lunes, 18 de febrero de 2008

LUNA LLENA, LUNA NUEVA

Había sido un día duro y lo único que me apetecía era llegar a casa y estirarme en el sofá. No tenía fuerzas ni para quitarme el traje y ponerme el cómodo chándal, para desgalanarme de orfebrería ni borrar los trazos del maquillaje que aún disfrazaban mis rasgos, ni tan siquiera un rescoldo para desprenderme de los tacones... tan sólo soñaba con alcanzar el mullido abandono del tresillo.

No presumo de lo que no soy y tampoco me lamento de lo que no tengo, pero he de reconocer qué, a mis 42 años, la naturaleza no había sido excesivamente dura conmigo, mis pechos generosos habían sucumbido a la herencia lógica de la edad y al peso con cadencia leve, mi vientre poseía la redondez cálida que otorga la maternidad sin llegar a convertirse en un anexo desmesurado de mi cuerpo... y mi culo, bien mirado aún estaba en su sitio a fuerza de vivir en un cuarto sin ascensor y compartir ritmo de vida con mis piernas, así que aún podía permitirme que la altura de la falda se encontrará por encima de la rodilla y que las camisas vistieran dentro de la misma sin sentirme ridícula.

Al fin alcance mi objetivo, la única idea latente en mi cabeza desde que salí de la oficina, subir a velocidad máxima los cuatro pisos, abrir la puerta de casa y abandonarme rendida cual amante tierno a las telas y almohadones del sofá.

- Un mal día querida – me musitó sin apenas inmutarse desde el fondo de la habitación, con el sonido del tecleo constante del ordenador cómo compañía perpetua a casi todas nuestras mini conversaciones.
- Sí, un poco. Si no te importa me voy a quedar aquí tendida un rato.
- Claro querida – me respondió, tal cómo podía haberme respondido "Por mí cómo si té quedas de pie completamente desnuda frente al balcón"... tal cómo podía haberme respondido si yo le hubiese dicho "Horrible querido, me acaban de diagnosticar cáncer y me quedan dos horas de vida"; Hacía mucho tiempo que era así.

No sé muy bien en que momento Alejandro se acercó al sofá, con los ojos cerrados y la mente perdida hacía rato que había perdido la noción del tiempo, tampoco sé cuanto tiempo debió permanecer de pie, mirándome, pero de pronto percibí su presencia y entreabrí los ojos, un tanto molesta por la luz.

De repente era cómo si Alejandro no fuera Alejandro, había algo diferente en él, algo que me recorrió la columna vertebral, descendió cálido por mi vientre hasta convertirse en suave humedad en mi sexo.


Era Alejandro, con las mismas entradas de ayer, con esa incipiente calvicie monacal, con su camisa de rayas, la que le compré de rebajas en el hyper para el día del padre. Era el mismo hombre con quien hacía años compartía la cama, el mismo con quien, hacía años musitaba la misma rutina de besos imparciales al acostarnos, la misma distancia insalvable de dos cuerpos que aún rozándose ya no se dicen nada... y sin embargo, algo, tal vez el brillo y el deseo que latían en su mirada, la lujuria que hervía en aquellos ojos en ese momento, me lo presento de nuevo cómo el hombre más atractivo y seductor del mundo. Sé que mi mirada le respondió con el mismo deseo.

Apoyo su mano en mi pierna, a la altura de la rodilla, descendiendo hasta rodear firmemente el tobillo, con ese tacto suave que provoca el roce de la media, estiro de forma delicada del zapato negro que aún llevaba puesto y se arrodillo a mis pies para empezar a desgranar besos húmedos en la planta de mis pies, entre mis dedos, besos electrizantes al contacto que traspasaban el tejido elástico de las medias.

Cerré los ojos para absorber todas aquellas sensaciones intensamente, sensaciones nuevas, sensaciones viejas, familiares, casi olvidadas.

Alejandro ascendió con sus dos manos, frotando ligeramente las piernas, acelerando el ritmo de mis pulsaciones, introduciéndose por debajo de mi falda hasta llegar a la cinturilla del panty. A esas alturas volcanes descendían por entre mis piernas, caudales de lava ardiente azotaban mi sexo y mis pechos pugnaban por escaparse de la camisa de algodón algo tiesa a causa de la lejía.

Las medias desaparecieron, dejando a su paso el rastro de las manos calientes de Alejandro sobre mi piel y él volvió a postrarse y empezó de nuevo el suave goteo de besos cual astillas finas clavándose en mi cerebro, en el talón, en el tobillo, en las fisuras de la rodilla, en la cicatriz que la bicicleta dejó en mi pantorrilla el verano anterior. Mi falda... la ropa me encogía, me oprimía, me abrasaba dentro de ese traje chaqueta descolorido.

Muy despacio, cómo si fuera el objeto más hermoso del mundo, el tesoro más codiciado, la diosa más bella, él fue desvistiendo mis rahídas entrañas para cubrirlas pacientemente con besos nuevos, llenos de un calor transparente que saciaban el cuerpo y el espíritu. Recorriendo los caminos que hacía años nadie poblaba, bebiendo de manantiales que creía exhaustos, avanzando inexorablemente hacía simas y cumbres desbastadas por el olvido, alcanzando pedazos de piel para retarlos en un tét-a-tét.

Hacía tanto tiempo que no me sentía amada, tanto que unas manos de hombre, sus manos, no me recorrían como una luna nueva, un desierto por descubrir... que un repentino e inesperado orgasmo me sacudió, cual virginal ataque.

Al abrir los ojos mi mirada se encontró con la suya; me contemplaba satisfecho, inundado de amor, desbordado de deseo y yo le devolví la mirada, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.

En silencio y de la mano nos dirigimos a la habitación.

Aquella noche fuimos tan sólo Alejandro y María. No existían lavadoras por poner, informes por terminar, cena para dos en la mesa de la cocina ni conversaciones a medio gas... aquella noche tan sólo existían Alejandro y María, amándose, redescubriéndose, encontrándose de nuevo el uno en el cuerpo del otro, devorándonos cómo si fuera la primera vez, con ansia, con hambre de siglos atesorada en noches de ausencias.

Aquella noche, de nuevo, volví a sentirme viva, a ser, simplemente María.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Sabes que está es la historia que me enamoró de tí?

Jajajaja, es cierto.

Sigue resultando dulce y tierna. Es como nacer de nuevo y volver a sentirse hermosa.

Dana dijo...

¿Sabes que esas cosas nunca deberían confesarse?

Hacen que una se sienta extrañamente desnuda.

jajaja... No me lo creo :P

Capullo adorable.

ambrette dijo...

Si no fuera por esos momentos las historias que perduran en el tiempo sucumbirían ante el hastío y la rutina.

Sentirse una diosa solo depende del amor con que te miran los ojos de él y de la propia autoestima.