Llueve, y en el
cristal resbalan recuerdos qué se acumulan en el alfeizar de la ventana.
Algunos se deslizan suavemente, apenas imperceptibles y desaparecen, otros en
cambio emborronan la vista agolpándose de forma continuada y machacona uno
sobre otro.
En algunos estás
tú, imperceptible y suave como una caricia secreta. Tú cuando éramos un
nosotros delicioso lleno de suspiros en el cuello y secretos a media voz en la
penumbra. Tú cuando éramos un prohibido qué jugaba con miradas veladas que lo
decían todo y besos furtivos que abrasaban las entrañas. Tú cuando nos
escondíamos bajo el abrigo de la locura para desnudarnos la piel a oscuras y perseguir cicatrices.
Apoyo la mano en el
cristal y siento el frío húmedo que atraviesa la piel, pero no consigue
instalarse en mi alma. No ha llovido tanto aún. Aún, esas gotas son frescas,
limpias y me hacen sonreír.
Todavía siento como
se me acelera el pulso y se humedece mi vientre si te pienso. Todavía puedo
notar, si pongo mi mano en la mejilla, el calor de la tuya recorriendo mi piel.
A pesar de todo, incluso ahora que golpea la lluvia con fuerza los cristales y
apenas se vislumbra nada más allá del torrente de lágrimas que la acompaña… la
ternura y el deseo se mezclan a ritmos desacordes, en paralelo, en enigmáticas líneas
que se dibujan y desdibujan de forma azarosa, en futuros que se alejan, pasados
que se cruzan y mañanas que no existen.
Un poco ese
nosotros que vivimos, lleno de remolinos salvajes donde cruzábamos tempestades
empujados por un deseo hambriento y feroz que nos enfrentaba al mundo. Ese
nosotros cuando los ojos nos contaban la historia de nuestra canción y las
manos dibujaban las partituras en la espalda.
Pedazos de ternura
que se dejan caer, aquí y allá, instantáneas repartidas por el suelo de mi
memoria, hermosos pentagramas dibujados en la pared de mis recuerdos y jardines
llenos de promesas qué han florecido entre la palma de mis manos.
Al final, ese
nosotros que éramos, se convirtió en un nosotros que hemos sido.
Aun cuando llueve,
tú eres parte de mi sonrisa. No ha habido tormenta que haya podido destruir
eso, aún quedaran gotas en el alfeizar de mi ventana cuándo salga el sol.