- No es suficiente.
- Ni siquiera has mirado cuanto hay – le contestó el chaval, con las manos aún extendidas ante ella, llenas de monedas y algún billete arrugado.
- Te he dicho que no es suficiente – repitió María sin mirarle a la cara. Sabía que él tardaría unos cuantos meses en conseguir volver ahorrar una cantidad parecida.
- Pero es lo mismo que le cobras a todos – protesto Martín – me ha llevado meses conseguir este dinero. No es justo.
No entendía porque se negaba. Era puta y necesitaba el dinero. Lo sabía porque Gregorio, el de la gasolinera, pasaba muchas noches con María en el club. Antes se lo había hecho gratis, al menos se pavoneaba de ello, pero llevaba meses sin dejarle pasar ni una porque no tenía pasta.
- Ya. Pero a ellos no tengo que enseñarles como meterla. Eso es más caro. Si puedes pagarlo bien y si no, largo – espetó, esforzándose por resultar cruel e indiferente.
Todo el mundo sabía que Julián se estrenó con ella. De hecho, casi todos los muchachos del pueblo habían pasado por su cama. Estaba enfadado porque él deseaba más que ninguno de ellos pasar un rato enredado en su piel y, sin embargo, ella se lo ponía cada vez más difícil. No era la primera vez que intentaba acostarse con María.
- No soy virgen – contestó indignado- puedo demostrártelo – e intentó de forma algo torpe resultar minimamente dispuesto.
Ella arqueó las cejas y reprimió el impulso de preguntarle con quien, de saber como había sucedido. Necesitaba ganar tiempo, pero se había quedado atorada en aquellos ojos azul intensos, absorta en sus propios fantasmas y dibujando imágenes que su cabeza sabía de memoria.
- Sólo eres un crío. Un menor de edad que podría buscarme problemas – respondió al fin, sacudiéndose las imágenes que se agolpaban en su cabeza.
- Tengo dieciocho años – balbuceó él. El bulto de su entrepierna le oprimía los pantalones hasta hacerle rabiar de dolor. Estaba tan bonita, con los hombros al aire y el cabello recogido de forma imprudente. Le había mirado de una forma tan extrañamente tierna que, durante unos instantes, él pensó que ella cedería y la simple idea le excitó de forma brutal – los cumplí la semana pasada.
- Te he dicho que no, Martín. Es suficiente – suspiró exasperada. Se dio la vuelta en el taburete y le pidió a Pedro un whisky sin hielo tratando de reprimir una solitaria lágrima. Había olvidado su cumpleaños. Martín se giró, guardo el dinero en el bolsillo y sin sacar las manos de ahí arrastró los pies fuera del local.
Él llevaba dos años soñando con hundir su cabeza entre aquellas tetas.
Ella había pasado dieciocho años de su vida soñando como sería acunar esa cabeza entre sus pechos.
3 comentarios:
Cuanto más la leo, más triste y hermosa me parece.
Genial, demoledora, de perdedores a media voz.
A media voz te la cuento, encantador de serpientes.
Siempre te escucho así, bruja susurrante.
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