miércoles, 27 de agosto de 2008

ABISMO

Afectos extraños que crecen arraigados al asfalto como una margarita y que el viento no consigue arrancar. Amor silvestre y desordenado qué se abre en flor delicada en la intimidad de un beso.

Lagartijas ociosas al sol con pereza acumulada sobre la pared vertical. Reptiles sinuosos acechando en círculos una presa de apariencia frágil que aún no han conseguido derrotar.

Nunca supo a que huele su pelo, pero jamás olvidará el roce suave de sus labios sobre sus pétalos.

Terminará sola, con el salitre golpeando su talle y conspirando bajo sus cimientos... pero ¿Acaso no es ese el precio por vivir al borde del precipicio anclada a una roca sin vida?

lunes, 25 de agosto de 2008

HALLOWEEN


Pues tampoco me quedan tan mal las trenzas, después de todo... pienso mientras contemplo mi reflejo en el espejo. Nunca consigo que no me salgan esos dichosos rizos... no sé como se lo haría mi madre para que me quedasen siempre tan prietas, menudo arte, porque lo que es a mi, A ver, ahí están esas malditas pecas, míralas ellas que simpáticas, en plena nariz... bueno, yo creo que con un poco de maquillaje se disimulan. Pues tampoco estoy tan mal con estas dichosas trenzas, creo que me favorecen, aunque después de todo mi pelo ya no es tan panocha como antes, con el tiempo ha ganado un tono más rojizo... o tal vez ha perdido un tono más naranja; bueno que más da, tampoco esta tan mal. ¿De quien sería la idea de celebrar un baile de disfraces temáticos para Halloween?. Desde luego, es que encima son complicados, ni más ni menos que de niño pequeño, con foto incluida para comparar... este Julián nos mete en cada lío.

Mi traje es precioso... no sé si era más bonito antes o ahora, pero lo cierto es que entonces era precioso, recuerdo que me pase un día entero llorándole a mama para que me lo comprará y dos días mas para que me lo dejase poner el día de la feria. Era a cuadritos naranjas y blancos, pequeñitos (lo que me ha costado encontrar una tela parecida, todo eran cuadros grandes de mantelería de mama) el pecho tenía un escote cuadrado precioso, creo que ahora se llama escote francés... como avanzan las modas y como retroceden, tenía un encaje alrededor de puntilla blanca, de tela de algodón, que también continuaba si dibujo haciendo un corte bajo el pecho, bueno bajo el pecho imaginario... y las mangas... me encantaban esas mangas de princesa, bombachas en el hombro y cerradas justo debajo de la axila, con su puntillita entrecalada en la tela. Lo que más me gustaba era la falda, era amplia y por debajo de la rodilla, y tenía esos pliegues a medio hacer al salir de la cintura, que le daban esa vaporosidad con la que yo la agitaba contenta, y daba vueltas y más vueltas mientras la falda se convertía en una campana a mí alrededor. Me gustaba también porque era larga y cubría todas las cicatrices y moretones que siempre me acompañaban (claro, si jugase con las niñas en lugar de con los bestias de los niños)Me sentía la chicha más bonita de todas... de hecho me sentía una chica y no un mari macho, que era lo que normalmente parecía.

Este me ha tocado coserlo a mí, cualquiera encuentra un vestido de niña de la talla 42 y lo peor de todo es que no soy muy mañosa, me he pinchado como cuatrocientas veces, y todo por no pedirle a mi madre que me echara una mano; me he acordado de Julián y de toda su familia una decena de veces, pero al final, después de todo, no ha quedado tan mal... eso sí, la falda esta vez es un poco más corta, que una esta en edad de merecer y lucir las piernas.

Recuerdo que el día de la feria mi madre me hizo mis dos trenzas, largas y apretadas, perfectamente simétricas y parejas, no como esas dos mini coletillas que llevo hoy, y me puso dos cintas juntas, una naranja y una blanca, en cada trenza, atadas y rizadas, sin lazo (que eso era muy antiguo, me queje yo) y me puso unos calcetines blancos, impecables, de esos de domingo; Además me compro un bolso preciosísimo... era como esos que se llevan ahora de ganchillo con la flor de maría bordada, p ero el mío era de charol, ¿Todavía se harán cosas de charol? Era blanco, muy pequeñito y llevaba una cuerda que hacía que el bolso me quedase larguísimo, casi a la altura de las rodillas; el cierre era un botón de clip, lo más moderno del mundo, le dije yo a mi madre, de color naranja, y el bolso llevaba todo alrededor un ribete de plástico de color naranja muy clarito, aunque no recuerdo bien si estaba cosido o grapado. Lo mejor de todo fue que mi madre me dejo ponerme los zapatos reservados para las grandes ocasiones, que eran de charol negro brillante e imitaban a los que llevaban las señoras pero sin tacones, poco chula y orgullosa que iba yo el día de feria.

¡Ay va, los zapatos! Aún voy con las botas altas y me temo que me echarían de la fiesta, una de las condiciones indispensables es estar perfectamente ambientada con el tema. Es una suerte que las modas vuelvan una y otra vez, no me ha resultado difícil encontrar unos zapatos negros con ese corte clásico de zapato de salón, con su cinta sobre el empeine, pero con esos tacones de escándalo que tanto me gustan. ¿Dónde los deje? Ah si... aún están en su caja, al pie de la cama. Voy corriendo a la habitación mientras voy bajándome la cremallera de las botas... voy taradísimo, le pego un patadón y una de ellas salta por los aires, la otra se me atasca y consigo quitármela justo en el quicio de la puerta. Me dejo caer sobre mi cama y de repente todo a mí alrededor se vuelve oscuro.

Estoy sentada en mi camita, tengo de nuevo seis años y mama me esta quitando mis zapatos nuevos, porque el día de feria se ha acabado y tengo que irme a dormir.

Un ratito más, mama. Ya es muy tarde, me dice ella, además me habías hecho una promesa, si te dejaba ponerte el vestido nuevo esta noche serías buena y te irías a la cama pronto. Era verdad, y yo presumía de no faltar nunca a mis promesas.

Y no me puedes dejar la luz encendida un ratito, mami. Insistí de nuevo. Además me tienes que contar un cuento.

No te preocupes Alba, venga... y con sumo cuidado acabo de desvestirme y ponerme el camisón, mientras yo intentaba retenerla, contándole historias de las cosas que me habían pasado en la feria, como lo de aquel niño rubio, que antipático, me había sacado la lengua, me había llamado repipi y me había propinado un tirón de pelo. Pero la inevitable y temida despedida llegó y mi madre me estira en la cama y me cubre con las dos colchas; Como me gusta esa de cuadritos de colores que mi abuela había tejido hace tanto tiempo, los flecos me hacen cosquillas mientras duermo y cuando no consigo dormir juego con sus puntas y las enredo. Mi madre me acaricia el pelo y mete sus dedos entre los mechones aún marcados de mis trenzas, me sonríe y me da un dulce beso en la frente. Se levanta y en la puerta, me dedica una última sonrisa y la misma frase que recuerdo de todas las noches “Dulces sueños cariño”. Apaga la luz y cierra la puerta.

Saco mis manitas de debajo de las sabanas, mama siempre las mete por debajo del colchón para que no las deshaga mientras me remuevo. Busco los flecos... los cuento empezando por una punta hacía el centro... Un, dos, tres, cuatro, cinco... doce, este es el de color rojo. Repito la misma operación desde el otro lado, este es el azul, los aprieto fuerte y con los ojos cerrados empiezo a rezar “Jesúsito de mi vida, eres niño como yo, por eso te quiero tanto que te doy mi corazón, tómalo, tuyo es, mío no...” y en el Amén abro los ojos pensando, confiando, en que ya estoy preparada. Pero no es cierto.

En la oscuridad puedo distinguir su sombra en la pared. Tiro de los flecos hasta que consigo metérmelos en la boca, así seguro que no gritaré. A mama no le gusta que le despierte gritando por la noche, dice que ya no soy una niña. Puedo ver perfectamente su sonrisa malévola, por debajo de su nariz roja, una sonrisa enmarcada en un gran circulo blanco que estoy segura que es la sobra de los dientes que esconde debajo. Los pelos que se escapan por debajo de su sombrero... ¡Ay Dios mío! Son de color naranja y seguro que cuando se enfada echan fuego. Sus manos... ya no están cerradas, ahora son dos garras que le nacen desde el cuello, curvadas y amenazantes, preparadas para atacarme en cuanto cierre los ojos. Pienso que si no aparto la vista de él, que si no dejo de mirarle un solo instante, no se moverá.

Me pican los ojos, sé que es de no pestañear, sé que si los cierro un momentito, un instante pequeño, dejaran d escocer... pero entonces él aprovechara ese segundo para abalanzarse sobre mi cama. Lo tiene muy fácil con esas piernas tan largas.

No puedo más. Empujo con mis piernas flexionadas para deslizar mi cuerpo debajo de las sabanas, despacito, sin hacer ruido, para que no adivine mis movimientos. Cuando estoy completamente debajo de las sabanas me muevo lentamente hasta acurrucarme a los pies de la cama, en posición horizontal. Ahora estoy segura de que si cierro los ojos y salta sobre mí no me encontrará, así que cierro los ojos fuerte, muy fuerte, durante mucho rato, para que luego pueda aguantar más tiempo con los ojos abiertos.

Ya esta, ahora trepare hasta la cabecera y sacaré poco a poco la cabeza. Primero aparece mi maraña de pelos revueltos y después los ojos... esta ahí, aún no se ha ido. No podré dormir en toda la noche... sus ojos son grandes, grandiosos, y siempre están abiertos, nunca deja de vigilarme.

Me quedo quietecita e intento no hacer ruido, pero uno de los flecos me hace cosquillas en la nariz. Así no podré ser fuerte, no podré aguantar despierta. Me acuerdo de repente de aquel niño rubio... seguro que eran amigos, seguro que veía el miedo en mis ojos y por eso se reía de mí.

Se esta moviendo... De verdad, se esta moviendo, veo como agita sus piernas largas y huesudas... Se esta preparando para echarse encima de mí. Por favor Por favor, Jesúsito sálvame... No sé que hacer, no puedo quedarme aquí quieta, seguro que me encuentra.

Me imagino en un instante todo aquel cuerpo largo y flexible abalanzándose sobre mí, sus garras finas y puntiagudas clavándose en mi cuerpo y su boca, que seguro que se abre como un agujero negro... sus dientes son blancos y afilados y arañan en un segundo las sabanas... su nariz roja empezara a brillar loco de contento y de su pelo saltaran espumarajos de fuego que me quemaran los ojos.


Si soy rápida y salgo corriendo... No hay tiempo para pensar; salgo disparada de la cama, me tropiezo con uno de mis zapatitos, abro la puerta y con gran revuelo atravieso el umbral... en el comedor hay luz, empujo la vidriera y veo a mi padre en su sofá, fumándose un gran puro.

Papa, papa, papa, papa... y me tiro en sus brazos a explicarle que en mi habitación hay un monstruo muy feo que todas las noches viene a visitarme, pero que esta noche, esta noche el monstruo que es muy malo, malo de los de verdad, tenía mucha envidia por lo bonito que era mi vestido nuevo y ha querido comerme.

Mi padre me coge en brazos... soy tan ligera y se está tan a gusto allá arriba, calentita y protegida, que casi, por un momento, me olvido del monstruo de pelo naranja que habita en mi dormitorio. Entonces mi padre se dirige ala habitación y yo le digo “No papá, por favor, déjame quedarme contigo un ratito más" Y mi padre muy serio, con su voz ronca, pero con esas arruguillas en sus ojos que yo ya sé que quieren decir que esta contento, que se sonríe pero como por dentro, me dice “No te preocupes Babita, que ahora tú y yo echamos al monstruo” Y entonces, orgullosa como una heroína de película, me dejo llevar.

Justo cuando estamos delante de la puerta de mi habitación, que yo he dejado abierta de par en par, me entra un miedo terrible y vuelvo la cabeza. Mi padre huele tan bien y yo no quiero ver otra vez al monstruo.


Mi padre enciende la luz y la habitación se inunda con ese cálido misterio que es para mí la claridad y los colores.

Mira Babita, ves... y me señala mi percha de peluche, es un payaso con una preciosa sonrisa, con su nariz redonda y roja, con sus pelos de color naranja y su sombrero azul, de su enrome cabezota salen dos perchas de color rojo que acaban en dos bolas redondas y suaves de color azul. Colgados de esa percha están mi bata, la que tiene dibujados ositos de color lila y mi vestido nuevo, el que acabo de llevar a la feria. Mi padre me deja en la cama, suavemente me vuelve a tapar y esta vez no mete los bordes de la sabana por debajo del colchón como hace mama. Me besa y me dice “Buenas noches Babita” Que bien, mi padre nunca me da las buenas noches, pienso mientras le sonrío. Quita del perchero mi bata y mi vestido, en silencio apaga la luz y cierra la puerta.

Al día siguiente el payaso desapareció de mi habitación.

Y estoy otra vez en mi cuarto, sudando y respirando de forma agitada sentada en mi cama de dos por dos... ¿Por qué me compraría una cama tan grande? Nadie imagina lo eternamente mal que lo acabo de pasar. Ya no tengo ganas de ir a la fiesta, tan sólo tengo ganas de ir a casa de mis padres, descubrir que mi padre sigue ahí, como siempre, sentado en su sofá de orejas fumándose un gran puro, sentarme encima suyo (si, todavía lo hago) y sentir que siempre estará ahí para solucionarlo todo. Mientras retrocedo uno a uno todos los pasos, empiezo a quitarme los zapatos negros, a deshacer los lazos de mi vestido naranja, a desenredar las trenzas y lavarme la cara para que desaparezcan los dos círculos rojos que había pintado, pienso con mucha mala leche mientras froto enérgicamente le dichoso pintalabios... ¿A quien coño se le habrá ocurrido importar esa ridícula y estúpida fiesta de Halloween?.

domingo, 24 de agosto de 2008

NUBES



Tocar el cielo con la punta de los dedos, rozarlo, hundir la yema en las nubes llenas y esponjosas, fundirse en ese inmenso paraíso azul, blanco y verde. Volverse etéreo, diluirte entre el vapor henchido. Silencio envuelto en el susurro del viento. Felicidad absoluta.

Estas vacaciones, he estado tremendamente cerca del cielo.

Gracias a todos por los deseos.

(Se acabaron, que jodido)