miércoles, 17 de noviembre de 2010

VOLVER



Me sentía extrañamente confusa, aletargada… con el cuerpo pesado. Estaba despierta, o eso me parecía. Parpadeé un par de veces intentando centrar la vista pero no conseguía ver nada, un manto blanco cubría mis ojos y no me permitía discernir nada más allá de ese fulgor cegador de un manto inmaculado. Pero tenía que estar despierta, seguro que lo estaba. Muy despacio intente mover mi cuerpo, asustada y expectante, sacudí suavemente los dedos de las manos, apenas un temblor, mientras contaba hasta diez. Hice lo mismo con los pies. Podía controlarlos, estaba despierta. ¿Por qué no conseguía ver nada entonces? ¿Por qué no podía abrir mis ojos? Empecé a ponerme nerviosa, a sentir el pánico apoderarse de mis músculos entumecidos.


Volví a abrir los ojos, esforzándome por sentirlos abiertos. Era como volver a la realidad y encontrarse con el cuerpo aplastado por la nada. La nada más absoluta y vacía que recordaba haber sentido nunca, en mi intensa existencia. Concentré todo mi empeño en no dejarme vencer por la desazón y la angustia que palpitaba en mi garganta y me revolví inquieta sacudiendo el sudario en el que me sentía amortajada mientras mi mente, libre de la atadura del terror dejaba aflorar los recuerdos.


La sabana se deslizó suavemente dejando mi rostro al descubierto y tuve que pestañear varias veces para que la luz no me cegara. Oí a alguien murmurar un ‘pobrecita’ mientras apartaban un intenso foco de mi cara.


- ¿Estas bien? – preguntó un hombre de rostro arrugado, ojos de un azul líquido y cabello cano.


Asiento con los ojos, con ese leve pestañeo, sin poder articular aún palabras.


- ¿ Recuerdas por qué estas aquí? – su mirada es preocupada y, aunque pretende transmitir calidez, no lo consigue, más bien me inquieta. Vuelvo a asentir y esta vez, haciendo un esfuerzo, trato de hacerlo con la cabeza, esperando que su severa mirada cambie.


- Eres el sanador – articulé al fin, por encima del dolor, intentando apaciguar el reproche que leo en sus ojos.


- Eso no es lo que te he preguntado – el estupor por su abrupta respuesta se refleja en mi rostro y él, inmediatamente, interpreta esa sorpresa disgustada como ignorancia – Es normal que estés ligeramente confusa.


- Esta asustada – pronuncia una mujer a su lado – no confundida.


Al girar la vista hacia ella descubro una mirada de color miel que sí resulta cálida y confortante, con una preocupación cariñosa aprieta mi mano. Es la empática. No me cabe duda. Pero el sanador la mira disgustado y contrariado, como si su opinión no le importara prosigue.


- Sentías un dolor en el costado izquierdo de tu espalda, por encima de la zona lumbar, casi al final de tus costillas. Viniste a nosotros para que lo eliminásemos porque cada vez era más fuerte, te oprimía el corazón y te costaba respirar, hacía que las lágrimas brotasen de tus ojos. La zona no irradiaba ese color azul sereno que debería. No hemos descubierto la causa certera de dicho dolor pero, al examinarte, hemos localizado unas terminaciones inconexas en la zona emocional. De tu corazón aún pendían unos lazos afectivos que estaban cortados, no tenían el ciclo completo y no podíamos cerrarlos, así que los hemos extirpado. Era absurdo que estuvieran ahí y totalmente insólito – sonrío satisfecho de si mismo antes de proseguir – Nosotros no desperdiciamos energía en mantener latentes esas extremidades y, normalmente, nosotros mismos estamos preparados para eliminarlas de nuestro organismo como residuos una vez que se han cortado, independientemente de si ha sido de forma abrupta o algo preconcebido. Son despojos inútiles, cabos que no encuentran donde anclarse, sentimientos desperdiciados que caen al vacío porque al final del extremo no hay quien los reciba. Al eliminarlas, es como si la presión se hubiera reducido y la zona ha cobrado ligeramente el color óptimo. Puedes volver a casa.


Palmeó mi brazo en un gesto que pretendía ser cariñoso y resulto condescendiente. La empática colocó su mano con suavidad bajo mi espalda y me ayudó a incorporarme. Al respirar noté como ya no dolía y me pareció totalmente innecesario preguntar nada a esos ojos satisfechos de su proeza que no me darían respuestas.


Volví a mi casa, recuperé con normalidad todas mis rutinas, incluso algunas que había abandonado por la desidia que me provocaba ese molesto dolor punzante en mi costado y que ahora ya no sentía, hábitos como la de sacar a pasear a Ritmo y disfrutar de sus caricias o querencias como la de sonreír ante el gesto amable de un desconocido.


Sin embargo, a pesar de todo, del estado liviano de mi espíritu, de las tareas que realizaba con cómoda inercia e incluso de la aparente calma con la que era capaz de sonreír, algo en mi interior no estaba bien, lo sentía palpitar a ratos, en momentos incómodos en los que no me sentía yo y me daba cuenta que, todo lo demás, todo lo que me rodeaba, eran forzadas circunstancias que pretendían engañarme con esa normalidad absoluta que envolvía todo.


Yo no estaba bien. Puede que ya no me doliera nada, pero no estaba bien, no era yo. Yo, ya no era yo, por muy perfecto que fuese mi azul.


Sopese durante algunos días la posibilidad de dirigirme al centro y hablar con el sanador pero la idea me resultaba revulsiva y la repelía cada vez que afloraba a mi cabeza.


No podía continuar así, viviendo una vida que no era la mía y que cada vez me resultaba más vacía, más desconocida, más propia de otro que no fuera yo. Al menos, del yo que recordaba. Aunque los recuerdos, mis recuerdos, eran como una nebulosa vaga y lejana, difuminada y sin rasgos concretos.


¿Cuál era el problema? Trate de centrarme en las palabras del sanador. Terminaciones inconexas que había extirpado. Pero ¿Cuáles? Y ¿Quién era él para decidir qué o quien eliminar de mi vida, qué sentimiento borrar o anular para siempre, que persona hacer desaparecer de mis recuerdos, que lugar desdibujar de mi memoria?


No estaba conforme con esa decisión. No era normal que alguien como yo se rebelara contra algo así pero, a medida que la rebeldía se hacía grande en mi interior yo me sentía más fuerte y decidida a recuperarme, aunque eso significara que el dolor volviera a instalarse en mi cuerpo.


Claro que, no sabía muy bien como o qué hacer para instaurar de nuevo esos lazos ¿Por donde debía empezar? ¿Sería necesario un sanador para ello? Sin embargo algo golpeaba en mi cabeza pugnando por salir, era algo que había oído, algo que conocía… eso era, los recuerdos. El yo que yo recordaba ¿Cómo era ese yo? ¿Cómo hacemos para recuperar los recuerdos?


Pensé que si empezaba con algo fácil y conseguía que alguno de esos recuerdos, de esos sentimientos, de esos vínculos regresaran a mí, el resto encontraría el camino.


Pasee muy despacio por la casa vacía esperando que algo me sacudiera, recorriendo con la yema de los dedos los muebles por si un contacto provocará alguna corriente en mí, un objeto, un color… mi vista se topo con una foto de Ritmo y yo el día que cumplió un año. Las fotos. Tal vez ellas me dieran las respuestas que necesitaba.


Busqué desesperadamente las cajas que se apilaban junto a los libros y abrí apresuradamente la primera, con urgente ansia. Allí mismo, tirada en el suelo, las repase una a una, primero lentamente, devorando los detalles, esperando que la respuesta estuviera escondida en algún rostro familiar o un rincón mágico. Después, más rápida, segura de que el chispazo saltaría al primer golpe de vista… hasta que terminé la tarea de forma mecánica y desesperanzada.


Devoré dos cajas sin éxito y agotada emocionalmente me derrumbé allí mismo, en el suelo, con el abatimiento como compañero de sueño.


Debía albergar alguna esperanza aún oculta porque, al despertar, sin pensarlo siquiera cogí la siguiente caja y me senté en el sofá. En la décima foto la vi. Era Blanca. Habíamos estudiado juntas y, durante mucho tiempo, mantuvimos el contacto a pesar de haber terminado la carrera. Escrute su rostro, que imaginaba sería muy distinto ahora ¿Qué había pasado? Lentamente hice el camino con ella de la mano, lo vivido y lo que no vivimos. Desapareció de mi vida hace tiempo, es cierto, recordaba el cuando y el como, e incluso el porqué que me di entonces… pero también recordé que nunca me convenció aquel porqué y que jamás asimilé el motivo. Recordé que, a pesar del tiempo transcurrido, del dolor que en su momento causó la escisión, yo aún la recordaba. Y lo hacía con cariño. La echaba de menos, aún la quería. Ese era uno de los lazos que seguían ahí, abiertos, pendientes y sin final porque para mí no tenía final, seguían dispuestos a que ella estuviera al final.


Sin apenas esfuerzo, poco a poco, fueron apareciendo todas las personas que, alguna vez, habían significado algo en mi vida y ya no estaban, por distintos motivos. Todas esas personas a las que había querido y amado y que ya no estaban en mi vida pero, sin embargo, yo aún las sentía ahí, no podía obviarlas, borrarlas y hacerlas desaparecer porque el sentimiento estaba vivo para mí.


Descubrí que, pensar en alguna de ellas, provocaba ese dolor agudo al respirar. Pero no me importaba porque, descubrí también que sin ellas, yo no era yo.


Siempre se puede elegir, así que elegí no borrar a ninguna de esas personas de mi corazón, aunque para ellas yo ya no significara nada, esa espiga permanecería en mí, sin anudar. No cabía en mi el olvido, ni tampoco el odio con el que, en ocasiones, nosotros poníamos el final a ese cabo. No quería odiarlas ni hacerlas desaparecer, así que decidí que permanecerían aún cuando me causaran dolor. Porque esa, era yo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Sanador-Senador?

Que obvio y evidente es Dana.
Te acompaño en tu dolor, no sé que te hicieron esos monstruos (Senador y la puta de Azazel) pero debieron de hacerte mucho daño.
Sólo una pregunta, ya que he de confesarte que es mucho más interesante este Gran Hermano que os habeis montado en la red de redes.
¿No estabas felizmente casada?

Dana dijo...

¿Y no sería alegremente divorciada?
:D

Si es que, en realidad, no os enteráis de nada, pero os gusta creer que sabéis tanto.

¿Has leído ‘La Huesped’ de Sthephenie Meyer? A lo mejor te ilumina un poco sobre mi entrada y no pareces tan despistado/a. Y el libro no esta mal, en serio.

No quiero perder el tiempo contestando más de estos, este sitio no está para esto, por favor.

Xhavi dijo...

Hace pocos días volví.

No lo pensé, en absoluto fue algo premeditado, ni siquiera recuerdo que me llevó a hacerlo ni que pensamiento originó mi regreso, pero volví, como arrastrado por una vieja y poderosa inercia o, quizá, fuerza motriz.

Y ahora, al reincidir, sonrío.


PD. Sólo los obvios dan todo por obvio y evidente. Llega a despertar ternura tanta puerilidad a la hora de sacar tan simples conclusiones.

Doris dijo...

Me da mucho gusto volver a leerte despues de mucho tiempo de aucencia; a veces los recuerdos duelen mucho pero a veces sin ellos no estariamos vivos pues son parte de nuestro sentir, es bueno tomarse un respiro y volver a vivir, toda experiencia es una esnseñanza.

Dana dijo...

Ya decía el tal Aristóteles, para superar la ignorancia hay que despejarse de lo obvio... y hay gente tan apegada a su ignorancia.
Que gustito que hayas vuelto, tú y tus pedacitos reconstruidos que tan bien huelen.

Doris… es una historia a medio camino entre sentirse humano o un extraterrestre :$, más bien ficción... pero gracias. Y, ser uno mismo aunque duela, forma parte de esa maravillosa cualidad. ¿Que hay mejor que estar vivo?