lunes, 19 de mayo de 2008

RENDICIÓN III


No sé muy bien en que momento cambiaron las tornas, pero lo cierto es que desde el día en que te retuve entre mis piernas y alcance el sueño de tu orgasmo en mi interior, tú te habías rendido al hechizo de mis entrañas, olvidándote del camino recorrido, de las cumbres y los valles que ya no atravesabas para llegar a mí, tu máxima se había reducido a penetrarme... y en cambio mi cuerpo no respondía a tu presencia, no vibraba con esa sensación salvaje y prometedora, y en mi mente tan sólo existía el recuerdo de aquel atractivo caballero entrecano y su forma delicada y elegante de ahondar e invadir los atolones vírgenes de mi cuerpo.

En mi mente y en mi cama se dibujaban una y otra vez la sinuosidad de sus manos y el rojo de sus labios sobre mi piel desnuda, perdiendo valor cualquier otra clase de posesión, que al final no era sino una burla, una imitación desdibujada al retrato que otro había pintado en mi lienzo.

En un estado febril, empujada por un ansia irracional, con el cuerpo tenso embestido por el deseo contenido acudí a ver al amigo común que nos había reunido una vez, por avatares del destino, en una fiesta. Me dio su dirección y sin pensarlo, vestida por la desfachatez que otorga la locura, me dirigí al piso en pleno centro de la ciudad donde esperaba saciar mis recuerdos.

Llamé al timbre de una puerta grande y pesada, de vieja madera noble, con el cuerpo rígido y la mente vacía. Me abrió la puerta vestido con unos pantalones y una camisa de lino blanco, irresistiblemente atractivo con su melena entrecana recogida, y sus labios rojos se curvaron en una sonrisa burlona y sensual. Me beso la mano, en los nudillos, entre el dedo índice y el corazón y al retirar su boca note palpitante los latidos de mi corazón donde antes reposaron sus labios.

Sin mediar palabra y sin apartar su mirada de la mía me introdujo a través de un pasillo interminable a una estancia amplia, con grandes ventanales altos y ojivales que la inundaban de luz y un suelo de mármol blanco, de aspecto frío y suave. Se colocó ante mí y apoyo delicado sus manos sobre mis hombros dejándolas resbalar como una caricia hasta alcanzar mis manos, mientras ese calor húmedo tan familiar igualaba el recorrido descendiendo por mi vientre.

En un impulso asalte esos labios, con un beso salvaje y hambriento, hurgando y devorando... pero fue como chocar contra un muro impertérrito de indiferente roca. Volví a descender sobre mis pies para buscar sus ojos, para enfrentarlo... y me devolvían una mirada socarrona y divertida. Se deshizo de un pañuelo blanco que llevaba alrededor de su cuello y colocándose tras de mí lo anudo sobre mis ojos.

Me sentí tan asustada como excitada, expectante. En algún recoveco de mi aturdida mente sacudía el miedo y la duda mientras con el cuerpo tenso y ansioso esperaba su contacto. Noté su aroma alrededor de mí e intente adivinar su posición.

Se había vuelto a colocar ante mí y mientras yo entreabría mi boca esperando la suya, sus manos me sorprendieron al colocarse gráciles sobre mis hombros. Se me erizo toda la piel del cuerpo mientras una sacudida violenta recorría mi espalda en todas direcciones. Lentamente deslizo los tirantes por mis brazos y el vestido de gasa cayo a mis pies acompañado por sus dedos. Me quede desnuda de piel y alma ante su vista y note como daba unos pasos atrás para contemplarme.

Lo sentí girar a mí alrededor, lo olí envolviendo el aire que me rodeaba con un suave soplo y agudice mis sentidos intentando adivinar cual sería su próximo movimiento.

No sabía dónde estaba cuando un mordisco audaz en mi pecho avivó mi deseo, endureció mi pezón y origino un respingo en mi espalda. Furtivo, pequeño, doloroso y certero... pero sobretodo breve.

Con la respiración agitada noté de pronto su cuerpo en mi espalda, desnudo, sin saber cuando había desaparecido su ropa, me encontré con su miembro duro contra mi cintura y su aliento susurrando en mis oídos. El vello de su pecho me hacía cosquillas suaves en la espalda y su boca húmeda navegando en mi oreja erizo mi nuca, hasta arrancarme un gemido cuando saboreo el lóbulo, introduciéndolo en su boca y jugando con él. Sus manos cogieron mis muñecas y alzaron mis brazos hacía arriba, luego, muy despacio, fue resbalando por la palma de mi mano, bañando mis codos, erizando mis antebrazos, susurrándole a mis axilas hasta alcanzar mis pechos.

Yo seguía notando su cuerpo apretado contra el mío y su boca pegada a mi cuello, mientras sus manos recorrían en círculos concéntricos mis senos, desde la base hasta el pezón, cada vez más turgentes, duros y henchidos de deseo.

Una de sus manos resbalo despacio por mi vientre plano en dirección al ombligo y la otra se coloco en una curiosa posición paralela en mi espalda. Sus dedos se enredaron en el vello de mi pubis y mi boca se abrió quejumbrosa para exhalar un gemido. Su otra mano dibujaba círculos en el final de mi espalda, donde se unían mis glúteos... como prometiendo, como previniendo de lo que sucedería después. Su boca se entretenía lamiendo mi nuca, dibujando con su lengua caliente la distancia hasta mis hombros, suspirando entre mi pelo y mis odios palabras que, al borde de la locura, no alcanzaba a entender, desgranando sensaciones que sacudían mi espalda, azotando oleadas de placer torturadoras.

Notaba resbalar la humedad entre mis piernas que permanecían unidas, en la misma posición en la que él me había inmovilizado en el centro de la sala. Su mano derecha se abrió paso entre mis labios para pasearse entre ellos, para introducirse en mi interior y deslizarse luego hacía mi clítoris. Su mano izquierda jugaba entre mis nalgas, resbalando entre mis glúteos, recogiendo su redondez, primero uno y luego otro, marcando salvajes y torturadoras orbitas alrededor del punto exacto donde habría de intimar profundamente... y mi espalda se arqueaba involuntaria con mis pezones apuntando duros hasta doler al techo, mis piernas no me obedecían, sacudidas por temblores de placer insospechado se abrían con vida propia, alejándose la una de la otra y arriesgándome a perder el equilibrio que me sostenía aún en pie.

Su mano derecha vino al encuentro de mi boca, introdujo sus dedos por mis labios entreabiertos y saboreé mi propio néctar, excitada, caliente, caprichosa y desinhibida, mordiendo la punta de sus dedos, pasando mi lengua alrededor de la yema, bajando por la base y hundiéndola entre ellos, y cuando quería más, cuando sentía que esos dedos eran una prolongación de su ser que yo anhelaba sentir dentro y hacerlo mío, los arranco de mi boca para devolvérselo a mi pubis, rozando con suavidad la parte interna de mis labios para abrirse paso y aprisionar entre dos dedos mi clítoris, fuerte y preciso. El primer orgasmo casi me derrumba en el suelo, flexionando mi cuerpo flojo sin dirección.

Entonces, aún detrás de mí, su mano se apoyo en mi espalda, empujándome suavemente hacía abajo, sin protestas, completamente rendida, dejando al descubierto la rosada redondez que se abría entre mis glúteos, caliente y palpitante, aún insatisfecha. Con la otra mano rodeo mi cintura, firme, y mientras su pene empujaba lento y erecto hasta hacerse un lugar entre mis nalgas, su mano resbalaba por mi pubis hasta hundirse en mi cavidad aún palpitante. Entre embestidas y asaltos me sacudieron dos violentos orgasmos que atravesaron mis entrañas de punta a punta, hasta derrotarme, blanda y exhausta sobre sus brazos que aún sujetaban firmemente mi maltrecho cuerpo.

Me elevo entre sus brazos y hundí mi cabeza en su pecho, embriagándome del aroma a sexo que ambos desprendíamos, me llevo a un lecho blanco de sabanas revueltas donde empezó a lamer lentamente mis heridas, mi sudor, mis recelos y mi sexo hasta que caí aturdida, ebria y exhausta en un profundo letargo en brazos de un completo desconocido.

4 comentarios:

Senador Palpatine dijo...

¿Para cuándo?

¿Tendré que suplicar de rodillas para que acabes con lo que tienes que acabar?

¿Recuerdas que este relato tiene algo muy especial para mí, preciosa?

Sigue siendo tan hermoso como tú.

Anónimo dijo...

Es peligroso leer según que cosas después de comer.

Nueve de cada diez dentistas aseguran que puede provocar somnolencia, el otro, el mío, me dice que con la barriga llena uno se encuentra mucho más expuesto a los estímulos.

Por eso sigo con él, porque amo a mi dentista, porque me entiende y sólo me arranca sonrisas y quien sabe si orgasmos algun día. ;)

Dana dijo...

Para breve Senador espero que para muy breve. Tengo buena memoria ¿Lo recuerdas? ;)

Pasame la dirección Xhavi, para cuando necesite que me arranquen sonrisas (aunque tú lo haces muy bien)

ambrette dijo...

Aun estoy medio dormida,es decir que como si llevara una venda en los ojos. Mi capacidad de abstraerme es a estas horas óptima, leerte desayunando quizás aporta demasiada energía para empezar el dia, pero uhmm divertido es un rato.