martes, 12 de febrero de 2008

ALGO MÁS


Probablemente para él no fui más que un polvo. Y ni siquiera sé si llego a ser un buen polvo, el polvo del siglo. Pero en mi retina queda su mirada dulce, traviesa y sus labios pronunciando mi nombre.

Hacía mucho que mi amiga y yo no salíamos juntas, solas, de parranda. Vive fuera y no nos vemos todo lo a menudo que quisiéramos. Aquella era una de esas noches e íbamos dispuestas a reventar la pista y reírnos hasta que nos doliera el cuerpo.

En la barra que quedaba en la terraza de la disco cotorreábamos sin descanso, apenas un suspiro para un trago. Y le vi, de reojo, sin perder apunte de nuestra conversación. Repantigado en la barra, como apoltronado contra ella con desgana y jocosidad. Recuerdo que, en cuanto adivine su gesto, la inclinación de su cuerpo delatando sus intenciones, pensé "Otro plasta que viene a jodernos la noche".

Se acercó al fin y se presento a Silvia. No me extraño, casi siempre había sido así pues resultaba terriblemente llamativa para los hombres. Pero mientras ella me daba la espalda y se saludaban con los besos de rigor, él, en uno de los besos me guiño el ojo, con una sonrisa pintada, mientras deambulaba por la otra mejilla me dijo "Hola preciosa". Y al sentir su voz resbalar por mi piel, algo se quebró dentro de mí de forma escandalosa y emocionada. En ese momento sentí que el plasta sí iba a jodernos la noche... porque yo quería algo que él ya tenía a quien entregar.

Resulto divertido el tipo (encima!) y cuando a mitad de la noche empezó a sonar música decente y bailable, decidí que era hora de dejar de estorbar y me fui a devorar pista y sentirme, ni que fuera por un ratito, la reina del mambo.

Para mi sorpresa no tardaron en seguirme a la pista y comenzamos a bailar en circulo, a pasárnoslo bien, a saltar como locas cuando la canción nos recordaba los viejos tiempos, a menear las caderas e incitarnos la una a la otra en un juego sexual de años de complicidad. Él saltaba de una a la otra con relativa frecuencia y, aunque la mayor parte del tiempo revoloteaba alrededor de Silvia, sobretodo si la canción requería de ese juego sensual de caderas... yo sentía que cuando su mano se posaba levemente en mi cintura, cuando aprisionaba mis muñecas y me obligaba a mirarle de frente, cuando en un achuchón, fortuito o provocado, nuestros cuerpos chocaban... me derretía en llamaradas, todo era distinto, era real y vivo, demasiado intenso.

Estaba un poco mareada, más bien embriagada del derroche de palpitaciones que mi cuerpo desprendía, de los vaivenes de mi vientre sacudido por corrientes que ascendían y descendían con cada envite suyo. Me fui al lavabo a respirar distancia.

Al salir me estaban esperando con las chaquetas y bolsos en la mano. No creí que fuera tan tarde y lo cierto es que la melodía de "fin de fiesta" sonaba y éramos apenas cuatro gatos en el local.

Se ofreció a llevarnos a casa. Pensé que me tocaba despedirme de Silvia, tal vez no la vería al día siguiente... pero se merecía aquel encontronazo.

Iba un poco en el limbo que hay como frontera entre el sueño embriagado y la mañana serena, así que no me di cuenta de que habíamos aparcado en la puerta de Silvia hasta que no se giro para decirme "Dana, pasas delante". Y un "sí, sí" atropellado y una despedida con abrazos y besos, un subirme en el coche en un traspiés y arrancar... todo sin darme cuenta de que estábamos solos y había arrancado el coche.

"¿ Estas cansada o aún te aguanta el cuerpo para un café? " y yo sin mirarle, con la vista más allá del parabrisas y plenamente consciente de esa sonrisa en sus ojos le dije "Sí, un café".

Para cuando llegamos a no sé que parte de la ciudad, con un parque arbolado y un pequeño "chiringuito" en el centro, yo ya estaba algo más repuesta. Nos bajamos y al quedarnos el uno frente al otro estallaron las dudas, las preguntas, la necesidad de respuestas.

- No entiendo... – trate de preguntarle mirándole a los ojos.

- Eres demasiado bonita para una noche oscura y el asiento trasero de un coche – respondió sin dejarme formular mis incertidumbres. Su mano alcanzó mi barbilla e irguiendo mi rostro para enfrentar nuestros ojos. Su otra mano, colocada a la altura de sus ojos, le protegía de los rayos del sol que despuntaban exigentes entre las nubes.

- A la luz del día estas deliciosa – y como para corroborar esa afirmación su lengua se acercó a mi barbilla y ascendió, entre deliciosamente suave y salvajemente rasposa por mi mejilla hasta alcanzar en un mordisco leve mi oreja.

Quería decir tantas cosas, tenía un nudo flotando en mi cerebro y otro en mi estomago, desanudados, desligados. Una bruma atolondrada de "No entiendo" se paseaba a sus anchas por mi cerebro vacío y una colección de vertiginosas mariposas se paseaban en tobogán por mí estomago.

Salva se limitó a tomar mi mano y arrastrarme lentamente hacía las mesas vacías de aquella terraza en un semi-bosque en plena ciudad. Nos sentamos y él colocó su silla cerca de la mía, frente a frente, nuestras rodillas se tocaban, no había huecos entre ellas pues los huesos buscaban la forma de acoplarse.

Tomamos un café. Seguía siendo un tipo divertido con preguntas oportunas y discretas disfrazadas en cómodas bromas, arrancando confesiones y disipando la neblina de mi cabeza, para dejarme confiada, a merced de nuestras propias palabras y el sutil juego de seducción que nuestras manos empezaban a danzar.

- Te parece si pedimos otro café y algo de comer. Tengo hambre.

Me incline para decirle que sí y no recuerdo muy bien como consiguió deslizar su rodilla entre mis piernas, como alcanzo a articular su cuerpo y el mío para quedarnos pegados, como si no existieran las sillas, los espacios muertos entre nosotros se habían extinguido.

- Eres realmente hermosa – susurro con voz ronca en mi oído y su boca húmeda se aposentó justo al lado del lóbulo para resbalar hasta mi garganta en un beso largo y mojado.

Su mano derecha descendió por la piel desnuda de mi escote en dirección a mi cuello y suavemente se posó en mi nuca, inclinando mi cabeza para dejar al descubierto más debilidades y perseguir la curva que dibujaba mi aorta. Después, llevo su mano a mi garganta para aprisionarla mientras sus labios buscaron los míos para envolverme en un beso urgente y posesivo.

- Vamonos – susurré entrecortada con un hálito de voz.

Me izó delicado cogiendo mis manos y me apretó contra su cuerpo en un abrazo estrecho y apretado hundiendo su cabeza en mi pelo y murmurando roncamente " Sólo oírlo de tu boca y ... " y sólo oírlo de la suya se encendían por mi cuerpo hormigas cosquilleando arriba y abajo.

Caminamos entrelazados. Enredados el uno en con el otro, dejándome llevar por sus manos en mi cintura, su cuerpo aprisionando el mío bajo su pecho, entre el hueco de sus brazos, mis pies entre sus piernas.

Me sentía torpe, inexperta, nerviosa y excitada. Como una adolescente en su primera vez. Como hacía mucho tiempo nadie me había hecho sentir.

Me deje llevar a un rincón entre los árboles, casi a los pies de un sauce y rodeada de olmos. Salva se despegó para colocarse frente a mí y empezar a desabotonar mi blusa, despacio, pasando los dedos por el hueco entre la tela y piel hasta encontrar el botón siguiente. Yo permanecía allí, de pie, dejando que cada contacto se convirtiera en una corriente eléctrica, un picotazo que iba encendiendo chispazo a chispazo mi cuerpo.

Ayudo a resbalar la camisa por mis hombros rasgando deliberadamente la piel caliente. Para retirarse y contemplarme un breve segundo, un instante sin tiempo a protesta pues enseguida estiro de nuevo los brazos para alcanzar con la yema de los dedos mis pechos, un jirón dibujado bajo el pliegue de la piel, rozando apenas la delicada calidez escondida y transformando una caricia en una erección de mis pezones.

Terminó de desnudarme despacio, sin prisas, mientras los primeros rayos de sol empezaban a calentar mi cuerpo desnudo. Sin dejar de mirarme maravillado, como si mi cuerpo fuese lo más hermoso que hubieran descubierto sus manos.

Mientras asaltaba mi boca con hambre, con ansia, con desespero, con una lengua que buscaba una y otra vez como encontrar la mía, enredarla y perderla para volver después a zambullirse en los entresijos de un beso, su cuerpo iba empujando el mío, atravesamos las ramas del sauce que se deslizaban hasta llegar al suelo y quedamos al resguardo en el interior del árbol, protegidos de todo y de todos.

Apretaba su cuerpo contra el mío y nos faltaban manos y boca para palparnos, para devorar pedazos de piel, mordernos, saborearnos y aprendernos.

Su mano tamborileaba sobre mi sexo como millones de suaves gotas golpeando aquí y allá para arrancar escalofríos, cosquillas y vaivenes de mi cuerpo. Cada vez que se hundía entre mis labios y resbalaba húmedo para perderse en mis entrañas mi cuerpo se agitaba para quedarse pequeño y derretido entre sus brazos, esperando la retirada o la victoria de su cuerpo.

Sentí el anuncio como ese primer temblor sobre mi pubis, justo cuando la palma de su mano oprimía levemente sobre él, para después notar las sacudidas en mi entrepierna, quemando en mis ingles y provocando el deseo de abrirme hasta partirme en dos y por fin el último espasmo, una convulsión que me obligó a cerrar las piernas sobre sus manos.

Pero no las retiró, permaneció allí, descendiendo el ritmo de sus caricias, suaves, apenas erosiones suaves que se deslizaban entre mi vello.

Quería doblarme, laxa y agotada. Mi cuerpo se vencía y con una mano en mi cintura, sin abandonar su otra posición entre mis piernas, me acompaño hasta tenderme en el suelo y apoyado sobre un codo, con la mirada ardiendo, brillante, me miraba fijamente en una media sonrisa colgada.

- Qué? – increpé con la risa escapándose por todos los poros de mi piel.

- Me gusta tu boca, el color de tus labios. Aún quiero más. Tu piel – y se acerco a mi hombro para aspirar su olor – huele para despertar el hambre. Eres delicada y sabrosa, para devorarte – y le dio un mordisco a uno de mis pechos, estirando travieso del pezón.

- Pues toma lo que quieras... aún hay tiempo.

Su camisa había desaparecido entre la guerra de manos buscándose y mi mano se deslizaba ahora por su pecho casi imberbe. Algún arañazo fortuito había marcado en rojo líneas de fuego descendiendo por su vientre que yo perseguía, hasta perderse en su bragueta abierta. Notaba su entrepierna caliente y el bulto palpitante clavado contra mi pubis, entre su mano y mi sexo y el calor traspasaba mi cuerpo arrancando nuevas oleadas húmedas entre mis piernas.

Sus caricias pasaron de ser enredos a nudos perfectos que se deslizaban entre mis labios, buscando la piedra angular de mi placer, rodeando en círculos para perderse y encontrarse.

Su boca mordisqueaba mis pechos, mi torso, mis costados, para ascender desde mi ombligo a mis clavículas convertido en salvia caliente, en lengua ávida, en besos mojados.

Atravesaba vértices y oblicuas con esos labios calientes y hambrientos en disparatados dibujos por mi piel encendida, buscaba mi boca y hurgaba con sus dedos entre nuestros besos provocando hambre y deseo en los míos. Necesidad urgente de sentirlo, de tenerlo, de morderlo y aprisionarlo. Pero no se dejaba atrapar, jugaba con mi boca una y otra vez para volver a perderse en cualquier rincón de piel nueva, como recién descubierta en cada nuevo encontronazo.

En mi sexo concluían todas las cuencas y senderos del placer que iba arrancando en cada hábil movimiento, cada vez más húmedo, más necesitado... con una eclosión a punto de estallar de nuevo entre mis piernas, más vertiginosa y salvaje que la anterior.

Y yo quería, necesitaba, deseaba tenerlo dentro y abrí mis piernas, revolviéndome inquieta para provocar que su pene quedara encerrado y atrapado, para sentir como se apretaba contra mí mientras con los pies iba empujando de sus pantalones, tratando de romper las fronteras que aún nos separaban.

Todo él se encogía, menguaba, alejándome de mi objetivo, para sorprenderme con su cabeza hundida entre mis caderas y arrancarme un gemido ronco y un espasmo sorprendido al sentir su lengua hurgar, primero fresca y desconocida, luego cálida y sabida explorando entre los pliegues, hundiéndose en mis entrañas, provocando la hinchazón de mi clítoris, la explosión de mis pezones, el arqueo indescifrable de mi espalda. Me recorría como si siempre hubiera estado allí, conocedora de cada recóndito lugar de mí, pero redescubriendo montañas, laderas y pliegues de un universo escondido entre mis piernas.

Resbalaba en un río de sensaciones, saboreaba con lametones intensos y mordisqueaba con suaves masajes mi clítoris henchido hasta que de forma abrupta e intensa exploto un placer agotador en todo mi cuerpo, rendida y vencida. Sin saber muy bien como había sido asaltada por ese orgasmo brutal que cimbreaba aún en agitados terremotos sacudiendo mi cuerpo.

Una sensación húmeda resbala por todo mi cuerpo caliente. Había empezado a llover y las gotas frescas y dispares, mitigaban el ardor en mi piel, el dolor exhausto del vencido. Un rocío de agua renovando mis sentidos extenuados.

Su cuerpo, como un parapeto cálido y protector se coloco sobre mí y comenzó una delicada busca y captura de las gotas dispersas que habitaban los huecos donde su piel no alcanzaba a cubrirme, bebiéndose de mi rostro cada nueva salpicadura, devorando ansioso del triangulo de mi cuello, persiguiendo desesperado el descenso por mis mejillas hasta perderse en la comisura de mi boca.

En cada beso le devolvía un poco de calor a mi cuerpo, sentía su pecho palpitando sobre mí, su pasión aún encendida empujando entre mis piernas, su deseo revolverse sobre mi piel, frotando lapidario y sin pudor mi carne dolorida.

Se acopló en mis entrañas, cálido y perturbador, mirándome a los ojos impregnado de deseo, de ternura... de algo muy parecido al amor. Lentamente, con un vaivén cadencioso, el vello de sus brazos rozaba mi rostro y sus manos se enredaban en mi pelo revuelto.

Me penetraba con un ritmo loco, turbulento, ascendía y descendía hilvanando deseo en mí, ansía y urgencia por apretarlo, por hundirlo. Aceleraba despacio, como si tuviéramos toda una vida para provocarnos placer, arrancando gemidos en cada envite, erizando de nuevo mis entrañas que ardían poseídas de hambre, codiciosas.

Golosa me iba dejando llevar, arrastrar a las profundidades del límite entre el conocimiento y el limbo, abrumada, en un universo dónde sólo existía él, sobre mí, dentro de mí, haciéndome suya.

En una curva que ascendía lenta y continua, imperturbable hacía el clímax, hasta estrellarse en un orgasmo que nos quebró en dos, en uno.

Encontrándome de bruces con un espasmo que sacudió todos mis cimientos, tambalearon mis hombros, estallaron mis pechos, se dobló mi espalda y cedieron mis piernas. El placer venció al cuerpo, como si viviera un último estertor, sacudido y jadeante en una contorsión estremecida, emocionada.

Aún permanecimos largo rato el uno sobre el otro, en silencio, dejando que se vaciaran poco a poco las últimas convulsiones, sintiendo la lluvia refrigerar los sentidos, recuperando el aire en nuestros pulmones.

Despierta y viva, a pesar de un cuerpo extenuado pero palpitante. Los sentidos aún en pie, saciados pero ágiles.

Salva levantó su cabeza hundida en mi cuello y un gemido de protesta escapó de mis labios. Me miró con una sonrisa que yo le devolví disfrazada de mohín.

- Creo que estas aún más hermosa que anoche.

Y anoche me pareció tan lejano, tan imposible... tan real aún su piel sobre la mía y el sabor de su boca.

- ¿Quieres que vayamos a comer algo? No sé porque tengo tanto apetito – disimuló una sonrisa traviesa alzando la vista al cielo – de todos modos son casi las dos de la tarde.

Me ayudó a levantarme izándome de un plumazo, nos sacudimos las hojas el uno al otro y nos vestimos, abrochándome él la blusa mientras yo subía la cremallera de su pantalón.

Mientras intentaba ordenar mis rizos atusando con las manos aquí y allá, entretenida en mi propio universo y concentrada en un punto en el suelo, sabía que me estaba mirando, con esos ojos dulces que había memorizado para mí.

Al fin levante la vista para enfrentarme una sonrisa destructora que me desarmaba por completo.

- Hola preciosa – me dijo.

- Hola – respondí con una sonrisa, como si empezáramos de nuevo, como si todo fuera desde siempre.

Reaparecimos al mundo fuera de las hojas del sauce, de la mano, silenciosos, unidos por algo extraño y nuestro. Caminamos sin mediar palabra, sintiendo nuestra proximidad y acariciándonos los dedos entrelazados.

Comimos en el mismo chiringuito dónde, tal vez sí hacía siglos, intentamos desayunar. Ahora estaba lleno de gente, de ruidos bulliciosos y jaraneros que nos sacaron de nuestra abstracción y nos envolvieron en una realidad cotidiana.

Salva recuperó esa compostura de chico simpático y extrovertido, de conversador experto y agradable, de oyente atento e interesado. Un primer plato, un segundo, un postre, un café, otro café, un carajillo...

A las seis y media de la tarde se plantaba en la puerta de mi casa. Yo me bajaba del coche, queriendo pero sin querer. Asustada y feliz.

Él se atrincheró ante mí y me acompañaba hasta la portería.

- Dana.

Oí mi nombre de su boca por primera vez, y un regocijo extraño y una pena increíble me atenazaron las entrañas. Le miré a los ojos, sabiendo que sabía, que entendía.

- Dana, eres una estrella entre luceros. Brillas siempre, sin necesidad de luces y reflejos artificiales. No dejes nunca que nadie te haga creer lo contrario.

Y me beso. No sé si fue el beso más largo de la historia, no sé si yo quise retenerlo así para mí y dejar que perdurará incluso cuando me lance sobre mi cama y hundí mi cabeza en la almohada. Pero aún puedo morder mis labios y recordar el sabor de su boca.

No le he vuelto a ver. No le he buscado. No necesito buscarle. Me dio más de lo que yo esperaba recibir y, algunas veces, las cosas están bien como están. De todos modos sé que, si él quisiera, sabría como encontrarme. Es posible que para él no fuera más que un polvo. Y ni siquiera sé si llego a ser un buen polvo, el polvo del siglo. Pero en mi retina queda su mirada dulce, traviesa y sus labios pronunciando mi nombre. Y un par de regalos en la piel y en el alma.



5 comentarios:

Anónimo dijo...

Es curioso pero siempre me ha parecido tu relato más triste. De hecho, cuando lo leo, me olvido del sexo y sólo veo la tristeza de un patito feo. Me duele incluso leerlo y pensar en la chica, sintiéndose tan insgnificante para él.

Dana dijo...

Pero no es triste, porque ella no fue insignificante para él.
Y porque él, la transformo en el cisne que escondía bajo el disfraz.

Anónimo dijo...

Pero siempre pienso que el jodido gilipollas no supo que la felicidad se la había escapado de las manos.

Dana dijo...

Es una posibilidad. Como otra cualquiera.

Puede que fuera un brujo hechicero, un maldito encantador de serpientes que regalaba sólo la dosis adecuada de felicidad.

Anónimo dijo...

De ésos no te fíes, princesa. Sólo con charlatanes embaucadores. Si lo sabre yo...