Nunca fue
fácil amarte… ni siquiera ahora, después de todo, después de tanto.
Nunca fue fácil
amarte y sin embargo te amé tanto y tan de veras, fue tan cierto y tan real,
tan fuerte y tan intenso. Te amé, te amo, puede que te siga amando siempre, si
es que un siempre es posible, si es que la eternidad me da el amarte más de lo
que hoy te amo. Porque existir, mi amor, existiré siempre que tú existas.
Rozarte… leve,
tenue, imperceptible. Como entonces. Rozarte… intensa, con celo, con propósito.
Como ahora. Rozarte, erizar tu vello en un suspiro, enervar tu deseo, tocar tu
alma. Mis dedos se tornan frágiles enredados en tu piel. Mis dedos te buscaron
siempre, aún cuando tu piel era un látigo de prohibidos. Aún hoy, que esa piel
es una prolongación de mi cuerpo que siento y palpo a cada paso.
Besarte… en un
silencio, oscuro, furtivo. Como ayer. Besarte… sonoro, lleno, con rabia, con
deseo. Como lo hago hoy. Besarte, humedecer tus labios en un instante,
saborearte, beberte, sentirte mío. Mi boca sigue buscando esa humedad tuya,
cálida y abierta, aún temblorosos y hambrientos, emocionados. Tras siglos de
besos encontrados, un beso tuyo sigue siendo el beso en mayúsculas.
Escucharte…
cálido, secreto, discreto. Como antes. Escucharte… cantarín, abierto, hiriente,
con ira, con ternura. Como ahora. Tu voz, que me acuna desde un pasado roto,
que me arrastra hacia este futuro tan lleno. El sonido que me envuelve cada
hora de ausencia, las palabras que siempre quise oír, incluso cuando pensé que
no podía oírlas, cuando creí que estaban negadas para mis sentidos.
Nunca fue
fácil amarte, como no lo es ahora, después de guerras, derrotas y heridas mal
curadas. Pero a pesar de eso, aún hoy te amo. Tiemblo de deseo, aunque parezca
escondido tras rutinas. Me muero por besarte a cada instante, aunque te engañe
la desidia de las horas. Callo al escucharte, porque tu voz sigue siendo el
mejor bálsamo para mis días.
El ayer es un
hoy.