miércoles, 6 de febrero de 2008

MIDDLELANE




Recuerdo un otoño lluvioso que empañaba los cristales… Si creo que fue ese otoño. Recuerdo que el paseo de piedra que llega hasta la casa estaba lleno de hojas que crujían bajo mis pies.


Recuerdo que ya no había rosas y el agua del estanque reflejaba apacible las ramas del viejo sauce.



Middleland no siempre fue así, hubo un tiempo en el que aquellos muros de piedra estaban llenos de alegría, poblados de ecos y risas. En el estanque brillaban peces de colores y el sol se reflejaba entre las hojas de los arboles. Antes, cuando había vida, era un hogar completo. Hace ya mucho tiempo que todos se fueron... y poco a poco el abandono y la pena fue sumiendo aquel hermoso lugar en un sombrio paraje y la casa, otrora gozosa albergaba invitados, fiestas y bullicios, permanecía ahora con todos sus hermosos salones cerrados a cal y canto.


Creo que aquel día llovió sin cesar, una lluvia suave, fresca y cantarina que golpeaba los cristales del salón. Mi alma se sentía triste y viajera… supongo que por el tiempo, y me senté al piano intentando reflejar en cada nota mis sentimientos, para alejarlos de mí. Intentaba recordar los buenos tiempos, cuando todo era tan distinto... pero poco a poco esa belleza se alejaba más y más, quedando tan sólo el vacio que deja la soledad.

Llego Maureen y me advirtió de tu llegada, rogaba por ti y pidiendo tu cobijo. No pude negarme… puede que otro día, en otro momento, hubiese dicho que no, al fin y al cabo hacía tiempo que me había convertido en un ser austero y solitario, casí mezquino, pero con aquella lluvia resbalando los cristales y esas notas saliendo del viejo piano no supe decir que no.


No ceso de llover durante dos días, dos largos e intensos días llenos de horas plagadas de melancolía, soledad y quietud. La presencia de los criados era apenas perceptible, como a mi gusto se había ordenado, no note tu presencia ni hubo ningún comentario al respecto, por lo que casi olvide tu mera existencia. Al tercer día la lluvia ceso y Maureen, tímida, se presento ante mí con la noticia de que deseabas agradecer mi amabilidad y humildemente volvió a insistir con gran vehemencia porque te prestará atención.

Dado que soy curiosa por naturaleza no pude negarme a ver a ese sujeto que tanta piedad había suscitado en Maureen. Piedad… no estaba segura de que ese fuese el sentimiento que habías despertado en Maureen, pues al hablar de ti lo hacia con arrobo y un suave sonrojo en sus mejillas. Además después de tanto letargo y monotonía despertaron en mí unas repentinas ansias de ver el otro lado, la humanidad. Así pues, dispuse todo para que aquel día comieses conmigo.


Bendita la hora y el momento porque aquel día todo despertó en mí. Esperaba, no sé…, un viajero, un deshilachado y pobre trotamundos en mi mesa, un viejo… Y entraste tú, alto, esbelto, elegantemente vestido y con tus maneras tan finamente educadas. No podía creer que hubiese acogido con la servidumbre a todo un caballero. En aquel momento hasta me sentí grosera, me avergoncé de mi misma y recorde lo fácil que hubiese sido, en otros tiempos, ofrecerte una habitación, una cena agradable... en fin, ya estaba hecho.

Nunca había tratado mal a los criados, y no es que vivieran míseramente o en malas condiciones…. Pero no dejaba de ser una vergüenza para mí que alguien como tú estuviese viviendo con ellos. Ahora que lo recuerdo me produce risa.

Fue una comida maravillosa, tu conversación era amena, tu gratitud sincera hizo que olvidará donde y con quien habías dormido. Tu sonrisa hermosa y abierta, tu presencia agradable lo invadía todo. Reí hasta llorar, me hiciste hablar de mí, de Middleland, de todo lo que aquella inmensa mansión había sido en otro tiempo, de las luces, de las fiestas, del hermoso paseo de piedra que tantas horas de mi infancia había llenado, me hiciste pensar en mis sentimientos, en todos aquellos que creía arrinconados y olvidados, y afloraron a mí con ternura y cariño, desprovistos del dolor y el rencor que normalmente provocavan… era algo tan increíble viniendo de mí.


La comida acabó y tú te levantase con la firme intención de marcharte. Mi corazón sintió un pellizco, una punzada de dolor que oprimía fuerte mi pecho… hasta hubiese soltado una lágrima… pero entonces empezó a llover de nuevo.

Rompió la tormenta con una fuerza estrepitosa que hacía crujir todos los rincones de Middleland. Entonces sonreí, no podías marcharte, al menos no por ahora. No sabía cuanto duraría aquella bendita lluvia. Tal vez sólo un par de horas, quizás un día o dos… que importaba cuanto tiempo fuera… lo importante es que no te ibas a ir en aquel instante y eso, para mí, era más que suficiente.

Aquella noche siguió lloviendo y yo seguí disfrutando de tu compañía hasta altas horas de la noche. Agradecí a Dios esa lluvia y rogué porque a la mañana siguiente todavía continuase la lluvia, no entendía muy bien que era lo que me estaba sucediendo, porque de pronto anhelaba tanto sentir a alguién cerca, porque en aquel instante era tan importante para mí que aquella lluvía durase un poco más, … pero así fue.

Hoy hay rosas en el jardín. El sauce ya mece sus ramas y acarician el agua del estanque donde ahoran nadan peces de colores. El paseo de piedra se ha convertido en un camino de flores, en los bancos se disfruta de el aire de la tarde, las cortinas permanecen abiertas y el sol acaricia los cristales. Pero tú no te has ido. No te fuiste después de la lluvia, te quedaste conmigo en el frío invierno… y esta primavera seguirás aquí.


No es hermoso… como aquel otoño… como todos los días de mi vida desde aquel otoño.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me sigue fascinando esta historia. Toca ciertas fibras de mi corazón que no sé definir. Quizás también influye que sea una de las primeras que leí de tí. Siempre te imagino siendo élla.

Dana dijo...

A mi me sabe siempre a Otoño... y a sueños hechos realidad.