lunes, 22 de noviembre de 2010

AJITO AL BUEN POLVO



Abrí el congelador y como un fakir bucee por los cajones del olvido insensible al frío destierro que anidaba en el ambiente, removí un poco. Menudo desaguisado, estaba todo sin mangas ni hombros... debería ponerme manos al disparate pero me daba una pereza arraigada. Cogí el supuesto tres delicias ascendido a cinco que mantenía la categoría insípida que su predecesor y cerré con facilidad pasmosa el aburrido cajón.

- Cariño ¿ Hay pan para la cena? – pregunté desde mi aletargado desierto.
- Sí, hay pan de ayer.

De ayer, raído, gastado, duro y lleno de sinsabores... como tus besos, de ayer, porque hoy ya no quedan ni las migajas para roer - pensé sin pensar con ensayada costumbre, mientras arañaba una costra de familiar abandono en mi piel.

Puse el aceite a calentar, sabiendo que no hay más cera que la que arde y de esa, hacía tiempo que no quedaba en mis bolsillos. Mientras fui a preparar la mesa, sin discrepancias incomodas con los cubiertos, con tradición rutinaria bien acomodada como si de un ritual extenuantemente ensayado se tratará, plegando cada esquina de las servilletas con esmero descuidado para asegurar que no se colará la suciedad, ni nada más, en el deshabilitado interior.

Vertí el contenido del sobre en la sartén pegada de desatinos y abrí el estante de las especies buscando algo con lo que sazonar, sin desatender el tedio de remover, como si al agitar aún pudiera sacar algún elixir que reavivará el paladar.

No había sal, se había acabado la pimienta y no quedaba ni un comino para importarme. No podía ser. Tenía que haber algo. Llevaba años aquí instalada, en algún rincón, por fuerza debería quedar algún rescoldo del que tirar. Trate de encontrarme alguna costura dispuesta a estremecerse y sacudí bien los entresijos más al fondo, un poco más a la izquierda y encontré un poco de ajo, restos amarillentos que, pese a todo, aún conservaban algo de aroma.

Eso serviría. Eran unas minúsculas partículas brillantes, casi invisibles, confundidas con el vacío inmaculado del armario.

Espolvoree y ¡Voilá! Se produjo la sacudida explosión anhelada, fueron los mejores polvos que me había echado encima en mucho tiempo.

Oye, como te lo cuento te lo digo.

Y es lo que tiene el ajo, que pica. Y si pica, te rascas. Además, ya se sabe que el rascar y el... todo es empezar.

O sea, que pon un poco de ajo en tu vida.


5 comentarios:

Xhavi dijo...

Ponerse manos al disparate, sartén pegada de desatinos y pese a no quedar ni un comino que importarte, removiste un poco y el resultado fue una deliciosa sopa de letras de la cotidianidad.

Me gustó muchísimo.

¿Puedo repetir?

PD. Volviste guapísima.

mavi dijo...

Gracias, es un regaalo

balzac dijo...

No hay más cera que la que arde. Los experimentos con gaseosa, y al polvo polvo y al vino vino.

Las manos en el disparate pueden hacer diabluras, la conjunción de los desatinos dentro de la cotidianidad si que son una excelente sopa de letras.

Merece la pena venir a leer, para repetir, Xhavi.

felicidades Vicky por escribir de nuevo.

Gilraen dijo...

Nunca dudé de tus dotes culinarias Danita...
Una suerte y una alegria que las hayas retomado.
¿Admites un poco de perejil?

Dana dijo...

No sólo se puede repetir Xhavi sino que espero que rebañes y te chupes los dedos ;-) ¿Me regalas una canción?
Es que yo también te he echado de menos.

Es curioso Mavi porque apenas te conozco y, sin embargo, siempre me pareces una persona dulce e inocente (que no ingenua ni tonta) y eso, en estos extraños y maravillosos mundos ciber náuticos, sí que es un regalo. No sé porque este texto lo es para ti, pero me alegra que así sea.

Las manos son increíbles Balzac dignas de proezas sorprendentes y de diabluras maravillosas, pero no te quejes, que tú también le echas polvos a las tuyas y aderezas que da gusto.

Gilraen después de tanto tiempo, no te admito el perejil, sino que espero que te arremangues y me des un empujoncito con la cadera para ocupar tu sitio, ya sabes que esta, también es tu casa.

Hoy me han dicho que huelo a fruta… y ha sido inevitable acordarme de este fragmento de mañana serena (http://danacanadas.blogspot.com/2009/01/manana-serena.html) . Si llegas hasta aquí, este es mi pequeño regalo de bienvenida :

- Que bien te huele el pelo – musitaste mientras depositabas ese fugaz beso matutino en mi cabeza.

- Ah! ¿Sí? ¿Y a que huele? – formule la pregunta aún a sabiendas de tu respuesta.

- Huele bien, huele a ti, siempre es distinto.

- ¿Y a que huele hoy?

Y acercándote a mi oído, de esa forma tan torturadora en la que el aire que exhalas estremece de un solo suspiro mi espalda me susurraste:

- Hoy huele a melocotón maduro que reposa entre hierba fresca y húmeda.


Mañana más