Si creyera en el cielo y el infierno, pensaría que estaba pagando por todos sus pecados. Si creyera en buenos y malos, pensaría que es un ángel que ha caído en un purgatorio poblado de diablos. Si creyera en algún equilibrio cósmico, en alguna clase de karma, tal vez pudiera aferrarse a algún ajuste de cuentas... pero a duras penas creía en ella misma.
Necesitaba un golpe de suerte en el que no confiaba.
Estaba sentada sobre el tapete, una pierna afianzada sobre la tarima, en la otra su pie danzaba a escasos centímetros del suelo y el tacón de sus botas rozaba de tanto en tanto el desgastado parquet, provocando un ruido sesgado que podría haber hecho perder los nervios a cualquiera. Pero ella, no era cualquiera.
Había planeado minuciosamente la jugada anterior. Mientras su contrincante estudiaba la mesa, ella se había paseado descuidadamente a su alrededor, inclinándose frente a él y mirándole a los ojos, ignorando nada que no fuera aquel hombre y desviando la mirada de tanto en tanto hacía su paquete. Sabía la perspectiva que ofrecía desde aquel ángulo, era plenamente consciente de la visión de sus pechos cuando aquel escote en V se abría. Quería ponerle nervioso y no le importaba jugar sucio. Por una vez en su vida, respetar las reglas era lo menos importante.
Puede que lo hubiese conseguido o que aquel tipo fuese condenadamente malo, pero falló su carambola y ella tenía una última oportunidad.
No pensaba desperdiciarla. Nada ni nadie impedirían que ganará aquella partida, no podía perder esa apuesta. Simplemente esa no era una posibilidad.
Hay muchas formas de vivir la vida, algunas buenas y muchas malas... pero no hay demasiados modos de salvar la vida. No una vida como la suya.
Había oído con frecuencia aquello de ‘A veces se gana y otras se pierde’ y esta, tenía que ser un A veces.
Sus dedos se afianzaron sobre la tela, firmes sobre la mesa. Resbaló suavemente el taco entre las manos, sintiendo el tacto rugoso de la madera, acompasando el movimiento a su respiración, notando el pulso de su corazón golpear rítmicamente el palo. Hasta ser una prolongación de ella misma. Se inclinó levemente y golpeó de lleno la bola consiguiendo una ranverse perfecta.
Levantó la mirada. El tipo que había apostado por su colega miraba sus tetas. El otro parecía no ser consciente de haber perdido la partida, con la mirada fija en la mesa y la boca abierta. No quería parecer arrogante, no quería precipitarse, así que contuvo la respiración y se incorporó despacio, procurando no dejar entrever ningún atisbo de emoción, que la excitación que sentía en su vientre no se filtrará por los poros dilatados su piel.
Por el rabillo del ojo vio a Raúl y su sequito entrar en el bar, justo en el momento en que su pasaporte hacía la libertad decía algo que no entendía, una frase que no lograba abrirse paso hasta su cerebro.
- ¿Qué has dicho?
- Que has perdido. No voy a pagarte la pasta. Tenias los dos pies levantados y eso anula tu victoria. La pasta es mía.
- ¿Qué, Princesa, apostando con el dinero ajeno? ¿No te han dicho nunca que las niñas buenas no hacen eso? – espetó Raúl manoseando su puño americano como su fuera una extensión de su polla.
Y en aquel jodido instante supo, con certeza absoluta, que ninguna ley, ni tan siquiera la del puñetero Murphy, gobernaba en su vida y que, con suerte, ella tendría que volver a casa con el labio partido, algunas costillas menos y sin blanca en los bolsillos. Y con un poquito más de suerte moriría desangrada en el callejón.
Aunque ella, no creía demasiado en la suerte, en particular, en su buena suerte.
Necesitaba un golpe de suerte en el que no confiaba.
Estaba sentada sobre el tapete, una pierna afianzada sobre la tarima, en la otra su pie danzaba a escasos centímetros del suelo y el tacón de sus botas rozaba de tanto en tanto el desgastado parquet, provocando un ruido sesgado que podría haber hecho perder los nervios a cualquiera. Pero ella, no era cualquiera.
Había planeado minuciosamente la jugada anterior. Mientras su contrincante estudiaba la mesa, ella se había paseado descuidadamente a su alrededor, inclinándose frente a él y mirándole a los ojos, ignorando nada que no fuera aquel hombre y desviando la mirada de tanto en tanto hacía su paquete. Sabía la perspectiva que ofrecía desde aquel ángulo, era plenamente consciente de la visión de sus pechos cuando aquel escote en V se abría. Quería ponerle nervioso y no le importaba jugar sucio. Por una vez en su vida, respetar las reglas era lo menos importante.
Puede que lo hubiese conseguido o que aquel tipo fuese condenadamente malo, pero falló su carambola y ella tenía una última oportunidad.
No pensaba desperdiciarla. Nada ni nadie impedirían que ganará aquella partida, no podía perder esa apuesta. Simplemente esa no era una posibilidad.
Hay muchas formas de vivir la vida, algunas buenas y muchas malas... pero no hay demasiados modos de salvar la vida. No una vida como la suya.
Había oído con frecuencia aquello de ‘A veces se gana y otras se pierde’ y esta, tenía que ser un A veces.
Sus dedos se afianzaron sobre la tela, firmes sobre la mesa. Resbaló suavemente el taco entre las manos, sintiendo el tacto rugoso de la madera, acompasando el movimiento a su respiración, notando el pulso de su corazón golpear rítmicamente el palo. Hasta ser una prolongación de ella misma. Se inclinó levemente y golpeó de lleno la bola consiguiendo una ranverse perfecta.
Levantó la mirada. El tipo que había apostado por su colega miraba sus tetas. El otro parecía no ser consciente de haber perdido la partida, con la mirada fija en la mesa y la boca abierta. No quería parecer arrogante, no quería precipitarse, así que contuvo la respiración y se incorporó despacio, procurando no dejar entrever ningún atisbo de emoción, que la excitación que sentía en su vientre no se filtrará por los poros dilatados su piel.
Por el rabillo del ojo vio a Raúl y su sequito entrar en el bar, justo en el momento en que su pasaporte hacía la libertad decía algo que no entendía, una frase que no lograba abrirse paso hasta su cerebro.
- ¿Qué has dicho?
- Que has perdido. No voy a pagarte la pasta. Tenias los dos pies levantados y eso anula tu victoria. La pasta es mía.
- ¿Qué, Princesa, apostando con el dinero ajeno? ¿No te han dicho nunca que las niñas buenas no hacen eso? – espetó Raúl manoseando su puño americano como su fuera una extensión de su polla.
Y en aquel jodido instante supo, con certeza absoluta, que ninguna ley, ni tan siquiera la del puñetero Murphy, gobernaba en su vida y que, con suerte, ella tendría que volver a casa con el labio partido, algunas costillas menos y sin blanca en los bolsillos. Y con un poquito más de suerte moriría desangrada en el callejón.
Aunque ella, no creía demasiado en la suerte, en particular, en su buena suerte.