lunes, 6 de octubre de 2008

DE BLANCO



Después de diez años, en los que a pesar de la unión habían permanecido alejados, diez años en los que aquella distancia impuesta no había conseguido separarlos, una brecha del destino disfrazada de casualidad, les ofrecía una remota posibilidad, una pequeña oportunidad brillando en la sala de espera de un aeropuerto. El tiempo no les había cambiado demasiado, sin embargo, ella sentía que su corazón permanecía anclado en un punto indeterminado de ese pasado, cuando él le pidió que se casara con ella y ella le susurró canciones de amor al oído. Sentía que, o lo recuperaba entonces o lo perdería para siempre.

La empresa debía firmar unos contratos con un importante cliente en Cádiz y, sin pensarlo, se ofreció para gestionarlo. Él prometió encontrar la manera de recogerla en el aeropuerto y tomar, al menos, unas copas juntos.

Vestía de blanco, como siempre imaginaron que sería y él estaría allí, parapetado tras unas gafas de sol, como siempre supuso que le esperaría.

- Estas más flaca.
- Y tú más calvo, no te jode.

Rieron, deshaciendo toda la tensión del momento con esas sencillas carcajadas.

- Empecemos de nuevo. Deberías haberme dicho que estoy preciosa.
- Es qué ESTAS preciosa – aseguró él.

Ella le abrazó entonces, con toda la ternura que la intensidad del momento le permitía. Hundió su cabeza en el cuello de él y se quedo allí unos instantes, luchando por ahogar las lágrimas que brillaban en sus ojos verdes, mientras se emborrachaba de ese olor que creía conocer y, sin embargo, era nuevo.

Al separarse, le beso en los labios. Fue un suave roce, un fugaz encuentro de dos bocas, labios contra labios, pero se había prometido así misma que no lo iba a hacer.

- Lo siento. No volverá a pasar... yo...

Pero no tuvo tiempo de continuar su disculpa, porque él la atrajo hacia si mismo y apretándola con fuerza se hundió entre sus labios, con una lengua hambrienta que buscaba delicias nuevas ocultas tras aquellos labios rojos. Un beso largo, en el que los cuerpos ahuyentan las distancias y las bocas se encargan de contar los latidos del corazón.

- Lo siento, no volverá a pasar – le sonrió él al separarse – y sécate esas lágrimas, princesa.

En el coche, todo volvió a ser como siempre había sido. Las palabras fluían fáciles, como las risas, como las miradas cómplices que siempre supieron que se regalarían. Fue en el bar del hotel donde tomaron esa copa que se habían prometido. Ella, intentaba contener los gestos de cariño, se esforzaba en no estirar los brazos y acariciar su mejilla, en resbalar por la comisura de sus labios o apoyar el peso de su cuerpo sobre aquellos hombros... pero a ratos, la conversación discurría mientras sus dedos se entrelazaban y sus manos hablaban en un universo aparte, ajenas a todo, de ternura y deseos, dibujándose las promesas que en silencio se hacían, sin percatarse de la corriente que fluía entre aquellos dedos que se acariciaban las almas pero, sobretodo, la piel.

La tarde cedía paso a la noche perezosa y ella esperaba que en cualquier momento él se levantara anunciando esa temida despedida. Pero ese momento no llegaba, y si llegaron las tapas para cenar, allí mismo, sin moverse, resistiendo abandonar el encuentro que les mantenía frente a frente, mirándose, por primera vez, a los ojos. Aunque todo lo demás fuese viejo, aunque las sensaciones fuesen familiares, el cosquilleo en el estomago el mismo y la calidez de las voces no hubiese cambiado, esa era su primera vez.

- Debería registrarme en el Hotel, no me gustaría perder la habitación.
- Te acompaño.

De una forma automática, en un estado de semi-inconsciencia, entraron en el Hotel y después de registrarse subieron juntos a la habitación. Ninguno lo había pedido, ninguno se había negado, sencillamente, estaba sucediendo, aún cuando seguramente los dos se habían prometido que no rebasarían ciertos limites.

Compartían ascensor en silencio por primera vez desde que ella aterrizó. Con las pieles rozándose, con el olor de sus cuerpos inundándoles, asfixiándolos, quemándoles de deseo.

La cordura duró el tiempo justo que tardó en cerrarse la puerta de la habitación.

Se buscaron, chocando el uno contra el otro, con el deseo acumulado durante años, sin freno, arrancándose jirones de piel con cada beso, los sexos húmedos frotándose contra la ropa, ávidos por devorarse, las manos sin tiempo para cubrir espacios, para superar distancias. Se oprimían, se asfixiaban el uno en brazos del otro, urgentes y locos, desprovistos de recuerdos y anhelantes de promesas.

Con violencia, sobre la pared, él la penetró y en un instante se derrumbaron, cubierto un primer asalto de derroches, a horcajadas del deseo y la lujuria. Sólo sexo. Sólo hambre. Sólo eso. Con la ropa todavía puesta, la respiración agitada y el pulso acelerado, él asió su barbilla obligándole a enfrentar sus ojos.

- Volveré en cuanto se haya dormido.
- No pienso irme a ninguna parte – le sonrió

Y antes de irse, mordió sus labios, como si quisiera llevarse un pedazo de ella consigo.

Después, hicieron el amor por primera vez. Muy despacio. Descubriendo todo lo que ya conocían, sintiendo el sabor de esa piel que tanto tiempo habían imaginado, deslizando las caricias para averiguar si los puntos eran exactamente los que se había anunciado. Sorprendiéndose del tacto y el olor de aquello que creían saber y que les sorprendía como a dos desconocidos.

Lentamente, mirándose a los ojos, las bocas desgranaban besos húmedos y llenos entre los pliegues delicados para volver a buscarse con los ojos y hundirse de nuevo en la carne.

Sin tregua, los dedos rozaban exquisitas partículas del cuerpo, recorrían la comisura de los labios perfilando una sonrisa en la penumbra, la curva aterciopelada del pecho o el hueco cóncavo de la clavícula. Todos esos lugares eran espacios extraños que creían saber de memoria y que, en ese instante, con los ojos cerrados, parecían rememorar con la paciencia de un artesano orfebre, con la delicadeza de quien se sabe poseedor de un preciado tesoro.

No había prisa porque, aunque sólo tuvieran esa noche, se merecían todo el tiempo del mundo para encontrarse esa única vez.

El amanecer les sorprendió dormidos, los cuerpos abrazados, las piernas entrelazadas, la boca de él sobre un lunar en la espalda de ella, seguramente jurando que no iba a dormirse para no desperdiciar aquel instante mágico, mientras contaba uno a uno los lunares repartidos por la geografía de su cuerpo.


Hay oportunidades que sólo pasan una vez en la vida, y te afierras a ellas como a un tren en marcha, sabiendo que en la próxima parada deberás abandonar el viaje, y jamás volverás a atravesar ese cruce en el camino.



8 comentarios:

Senador Palpatine dijo...

Venía hoy con el día envuelto en risas y sano cachondeo y me ha frenado en seco una historia de "breves encuentros" de instantes que se anhelan toda una vida y que se esfuman entre los dedos.

Ahora ya no sonrío y tengo la boca seca y un nundo en la garganta.

De hecho los ojos me brillan.

Pero vuelvo en seguida a sonreír, ahogando lágrimas y recuperando la compostura.

Y brindo por ellos que en otra vida serán amantes para siempre sin nada que se interponga en su camino.

Tesa dijo...

Qué bonito es el amor...

Jazmín Lobo dijo...

Guapa, te haces esperar pero vale la pena la espera.

¡Qué bonito y qué mágico!

Un beso.

Dana dijo...

Pues que vuelva ahora mismo ese día envuelto en risas Senador. Nunca llovió que no parara y jamás el destino dejó una oportunidad sin usar.

Sobretodo en primavera Tesita, hoy ya se lee distinto.

Gracias JazmínYa voy poniéndome las pilas.

Besos para todos

Anónimo dijo...

Ojalá todo el mundo tuviera en su vida aunque sólo fuera un momento de pasión intensa como la que has descrito tan maravillosamente...

Preciosa, conmovedora y emocionante.

Dana dijo...

Todos deberíamos tener esa oportunidad Gilraen y sentir, al menos una vez en el tiempo, que estás con el amor de tu vida.
Besos, preciosa

Anónimo dijo...

El amor de tu vida...Uno no sabe si eso existe en realidad. A mí me da la sensación que ya he tenido varios, un par almenos, circunstancia que me hace pensar que no existe o que sí existe lo hace como ente que adopta diferentes formas y habita distintas almas sin dejar de ser el mismo. El amor de tu vida son instantes, momentos, encuentros fugaces repartidos en el tiempo.

Y sí, hay cariños que no pasan y deseos que no perecen nunca, que a pesar de haber mutado regresan fugazmente, de noche, por sorpresa, sin esperarlos, para brindarte un nuevo momento mágico.

El amor de una vida es un instante, más concretamente un conjunto de instantes.

Dana dijo...

:D

Oiga usted, caballero... sepa que le tengo prohibido venir a verme tan irresistiblemente guapo.

El amor de tu vida son instantes, momentos, encuentros fugaces repartidos en el tiempo.


cariños que no pasan y deseos que no perecen nunca, que a pesar de haber mutado regresan fugazmente, de noche, por sorpresa, sin esperarlos, para brindarte un nuevo momento mágico.

Madre mía... pa comerte ;-)