lunes, 11 de febrero de 2008

LICUACIÓN



Te necesito. Tal vez nunca te haya necesitado tanto. Seguramente nunca ha sido tan imposible tenerte. Probablemente jamás he estado tan poco dispuesta a reclamarte.

Me muero por dentro. Me deshago, licuándome poco a poco, vaciándome de mí misma y de todo cuanto un día amé en mí, de todo aquello que un día amaste de mí. Me escurro por debajo de una puerta cerrada, haciéndome minúscula, transparente, casi invisible, para no reconocer ni mi reflejo en el suelo, ni mi mirada en el espejo.

Pero no puedo abrir esa puerta, no tengo fuerzas para derribar esa frontera y me dejo ir, pensando que tal vez, tal vez si consigo ser tan escurridiza e imperceptible consiga colarme a través de algún resquicio y rehacerme de nuevo al otro lado de esa maldita puerta.

No es cierto. No puedo hacerlo. Y a medida que lo voy intentado voy dejando jirones de alma, voy perdiendo en el camino pedazos que ya no podré recuperar y en el bagaje ya no quedan las fuerzas, se sacudieron entre algún roto, poquito a poco, gajo a gajo... ni tan siquiera hay ira, ni dolor, sólo una profunda angustia y un deseo extraño de ponerle fin.

Y lamento ese deseo. La angustia que me produce reconocerlo como mío, saberlo y masticarlo cada día como único alimento. Así me pierdo y me consumo. Así no me encuentro.

Te necesito. Quiero hacerme pequeña para que puedas envolverme en un abrazo cerrado y el ruido no llegue, los gritos no entren, el frío no me hiele los huesos. Quiero que la música que anidaba en tu voz se cuele en mi oído y resuene por las paredes de este cuerpo mío que se siente tan vacío.

Vacío sin ti, sin mí. Sin nada de lo que hemos construido. No lo arrasó un huracán, sino pequeñas tormentas fueron menguándolo hasta dejarlo en lo que es hoy. Hasta dejarlo en nada.

Y yo no puedo caber en ese nada. Por muy pequeña que quiera hacerme, ya no hay sitio para mí en ese nada. No sé vivirlo... o ya no quiero vivirlo.

Había cosas importantes. Recuerdo vagamente una razón para luchar, un motivo para ponerme en pie cada mañana, decenas de sonrisas para colgarlas en mi boca. Besos... había besos pegados de ternura.

Pero cada vez son un recuerdo más vago y lejano. A cada paso me cuesta más concentrarme en ellos y saber que existieron, que fueron reales... tal vez se escurrieron también del saco a medida que me voy diluyendo.

Y no es un fluir lento, mi amor, me disuelvo sin esfuerzo, pero aletargada, despacio. No me estoy dando cuenta de cómo se seca mi piel, como escuecen las heridas, como se derriten los sueños... apenas soy consciente hasta que de golpe quiero buscarlos. Entonces me doy cuenta de que ya no están.

Como tú. Tú ya no estas.

Al girar una esquina en el camino y volver la vista atrás me he dado cuenta de que tus pasos ya no me siguen, de que tampoco te veo unos metros delante de mí. Yo me he dado cuenta de repente, con ese golpe atronador de angustia que ha sacudido mi esqueleto. Pero al mirar mis manos, al sentirlas inertes y ajenas, translucidas... siento con una certeza indescifrable que no fue ayer, que el peso que sentía en mis espaldas no era más que tu ausencia.

No quedan palabras por decirnos, ni miradas que lo digan todo, ni tan siquiera un maltrecho abrazo que salve alguna herida para no resquebrajarme del todo. Puede que no nos dijéramos nada a tiempo... puede que habláramos demasiado. Ya no lo recuerdo.

Se me emborrona la vista. No pasa nada, no es más que un desaguisado más que recomponer.

Son lágrimas. Lágrimas que no son de amor, ni de desamor, ni de alegría, ni de tristeza... lágrimas que se funden para terminar de hacerme desaparecer, para alcanzar al fin la evaporación.

Si algún día quieres darte cuenta, mi amor, y de repente ya no me encuentras a tu lado, no creas que ya no te quiero, no creas que he dejado de quererte... sólo me he dejado ir entre los suaves empujones que me ofrecías, en disipación transmutada entre mi corazón y mi alma.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ayyy Dana...

¿Sabes hasta dónde me ha llegado esta "Licuación"?

Hasta ahí, sí.

Maga de las palabras, genial juntaletras.

Anónimo dijo...

¿Cómo puede un ser tan hermoso, escribir algo tan dolorosamente triste?

Quizá porque por encima de triste, es casi tan hermoso como tú.