jueves, 3 de abril de 2008

NIÑO MALO


- Creo que hoy te mereces un castigo. Quiero que te desnudes ahora mismo y te coloques este capirote en la punta. No quiero oír ni una sola protesta, sólo quiero ver como eres capaz de mantenerlo erguido para mí.

Obedece sin rechistar y antes de estar completamente desnudo su pene ya esta duro y erecto para mí, sólo tengo que aproximarme unos pasos para deslizar el sombrero sobre su punta. Pesa un poco y los bordes aristados del papel molestan, pero contiene la protesta en sus labios.

Rodeo un par de veces su cuerpo, como si fuese un objeto que estudio detenidamente. Al acecho de su debilidad, de cualquier indicio de flaqueza. Un mordisco en ese culo prieto, unas uñas que resbalan por la espalda. Mi mano se hunde entre sus nalgas y aprieta suavemente sus testículos y acerco mi lengua a su nuca. No pestañea, pero su piel erizada y su boca entreabierta delatan la excitación contenida.


- No te muevas.



Ronroneo firme en sus oídos. Requiebros sobre su cuerpo para dibujar cada costado de su piel con mis manos. El contorno suave del final de su espalda, la tenue línea que asciende por su vientre y que dibujo con mis dedos, el pezón que retengo entre mis manos y muerdo.

Me separo lentamente, camino de espaldas sin apartar mi mirada de la suya, esa que no me enfrenta, a la que no voy a concederle ni un asomo de duda. Alcanzo la mesa.

- Estoy convencida de que no vas a portarte mal. No necesito la fusta.

Un imperceptible movimiento del capirote y sonrío complacida.

- ¿Crees que has ganado algún premio?

Niega.

- La distancia de mi cuerpo será tu castigo… puede que, si te has portado bien, me masturbe para ti y te deje mirar.

Imaginar mi carne húmeda le produce vértigo, la excitación contenida produce un leve temblor entre sus muslos y puedo imaginar su miembro perlado de deseo. Pero todavía no. Tiene una lección que aprender.

- Has sido un niño muy malo y tienes una lección que aprender, jugaré con tu deseo como me plazca y mi cuerpo se convertirá en un trofeo que tan sólo te entregaré cuando tenga la certeza de que confías, ciegamente, en todo lo que yo te pido. ¿Lo has entendido?
- Sí
- Mírame.

Y levanta despacio su cabeza, con la lujuria dibujada en sus ojos.

- Mientras me miras, puedes hacer cualquier cosa… menos tocarme. Lo que hagas con tu cuerpo no me interesa, ni tan siquiera te prestaré atención. Si fueses un perro, estarías moviendo el rabo por el premio concedido.

Me senté en la mesa, las piernas abiertas y la falda remangada sobre mis nalgas sin ropa interior, desabroche algunos botones de la blusa y arqueé mi espalda, sin importarme si estaba ahí, consciente de su pudor y su vergüenza, pero sobre todo de su deseo a punto de reventar.

Contempla mi placer, las sacudidas de mi culo sobre la mesa, las contracciones de mi clítoris resbalando entre mis dedos húmedos.

Sólo puede mirar, no puede saborearlo, ni olerlo, ni paladear ese efluvio incontenido que se desliza entre mis piernas. Al límite de la suplica, desnudo, contemplándome abierta húmeda y muriendo por hundirse en mi cuerpo.

Aprisiona su miembro henchido y duro, haciendo saltar el sombrero y resbala nervioso, acelerado sobre la carne palpitante. Su vista clavada en mi sexo mientras el ritmo pierde el control.

Se detiene porque sabe que no es eso lo que deseo, porque conoce mis caprichos.

Un pequeño paso al frente.

- Ah, ah… ni te acerques – le indico estirando mi pie desnudo mientras chupo uno a uno mis dedos mojados.

Le mantengo ahí, de pie, desnudo, henchido y palpitante sólo para mí. Deslizo los dedos despacio por el vértice que se abre entre mis senos y hago saltar los botones, lentamente, hasta dejar al descubierto la redondez llena de mis pechos y mis pezones oscuros erguidos, victoriosos sobre su deseo. Los aprisiono, masajeándolos, frotando el pezón cada vez más duro y enhiesto.

- Si te estas quieto y no me estorbas, puede que me apetezca ponerme de espaldas a ti y descubrirte la redondez que se esconde entre mis nalgas, tal vez alcances a ver como mis dedos se derriten intentando colarse en la estrecha abertura, rodeándola con masajes suaves, para volver a perderse entre los pliegues carnosos de mis labios, rozar un instante mi clítoris y llevarse toda esa humedad de nuevo a ese punto rosado dispuesto a abrirse de par en par. Como los movimientos de mi pelvis incitan mi propio deseo y un orgasmo brutal se arranca entre mis muslos. Pero sólo si eres muy bueno.


Ahora, en ese precioso instante, él daría un mundo por hundir mi cabeza entre mis muslos y devorarme. Por clavar su lengua y perderse entre mis piernas, frotar mi húmedo sexo y rozar la locura. Pero mi dominio le mantiene inmóvil, en el peligroso abismo de la cordura.



Me acerco a él. Ni siquiera voy a permitir que me roce. En un gesto de fingido desliz mis pechos rozan su espalda. Me deleito comprobando el escalofrío que asciende por su columna vertebral. Me coloco ante él y le doy la espalda, próxima. Podría aventurarse y romper los escasos centímetros que nos separan para hundirse en mí. Espero confiada.

Tiró de él, agarro con mano firme el duro balano y nos acercamos a la mesa. Con un movimiento, la presión suficiente, se detiene. Vuelvo a sentarme y le empujo con el pie hasta adquirir la distancia que me complace, paseándome por su entrepierna más tiempo del necesario.

- No me preocupa lo que hagas con tus manos mientras las mantengas alejadas de mi cuerpo. Pero tu vista no debe mirar otra cosa que no sea yo. Tus ojos no pueden permanecer anclado a ningún otro lugar que a mi cuerpo y beberse todos sus movimientos. Aún cuando yo este de espaldas, sin mirarte y mi culo sea la única visión que alcances a contemplar.

Si has sido un niño bueno y has derramado por mí suficiente cantidad, cuando termine, me levantaré y relameré despacito las gotas que aún resbalen por tu pene, glotona y aviesa, continuaré con tus dedos y pasearé mi lengua entre ellos.

Puede que, incluso, si has sido capaz de mantener tus manos alejadas de mí, te obligue a sentarte en una silla y coloque mi sexo a la altura de tu boca para que limpies muy despacio y con esmero todos los rincones, bebiéndote toda la humedad que se licua entre mis piernas.



Y su orgasmo estalló por combustión espontánea, escapándose sin remedio de una mano que no alcanzo a contenerlo, ante la voz complacida que castigaba su deseo.


6 comentarios:

Senador Palpatine dijo...

Dana... últimamente, no sé por qué, noto más humedad y más deseo oscuro en cada una de tus letras.

Hay ardores que me trastornan en el comienzo de la mañana y que sé con toda la certeza del mundo que me acompañarán a lo largo del día sin remedio.

Y son única y exclusivamente culpa tuya.

Me enciendes con cada una de tus palabras. Golpeas mi cerebro un puño de calor seco y viciado que me recorre hasta instalarse en rincones oscuros de mi corazón y en lugares húmedos que ya imaginas.

Eres puro deseo.

Anónimo dijo...

Deseo y erotismo vestidos de elegancia.

Maestría capaz de provocar fuertes y variadas sensaciones.

Todo eso y más lo tienes tú, ARTISTA.

Anónimo dijo...

Él es Vicent Gallo, escuálido y óseo, mirada enferma perdida en punto fijo que traspasa, como aún bajo el influjo del último lisérgico, en viaje immóvil por calidoscopio embriagador.

Ella es Christina Ricci, voluptuosa y malvada, cínicamente perversa, castigadora de braguitas de algodón de carrefour sobre moqueta roja, pisando con uñas tintadas negras cualquier resquicio de iniciativa que escape a su perturbador control.

Dana, siempre dando más.

Dana dijo...

Será tu primavera, Senador, que es más oscura y húmeda :P
Los escotes,
el calor,
el vértigo...
todo trastorna un poco.

Las culpas, al maestro armero, que yo no quiero ninguna. ;) Y, entre úste y yo, imaginación la justa.

A ti también te sobra arte Gilraen y eso, no es culpa mía. ¿A ti también te trastorna la primavera?

Besos a los dos.

Dana dijo...

¿No me digas que me han plagiado para un guión de cine? :) Que suerte la mía!

Eso, es porque recibo mucho, Xhavi

Petons.

Vivencias en el Mariate dijo...

¡Niña mala!
Deberían confiscarte el teclado.
Besotes.