Alguien Debería explicarte que hacer con los sueños rotos, como desprenderse de esa madeja de imposibles que terminan siendo un lastre que arrastras sin apenas darte cuenta que existe, mientras vas añadiendo nudos e hilos a la madeja y cada vez pesa más, te dificulta el camino... y sin embargo sigues avanzando y soñando como un estúpido mientras arrastras de forma inexorable toda esa carga de sueños perdidos.
Alguien debería decirte dónde abandonar los nonatos, donde colgar la toalla del fracaso, donde escupir la bilis de las derrotas.
Alguien podría beberse mis silenciosas lágrimas, las del fastidio, las de la incomprensión, las de la ira... para que no enturbien mi mirada mientras oteo el horizonte en busca de nuevos sueños, para que no dejen surcos en mi rostro y la gente pueda señalarme con el dedo mientras camino por la calle y decir " Mira, ahí va una con sus sueños rotos"
O buscar terapias alternativas.
Como dejarse caer dando tumbos por una interminable escalera hasta estrellar con tus huesos contra el duro suelo y que las magulladuras y las fisuras dolieran tanto que te hicieran olvidar cualquier otro dolor que no fuera el físico, que tu vista se nublara abnegada de sangre impidiendo cualquier otro despojo de humanidad.
Como ir por un inmenso césped verde tapando los hoyos igual que en un partido de criquet, abandonando pedazos de sueños rotos en cada agujero y pisoteando con fuerza la hierba después, con todo el peso de nuestra rabia, con energía, para luego alcanzar agotados un dulce abandono bajo un sauce llorón y soñar de nuevo a su sombra.
Como que el cuerpo se cubra de sarpullidos horripilantes y virulentos, que piquen a morir y que no puedas dejar de rascártelos con sarna, de una forma rabiosa e incontrolada, totalmente fuera de ti, como un poseso demente, mientras tu piel se te desgarra en sangrantes jirones y en tus uñas se acumulan restos de epidermis y sangre y tu única obsesión sea calmar ese picor.
Debería ser constituido por ley, por decreto real, un restaurador de sueños rotos, quien tuviera la obligación de, con mimo y ternura infinita, ir recogiendo pedacitos, recomponiéndolos uno a uno hasta entregarte envuelto en hermoso papel de celofán tu sueño, como si no hubiera pasado nada, perfecto y a estrenar.
Hoy, tan sólo por hoy, quiero ser el ser más miserable de este mundo, quedarme a solas con mis miserias y mis sueños rotos, acunarlos entre mis manos hasta que dejemos de llorar. Quiero ser negra, la más negra sobe la faz de la tierra. Quiero ser la más desgraciada, que mi desgracia sea la más dura, la peor, la más terrible... y que me importe una mierda el resto, que no exista nadie más desgraciado que yo.
Porque mis penas, como mis sueños rotos, son mías, tan sólo mías y a nadie debo el privilegio ni el placer de suplantarlas, de saltar por encima de ellas colocándose en la cima de las desdichas y haciendo de su infortunio algo mucho más grave que mi sueño roto.
Por hoy, sólo esta noche, derramaré lágrimas, sin moqueos, sin efectos secundarios, sin reproches ni explicaciones... y dejaré ir otro sueño perdido, otra esperanza rota sin nadie a quien acusar del estropicio, sin nadie en quien verter esa cólera que tan bien disfraza el sufrimiento propio.
Mañana, ya mañana será otro día y tal vez encuentre un sueño nuevo que reponer, para no acusar la falta de un hueco vacío en el estante. Mañana, ya mañana, pasará el camión de la basura recogiendo los cristales y las aristas de mi sueño roto. Pero todo eso será mañana, hoy me desprecio, me lloro y me lamo mis propias heridas envueltas en un precioso papel de celofán, donde también se sirven el dolor de los sueños rotos.
Alguien debería decirte dónde abandonar los nonatos, donde colgar la toalla del fracaso, donde escupir la bilis de las derrotas.
Alguien podría beberse mis silenciosas lágrimas, las del fastidio, las de la incomprensión, las de la ira... para que no enturbien mi mirada mientras oteo el horizonte en busca de nuevos sueños, para que no dejen surcos en mi rostro y la gente pueda señalarme con el dedo mientras camino por la calle y decir " Mira, ahí va una con sus sueños rotos"
O buscar terapias alternativas.
Como dejarse caer dando tumbos por una interminable escalera hasta estrellar con tus huesos contra el duro suelo y que las magulladuras y las fisuras dolieran tanto que te hicieran olvidar cualquier otro dolor que no fuera el físico, que tu vista se nublara abnegada de sangre impidiendo cualquier otro despojo de humanidad.
Como ir por un inmenso césped verde tapando los hoyos igual que en un partido de criquet, abandonando pedazos de sueños rotos en cada agujero y pisoteando con fuerza la hierba después, con todo el peso de nuestra rabia, con energía, para luego alcanzar agotados un dulce abandono bajo un sauce llorón y soñar de nuevo a su sombra.
Como que el cuerpo se cubra de sarpullidos horripilantes y virulentos, que piquen a morir y que no puedas dejar de rascártelos con sarna, de una forma rabiosa e incontrolada, totalmente fuera de ti, como un poseso demente, mientras tu piel se te desgarra en sangrantes jirones y en tus uñas se acumulan restos de epidermis y sangre y tu única obsesión sea calmar ese picor.
Debería ser constituido por ley, por decreto real, un restaurador de sueños rotos, quien tuviera la obligación de, con mimo y ternura infinita, ir recogiendo pedacitos, recomponiéndolos uno a uno hasta entregarte envuelto en hermoso papel de celofán tu sueño, como si no hubiera pasado nada, perfecto y a estrenar.
Hoy, tan sólo por hoy, quiero ser el ser más miserable de este mundo, quedarme a solas con mis miserias y mis sueños rotos, acunarlos entre mis manos hasta que dejemos de llorar. Quiero ser negra, la más negra sobe la faz de la tierra. Quiero ser la más desgraciada, que mi desgracia sea la más dura, la peor, la más terrible... y que me importe una mierda el resto, que no exista nadie más desgraciado que yo.
Porque mis penas, como mis sueños rotos, son mías, tan sólo mías y a nadie debo el privilegio ni el placer de suplantarlas, de saltar por encima de ellas colocándose en la cima de las desdichas y haciendo de su infortunio algo mucho más grave que mi sueño roto.
Por hoy, sólo esta noche, derramaré lágrimas, sin moqueos, sin efectos secundarios, sin reproches ni explicaciones... y dejaré ir otro sueño perdido, otra esperanza rota sin nadie a quien acusar del estropicio, sin nadie en quien verter esa cólera que tan bien disfraza el sufrimiento propio.
Mañana, ya mañana será otro día y tal vez encuentre un sueño nuevo que reponer, para no acusar la falta de un hueco vacío en el estante. Mañana, ya mañana, pasará el camión de la basura recogiendo los cristales y las aristas de mi sueño roto. Pero todo eso será mañana, hoy me desprecio, me lloro y me lamo mis propias heridas envueltas en un precioso papel de celofán, donde también se sirven el dolor de los sueños rotos.