viernes, 28 de marzo de 2008

HEDOR

Le despertó el hedor. Se iba acostumbrando poco a poco, a pesar de la oscuridad, a percibir su presencia a través del olor que desprendía. Una fetidez que ya no resultaba tan repugnante, tal vez por la costumbre. Ni siquiera se le erizaba la piel cuando sentía su pestilente aliento en el cogote, mientras olisqueaba dando vueltas alrededor de su cuerpo.

No sabía porque permanecía aún con vida. Este ejemplar era distinto a los demás, de eso no tenía la menor duda. Seguía siendo una bestia, pero había algo que lo hacía diferente y ella, a pesar de la experiencia, no conseguía definir.

Llevaba algo más de dos semanas allí, si la cabeza no le fallaba, atada sobre las rocas. Pensaba sin cesar, para no volverse loca, contando los días, las horas e incluso sus propios huesos. La primera noche pensó que la devoraría después de encadenarla... pero no lo hizo. Dormitaba durante el día y ella intentó escapar esa misma mañana, pero le fue imposible deshacerse del nudo. Aún así, casi lo aflojó lo suficiente... pensó que no se daría cuenta y si contaba con la suerte de pasar una noche más con vida, a la mañana siguiente lo conseguiría.

Pero nada más ponerse el sol, aquel engendro despertó y se acercó a ella, como un animal al acecho. La olisqueó, dando círculos a su alrededor, agazapado, expectante. Olfateó el aire un par de veces y luego emitió un gruñido. Como una fiera enjaulada volteaba por el suelo sobre sus cuatro patas, como aprisionado. Regresó y se aproximó, más calmado, con su pestilente aliento escapando entre los colmillos... y descubrió las cuerdas.

Se enfureció y rugió con fuerza. Pensó que era el final, pero la bestia desapareció, dejó de percibir su presencia. Zarandeó el cuerpo con fuerza, las extremidades, en un impulso frenético y desesperado por liberarse, azuzada por el miedo, pero aquella cosa volvió enseguida y... devoró sus pies. Despacio, con inusitada calma. Nada resultó como ella esperaba. A pesar de los gritos y el dolor desquiciante, aquella tortura parecía no tener fin, hasta que perdió la conciencia, en ese último suspiro en el que rezaba por morir rápido y olvidar el dolor.

Cuando despertó, confusa y aturdida, los rayos del sol eran engullidos por el horizonte. Trato de moverse, aún trastornada. Percibía algo distinto en ella... algo que no sabía definir, trato de tocarse la cara y busco hacer pie para incorporarse levemente. Entonces le sacudió la realidad. Sus pies habían desaparecido, en lugar de ello había unos muñones envueltos en hierbas. Eran dolaidas, estaba segura. El fresco olor de las hojas inundaba sus papilas olfativas.

Todo aquello le desconcertó. Aquel bicho inmundo le había devorado los pies con el único propósito de limitar su huída. No pretendía matarla, tan sólo eliminar la posibilidad de que intentará volver a escapar. Ella sabía que se alimentaban de carne humana, lo sabía bien. Por eso estaba allí, porque aquella noche, arriesgando su propia vida, cogió el coche y se aventuró en el páramo desierto para buscar a Diego, sabía que si lo encontraba antes de que anocheciera podría salvarlo. Y en lugar de eso, ahora era ella la presa.

Los recuerdos se agolparon en su cabeza.

De pronto volvió a ser consciente de la presencia de aquel bicho inmundo, la proximidad de ese cuerpo apestado rondando los limites del suyo. Olfateando el aire hambriento, en una mezcla extraña entre instinto e inteligencia.

Luego, aquella cosa empujó comida a sus pies. Frutas. No comió nada. La bestia se enfureció, le gruñó cerca, muy cerca. Tenía sus mandíbulas a escasos centímetros de su rostro, podría haberla engullido de un bocado. Sólo que ella ya no tenía miedo... sentía que no tenía nada que perder, nada de valor. Quería perecer bajo aquellas fauces abrasivas.

Pasaron unos interminables segundos en un duelo extraño, en el que aquel ser le retaba y ella mantenía la barbilla alzada, esperando, impaciente, el dolor y la sangre que anunciasen el fin. Nada de eso se produjo. Notó el golpe de aire cuando eso se dio la vuelta y salió de la gruta.

Durante cinco largos días aquel extraño ritual se mantuvo. Ella dispuesta a no pegar bocado, mientras que al otro lado, aquella especie de criatura, le ofrecía fruta fresca, carne cruda. Se enfurecía, gruñía, golpeaba las paredes y salía... pero nunca jamás le toco.

Sólo la olisqueaba.

Después de cinco días, exhausta, creyó que no sobreviviría, que moría de inanición, pero entonces, el ímpetu, la necesidad de huir, salvarse y escapar, volvieron de nuevo. No sabía como, pero debía escapar.

Su bebé... su bebé estaría bien. Maud le estaría amamantando, al fin y al cabo Eric sólo era un año mayor y, en esos tiempos extraños, las madres alargaban la lactancia todo lo que podían, no había mucho más que comer y era lo mejor para las criaturas.

Y comió.

En su cabeza elaboraba minuciosamente su huída. Tras casi dos semanas la salvia de las dolaidas había cicatrizado la herida y sus muñones eran bastante firmes. Aquella cosa no lo sabía, porque si no hubiese retirado los emplastes, pero, ella sí.

Dormía durante la noche, confiando en que no tenía porque confiar, segura de que si quería arrancarle la vida sería indiferente estar dormida o despierta. De tanto en tanto un empujón propinado la despertaba, ella musitaba y se daba la vuelta hasta percibir el gruñido de conformidad que garantizaba un par de horas más de sueño.

Durante el día, entrenaba la mente y el cuerpo. Apoyaba sus muñones con fuerza, protegidos aún por las hojas, para acostumbrarse a ellos. Forcejeaba con las cuerdas. Comía. Realizaba cálculos mentales sencillos, que le ayudaran a mantener la mente despierta. Se sentía fuerte, poco a poco iba recuperando la vida y la necesidad de huir le daba aún más fuerzas.

Cada noche se repetía ese extraño ritual que ella esperaba, con la incertidumbre de saber si sería el último. Sentía aquellos colmillos deambular a escasos centímetros de su piel, alrededor de su nuca, en su abdomen. Pero nunca pasaba nada. Se retiraba para volver, a veces en unos minutos otras al cabo de horas, con comida y el olor a sangre impregnándolo todo.

Sólo necesitaba sobrevivir una noche más. Tenía decidido que sería aquella mañana, al despuntar el alba. Sólo sus manos estaban retenidas y no le importaba dejárselas allí para encontrarse a salvo. El sol se acercaba al ocaso y sólo necesitaba resistir unas horas más. Podía hacerlo.

La bestia estaba cerca. Sentía su presencia, su olor putrefacto, eso era lo que le había despertado. La olfateó, como cada noche. Hilos de saliva golpearon sus omoplatos. Un gutural sonido se escapó de la garganta de aquel engendro... un gruñido que sonaba a victoria.

De un zarpazo aquel ser volteó su pequeño y desnudo cuerpo hasta colocarlo de espaldas sobre las rocas, sintió el golpe de su cola abriendo las piernas. No estaba asustada, el miedo no había conseguido abrirse paso aún entre la sorpresa. No opuso resistencia, no reaccionó a tiempo... hasta que sintió como algo frío y viscoso le partía en dos. Noto clavarse en sus entrañas una estaca que atravesaba su cuerpo con fuerza, áspera e hiriente. El dolor ascendía por su columna vertebral hasta taladrarle el cerebro y obligarle a gritar. Aquel hedor putrefacto instalado en su garganta le asfixiaba, el dolor nublaba su conciencia, su cuerpo inmovilizado se zarandeaba empujado con violencia y las lágrimas resbalaban rabiosas por su rostro empapado de la gelatinosa saliva.

Despertó... era medio día y pequeños rayos de sol asomaban en su máximo esplendor por la apertura.

Estaba embarazada. Lo supo con una terrorífica certeza en ese preciso instante.

12 comentarios:

Senador Palpatine dijo...

Dana dulce.

Dana Oscura.

A veces pienso que la mayor tortura es no poder poseerte hasta las entrañas.

Ni caso, preciosa. Fantasias de un viejo cabron, al que la vida ha bedencido con mucha más suerte de la que nunca soño merecer.

Sabes hoy a sangre fresca y rezumas violencia.

Me gustas así, también Dama Sombría.

De hecho, me vuelves loco con cada una de tus letras.

Dana dijo...

No me asustas viejo chocho. :P
En esta ocasión, con oler a sangre, me conformo. :)

Vivencias en el Mariate dijo...

Aunque no se parecen en nada, por unos momentos tu relato me ha recordado unos fragmentos de un libro memorable, al menos para mí, Bella del Señor de Albert Cohen. Era con las últimas veces que la protagonista era poseída por su marido, antes de escapar.
Un saludo.

Dana dijo...

Supongo, Hache XX, que no deja de tener reminiscencias a casi cualquier película o libro de terror que alguien haya leído. A mis propias pelis de terror.

Vivencias en el Mariate dijo...

Bueno, este libro en cuestión no es de terror. La protagonista contaba lo que sentía cada vez que su marido se acercaba a ella, pura repugnancia, pero por varios motivos no podía abandonarlo, por eso se sentía presa y atada, como si le cortasen los pies.

Iconoclasta dijo...

Genial este hedor. He sentido el tufo de la carne pudriéndose entre los colmillos, casi como ella.
Me alegra saber que eres ya una bella blogger.
Un meneo compañera.
Un beso, Dana.
Buen sexo.
Iconoclasta

Dana dijo...

A veces, la repugnancia y el terror caminan de la mano. Y sí, pretendía ser también repugnante Hache XX. Gracias ;-)

Dana dijo...

ICOS!!! yo sí que te daba a ti un meneo ahora mismo y te dejaba exprimido.
Sucumbí. Había ya demasiados buenos compañeros y ya sabes que, aunque me apunte tarde a las fiestas, nunca me las pierdo.
Buen sexo, escritor azul.

Tesa dijo...

Muy bueno, muy bueno, muy bueno.
Me encanta.

Dana dijo...

Claro, y si yo ahora digo que a mi me encantas tú, parecerá peloteo. Pero es que, tú, sí que eres genial Tesa :)

Pa haberlo escrito yo, a mí también me gusta :P

Anónimo dijo...

La vida me ha tenido secuestrado varíos días, uno también tiene su propio engendro que lo ata, pero por suerte aún conservo los pies y no me aparecieron muñones.

Que relato más cabrón Dana, me ha encantado, y por no esperado, me trasbalsó incluso.

Besos muchos, y que conste que mi boca huele a licor del polo, a lo sumo a licor destilado.

Dana dijo...

Espero que también las manos y la boca. :) Xhavi

Y dile a la vida que aprenda a compartir y no te aleje tanto.

¿Cabrón? Curioso adjetivo para un relato.

Lo de tu boca, ni lo dudo. Petons.