaba mi cuerpo, para luego succionarla con fruición. Se me escapo un gemido y abrí mis piernas para sentir sus labios sobre los míos mientras su lengua exprimía mis entrañas.


Observe a aquella menuda invitación a mujer, sus mejillas sonrosadas, su respiración agitada, su boca entreabierta y su mano que se acariciaba de forma inexperta el vello púbico, enredándose, lenta y torpe, y, de algún modo, quise darle placer con mi placer, sobreexcitada con su imagen.


Rodeé la cabeza de mi amante con una pierna, para entregarle mi fruto en toda su plenitud, para hacerle llegar a cualquier parte, a todas partes, y con esa misma pierna oprimí fuerte su cuerpo contra el mío.


Su lengua, extrema e insaciable se dirigió a la desembocadura rosada aún sin explorar para inundarla con su saliva, introduciéndose lentamente hasta notar como palpitaba afanosa, su nariz seguía los movimientos sinuosos de la lengua entre mis labios y de tanto en tanto su boca regresaba a ellos para chupar jugoso el néctar que resbalaba por mis piernas, relamer las gotas entre mis ingles y retroceder de nuevo a su guarida. Mi espalda se arqueaba sobre si misma y mis piernas se convulsionaban sacudidas por olas de éxtasis prohibido. Sus manos se deslizaron, con codicia hasta mis glúteos, aprisionándolos con glotonería.


Entre la vorágine de sensaciones que nublaba mis sentidos y mi vista alcance a descubrir a la muchacha, que había abierto totalmente el panel y sin tapujos estaba sentada, con las piernas flexionadas y abiertas, el culo sobre el frió mármol y su temprana flor de par en par, sus dedos se agitaban frenéticos en su interior, sacudiéndose al mismo ritmo que su pelvis se elevaba y su trasero golpeaba el suelo, se detenía tan sólo para relamer su propio dedo y volver a introducirlo en un rápido movimiento. Nuestras miradas se cruzaron pero no se detuvo, desvergonzada y desinhibida mantuvo la mirada. Paseé mi lengua por mis labios, incitándola, provocándola. El orgasmo nos sacudió a las dos al mismo tiempo, el mío violento primero y controlado después, acompasado al lento movimiento que la boca que había olvidado entre mis piernas seguía perpetrando desairados lametones entre mis paredes... el de la muchacha irrefrenable y brusco le sorprendió con el final abrupto y exhausto.