lunes, 31 de marzo de 2008

LA VOZ


Volvía a casa atravesando el polígono industrial para ahorrarme los tediosos semáforos cuando le vi aparecer de en medio de la nada, surgió entre la maleza que lindaba las fabricas y como si tal cosa estaba en la carretera.

Le observé por el retrovisor mientras me alejaba. Los vaqueros de aspecto desgastado, la camisa blanca e impoluta, una melena larga y ligeramente despeinada... y sin embargo con esa clase que poseen algunos tipos a los que podrías poner en una cena de gala entre un montón de hombres trajeados y no desentonaría.

Debía haberse perdido. No había otra explicación. Tal vez había tenido un accidente... mi cabeza se disparó y sin pensarlo di la vuelta en la siguiente rotonda en dirección a aquel desconocido. Tal vez necesitase ayuda. Me detuve a su lado y baje la ventanilla del copiloto.

- Conoces el Hotel Campanalli – me dijo mientras entraba en el coche sin esperar a que se lo ofreciera, sin necesitar pregunta. Lo dijo con urgencia y con imperativo.
- Sí – le contesté. Y sin saber muy bien porque ya había arrancado en dirección al Hotel que quedaba cerca de la autopista, en ese mismo Polígono.

No hablamos. No formulé ninguna pregunta y él no hacía intención de entablar ninguna conversación. Le observaba de reojo mientras yo trataba de mantener la compostura, intentando no transmitir mi incomodidad ante un desconocido que parecía dominar la situación, relajado y a simple vista impasible, las piernas sueltas y su mano izquierda descuidadamente acomodada entre sus piernas.

Llegamos enseguida, por suerte para mí. Pero aquel tipo, lejos de darme las gracias, me espetó un sencillo ‘Acompáñame’ que yo, para mi sorpresa, obedecí sin rechistar.

Una vez dentro del Hotel, antes de llegar al mostrador de recepción, se detuvo, unos centímetros delante de mí. Entonces apoyo la palma de su mano en mi vientre, provocando una sacudida en mi columna vertebral. ‘Espérame aquí’ y sin volver la vista atrás, se dirigió a la recepcionista.

Volvió a por mí y me tomo de la mano. No invitaba a acompañarle, sencillamente me obligaba a seguirle y yo le dejaba hacer.

Desde el primer momento en que escuche su voz, algo hipotónico me había subyugado y no podía nadar contracorriente, su forma de hablar, la fuerza que imprimía a cada silaba, como pronunciaba esos ruegos que parecían ordenes y a la misma vez necesitadas suplicas.

Temblaba, y aún sentía el calor lacerarme la piel por debajo de la ropa interior justo en el lugar donde él había apoyado su mano hacía unos instantes.

Entramos en el ascensor y yo permanecí con la cabeza baja, de pronto tímida y avergonzada por todas las emanaciones que provocaba en mí, como si al mirarle, él pudiera adivinar el deseo que hostigaba entre mis piernas.

Puso sus dedos en mi barbilla y levanto mi rostro hasta hacer que enfrentará su mirada.

‘Así esta mejor’ y sonrío. Era la primera vez que le había visto sonreír.

Entramos en una espaciosa habitación, en semi penumbra. No corrió las cortinas. Sencillamente se sentó a los pies de la cama y se sentó.

‘Desnúdate’

Pronunciar esas simples palabras intensificó el rescoldo que aún latía en mi vientre y descendió por entre mis piernas como una corriente caliente que empapó mis braguitas.

Quería hacer todo lo que él me pidiera. Quería complacerle, en aquel mismo instante, no había otra cosa en el mundo que desease más que desnudarme y abrir mis piernas para que él se hundiera en mí y me penetrará, allí mismo, en el suelo de aquella habitación, sin preámbulos, sin cortesías, sin un regalado beso.

Sin embargo, él parecía tener algún que otro objetivo en mente y se limitó a observar como yo desabrochaba atolondradamente la camisa.

‘Todo. Quítatelo todo’

Sintiéndome de pronto avergonzada y a la misma vez tremendamente excitada, desabroche mi sujetador y lo deje caer a mis pies. Torpemente me deshice de las braguitas empapadas y entonces él me dijo ‘Las medias no’ y me quede varada con esos pantis negros que parecían ahogar mis muslos, trémula sobre los tacones al borde de un precipicio.

‘Acércate a la ventana. Quiero verte.’

Se sentó en la cama, las piernas abiertas en descuidada postura y el bulto de su entrepierna claramente visible. Me miró, sabía la dirección de mi mirada y aún así no denotó ningún gesto, ni satisfacción ni irritación, sencillamente, con sus claros ojos grises, imprimió con fuerza contundencia a su orden.

‘Vamos. Quiero ver como tu sexo se deshace entre tus manos. Tócate ahora’

La vergüenza no podía con el hechizo de su voz, con el sonido imperativo que me obligaba a obedecerle. No sabía el porque, pero tampoco me importaba demasiado. No necesitaba tocarme para que mi sexo se humedeciera, lo sentía lleno de él y de un deseo loco por ser suya.

Me incliné levemente y ascendí suavemente con mis manos entre los muslos. El contacto de mis propias manos me sobrecogió, encendiendo como un alternador rotores desconocidos en mi cuerpo. Mis pezones erizados, el gemido que escapa de mis labios y la desconocida corriente que inundaba mi sexo. Los dedos se deslizaban con facilidad, resbalando entre mis manos, hundiéndose uno, dos, tres.

‘Levanta la cabeza’

Creí que no podría parar, pero detuve al instante los dedos, entrelazados en mi pubis.

‘Quiero ver tu cara. Quiero que veas la mía. Nada tiene sentido sino es así’

Entreabrí los labios que sucumbieron a la excitación que su voz provocaba. Nada de esto tiene sentido sino es así, repetía para mí. Estática. Anclada a sus ojos.

Se levanto, se acerco con pasos lentos y pausados, indiferentes. Sentía mi vulva palpitar, a punto de estallar en hambre exquisita. Pero no terminó de aproximarse. Sencillamente estiró su brazo y oprimió con fuerza el pecho. Tentada. Tentada de romper las distancias y, sin embargo, la firmeza del gesto, la posición de su brazo segura sobre mi pecho y su mirada me detuvieron.

No era eso lo que quería de mí. No era eso lo que me estaba pidiendo.

Pellizcó el pezón. Rozando el límite extraño en que el placer y el dolor se confunden, apurando el éxtasis confuso al borde del gozo y el tormento. Su mirada ahogo las protestas y mi boca exhaló un ronco y quejumbroso gemido, abierto y desesperado que buscaba sus labios.

Unos labios que me negaba. Tiró de mí, sin soltar mi pecho, hasta tenerme a una distancia inexistente de su rostro y susurró en mi oído.

‘Ahora. Quiero que te corras ahora, sin más que mis manos sobre tu pecho’

Y una descarga brutal descendió por mi columna vertebral, derrumbándose en mi pubis que se ahogaba en una explosión salvaje que apenas pude contener oprimiéndolo con fuerza con la palma de mi mano.

Sin soltarme, apretando su cuerpo contra el mío, dejó que notará su entrepierna caliente y dura contra mi abdomen. Besó mi cuello y me dijo.

‘Lo has hecho muy bien, preciosa’

Y se separó, dejándome confusa y errática, con el temblor sacudiendo aún mis tambaleantes cimientos. Cogió su chaqueta, extrajo unos billetes que tiró sobre la cama y mientras se dirigía a la puerta, sin volver la vista atrás, me dijo.

‘Preguntaré por ti la próxima vez. Serás mi putita de nuevo’

Y desapareció del mismo modo que apareció, de la nada.

viernes, 28 de marzo de 2008

HEDOR

Le despertó el hedor. Se iba acostumbrando poco a poco, a pesar de la oscuridad, a percibir su presencia a través del olor que desprendía. Una fetidez que ya no resultaba tan repugnante, tal vez por la costumbre. Ni siquiera se le erizaba la piel cuando sentía su pestilente aliento en el cogote, mientras olisqueaba dando vueltas alrededor de su cuerpo.

No sabía porque permanecía aún con vida. Este ejemplar era distinto a los demás, de eso no tenía la menor duda. Seguía siendo una bestia, pero había algo que lo hacía diferente y ella, a pesar de la experiencia, no conseguía definir.

Llevaba algo más de dos semanas allí, si la cabeza no le fallaba, atada sobre las rocas. Pensaba sin cesar, para no volverse loca, contando los días, las horas e incluso sus propios huesos. La primera noche pensó que la devoraría después de encadenarla... pero no lo hizo. Dormitaba durante el día y ella intentó escapar esa misma mañana, pero le fue imposible deshacerse del nudo. Aún así, casi lo aflojó lo suficiente... pensó que no se daría cuenta y si contaba con la suerte de pasar una noche más con vida, a la mañana siguiente lo conseguiría.

Pero nada más ponerse el sol, aquel engendro despertó y se acercó a ella, como un animal al acecho. La olisqueó, dando círculos a su alrededor, agazapado, expectante. Olfateó el aire un par de veces y luego emitió un gruñido. Como una fiera enjaulada volteaba por el suelo sobre sus cuatro patas, como aprisionado. Regresó y se aproximó, más calmado, con su pestilente aliento escapando entre los colmillos... y descubrió las cuerdas.

Se enfureció y rugió con fuerza. Pensó que era el final, pero la bestia desapareció, dejó de percibir su presencia. Zarandeó el cuerpo con fuerza, las extremidades, en un impulso frenético y desesperado por liberarse, azuzada por el miedo, pero aquella cosa volvió enseguida y... devoró sus pies. Despacio, con inusitada calma. Nada resultó como ella esperaba. A pesar de los gritos y el dolor desquiciante, aquella tortura parecía no tener fin, hasta que perdió la conciencia, en ese último suspiro en el que rezaba por morir rápido y olvidar el dolor.

Cuando despertó, confusa y aturdida, los rayos del sol eran engullidos por el horizonte. Trato de moverse, aún trastornada. Percibía algo distinto en ella... algo que no sabía definir, trato de tocarse la cara y busco hacer pie para incorporarse levemente. Entonces le sacudió la realidad. Sus pies habían desaparecido, en lugar de ello había unos muñones envueltos en hierbas. Eran dolaidas, estaba segura. El fresco olor de las hojas inundaba sus papilas olfativas.

Todo aquello le desconcertó. Aquel bicho inmundo le había devorado los pies con el único propósito de limitar su huída. No pretendía matarla, tan sólo eliminar la posibilidad de que intentará volver a escapar. Ella sabía que se alimentaban de carne humana, lo sabía bien. Por eso estaba allí, porque aquella noche, arriesgando su propia vida, cogió el coche y se aventuró en el páramo desierto para buscar a Diego, sabía que si lo encontraba antes de que anocheciera podría salvarlo. Y en lugar de eso, ahora era ella la presa.

Los recuerdos se agolparon en su cabeza.

De pronto volvió a ser consciente de la presencia de aquel bicho inmundo, la proximidad de ese cuerpo apestado rondando los limites del suyo. Olfateando el aire hambriento, en una mezcla extraña entre instinto e inteligencia.

Luego, aquella cosa empujó comida a sus pies. Frutas. No comió nada. La bestia se enfureció, le gruñó cerca, muy cerca. Tenía sus mandíbulas a escasos centímetros de su rostro, podría haberla engullido de un bocado. Sólo que ella ya no tenía miedo... sentía que no tenía nada que perder, nada de valor. Quería perecer bajo aquellas fauces abrasivas.

Pasaron unos interminables segundos en un duelo extraño, en el que aquel ser le retaba y ella mantenía la barbilla alzada, esperando, impaciente, el dolor y la sangre que anunciasen el fin. Nada de eso se produjo. Notó el golpe de aire cuando eso se dio la vuelta y salió de la gruta.

Durante cinco largos días aquel extraño ritual se mantuvo. Ella dispuesta a no pegar bocado, mientras que al otro lado, aquella especie de criatura, le ofrecía fruta fresca, carne cruda. Se enfurecía, gruñía, golpeaba las paredes y salía... pero nunca jamás le toco.

Sólo la olisqueaba.

Después de cinco días, exhausta, creyó que no sobreviviría, que moría de inanición, pero entonces, el ímpetu, la necesidad de huir, salvarse y escapar, volvieron de nuevo. No sabía como, pero debía escapar.

Su bebé... su bebé estaría bien. Maud le estaría amamantando, al fin y al cabo Eric sólo era un año mayor y, en esos tiempos extraños, las madres alargaban la lactancia todo lo que podían, no había mucho más que comer y era lo mejor para las criaturas.

Y comió.

En su cabeza elaboraba minuciosamente su huída. Tras casi dos semanas la salvia de las dolaidas había cicatrizado la herida y sus muñones eran bastante firmes. Aquella cosa no lo sabía, porque si no hubiese retirado los emplastes, pero, ella sí.

Dormía durante la noche, confiando en que no tenía porque confiar, segura de que si quería arrancarle la vida sería indiferente estar dormida o despierta. De tanto en tanto un empujón propinado la despertaba, ella musitaba y se daba la vuelta hasta percibir el gruñido de conformidad que garantizaba un par de horas más de sueño.

Durante el día, entrenaba la mente y el cuerpo. Apoyaba sus muñones con fuerza, protegidos aún por las hojas, para acostumbrarse a ellos. Forcejeaba con las cuerdas. Comía. Realizaba cálculos mentales sencillos, que le ayudaran a mantener la mente despierta. Se sentía fuerte, poco a poco iba recuperando la vida y la necesidad de huir le daba aún más fuerzas.

Cada noche se repetía ese extraño ritual que ella esperaba, con la incertidumbre de saber si sería el último. Sentía aquellos colmillos deambular a escasos centímetros de su piel, alrededor de su nuca, en su abdomen. Pero nunca pasaba nada. Se retiraba para volver, a veces en unos minutos otras al cabo de horas, con comida y el olor a sangre impregnándolo todo.

Sólo necesitaba sobrevivir una noche más. Tenía decidido que sería aquella mañana, al despuntar el alba. Sólo sus manos estaban retenidas y no le importaba dejárselas allí para encontrarse a salvo. El sol se acercaba al ocaso y sólo necesitaba resistir unas horas más. Podía hacerlo.

La bestia estaba cerca. Sentía su presencia, su olor putrefacto, eso era lo que le había despertado. La olfateó, como cada noche. Hilos de saliva golpearon sus omoplatos. Un gutural sonido se escapó de la garganta de aquel engendro... un gruñido que sonaba a victoria.

De un zarpazo aquel ser volteó su pequeño y desnudo cuerpo hasta colocarlo de espaldas sobre las rocas, sintió el golpe de su cola abriendo las piernas. No estaba asustada, el miedo no había conseguido abrirse paso aún entre la sorpresa. No opuso resistencia, no reaccionó a tiempo... hasta que sintió como algo frío y viscoso le partía en dos. Noto clavarse en sus entrañas una estaca que atravesaba su cuerpo con fuerza, áspera e hiriente. El dolor ascendía por su columna vertebral hasta taladrarle el cerebro y obligarle a gritar. Aquel hedor putrefacto instalado en su garganta le asfixiaba, el dolor nublaba su conciencia, su cuerpo inmovilizado se zarandeaba empujado con violencia y las lágrimas resbalaban rabiosas por su rostro empapado de la gelatinosa saliva.

Despertó... era medio día y pequeños rayos de sol asomaban en su máximo esplendor por la apertura.

Estaba embarazada. Lo supo con una terrorífica certeza en ese preciso instante.

martes, 25 de marzo de 2008

YA ESTA AQUÍ

La Primavera. No, no lo dice el Corte Inglés, lo dice el termómetro de mi coche y a ese lo tengo calado, no me engaña.

Lo huelo. Se percibe incluso en la piel. Puedo olerme y sé, con certeza absoluta, que huelo a primavera.

Y por esas ganas de remolonear en la hierba, de tenderme como una salamandra sobre una piedra con el murmullo del agua cerca. Porque no quiero permanecer en ningún lugar donde no pueda sentir la brisa y el sol. Porque me estorban horrores las dichosas medias y estoy soñando con sandalias de un delicioso tacón. Por las amapolas y el deseo que me despiertan.

Ya podría haber venido antes, cuando le tocaba, y no justamente hoy que toca volver a encerrarme entre cuatro paredes la mayor – demasiada – parte del día.

¿ Por qué no me tocará la lotería? Ah, sí... porque no juego. Va a ser eso. O por los refranes. O por el tal Murphy. O por el gin y el gan. El Karma. Da igual, el caso es que no me ha tocado y tengo que volver a la tediosa rutina.

Como todo, siempre tiene su lado positivo... Ya me tenéis otra vez aquí.

Gracias por las pancartas, Xhavi. Desde mi retiro ‘no-espiritual’ llegaba el clamor y se divisaban los luminosos. Podría decirte que las musas estaban de vacaciones, pero más bien era yo la que andaba de parranda. Vaciándome para poder volver a llenarme.

Senador, no hay servicios mínimos. Ni garantías. Sólo estoy yo, tal cual, mecida al dulce vaivén de la vida, a ratos más cerca y a veces más lejos. Pero siempre estoy aquí, relativamente a mano. Y de cómo expulsas tú... no me tires de la lengua.

Lo dicho, besos con refresco de naranja y olor a melocotón.

viernes, 7 de marzo de 2008

BAJO LA FALDA

No sé muy bien como consiguió colarse por debajo de mi mesa en un descuido de los compañeros y allí, arrodillado en el suelo, se deshizo de mis medias, me bajo las bragas y separó mis muslos. Primero jugueteo con la yema de sus dedos hasta hundir su cabeza en mis piernas mientras su lengua lamía, áspera y seca de todo lo que no fuese la humedad de mi sexo.

No podía levantarme, no podía moverme, no podía irme. Todos le hubieran visto, así que consciente de que tendría que esperar hasta que todos se marcharan acerque la silla hasta clavarme la mesa, con una mezcla de temor y excitación ante la posibilidad de que le descubrieran. No creí que una idea así pudiera provocar una corriente tan vibrante y fluida en mi vientre. Tenía que contener la respiración y morderme los labios para ahogar los gemidos que su lengua arrancaba de mis entrañas.

Poco a poco todos van desapareciendo. Trato de mantener la calma mientras saludo con indiferencia. Sonrío. La sensación provoca un latigazo jugoso entre mis piernas y le maldigo en silencio.

Un remolón zanganea entre papeles justo en el instante en que un beso mojado resbala por mi pierna y sus dedos se hunden en mí. Creo que no podré controlarme y estallaré en un salvaje grito... justo cuando el rezagado pasa a mi lado dirección a la puerta.

Unos instantes de silencio. Su boca se ha detenido sobre mi rodilla pero sus dedos continúan hurgando entre mis pliegues. Unos segundos.

Aparto la silla de un golpe hacía atrás, separándolo de mí y le insulto al mismo tiempo que le empujo con mis pies descalzos hasta hacerle caer.

Se levanta rápido, pero toda la rabia por ese deseo contenido ha estallado en mí y muevo la silla contra él, las piernas abiertas, le arrincono con todo el peso del cuerpo bloqueando sus movimientos.

Me siento ávida, hambrienta de un deseo voraz.

Froto mi nariz con su entrepierna, rozando el evidente bulto bajo el pantalón. Duro y henchido, demasiado apetecible para resistirme.

Salto los botones y meto mi mano, caliente, que resbala por su miembro mojado hasta hacerlo mío.

Jugueteo con la punta, araño delicadamente y cuelo los dedos por el glande. Retiro la mano y chupo mis dedos uno a uno, lentamente, como un mero preámbulo, un delicioso aperitivo antes de engullirla ignorando el gemido mezcla de placer y sorpresa que se escapa de su boca.
Saboreo, lamo, muerdo. Araño, aprisiono y libero. Deslizo, hundo y sacudo.

Despacio, consciente de la excitación que él siente, la suelto, arrastrando con mi lengua un lametón impregnado que nos funde.

Le miro a los ojos mientras limpió con el dorso de mi mano la saliva de que resbala de mis labios aplastándolos. Siento el deseo rabiando en su mirada.

Le engullo, esta vez sin concesiones. Violenta y urgente, con movimientos rápidos y certeros hasta que siento como se deshace en mí.

La tregua inesperada es breve y me aparta bruscamente. Se gira y vacía mi mesa con cuatro manotazos. Tira de mí y me tumba dejando mi espalda a su merced.

Levanta mi falda y hunde uno a uno sus dedos. Dos, tres. Se deslizan. Como si fuesen mantequilla fundida. Unta mis nalgas, dibuja toda mi hendidura con mi propia humedad, embadurnando mis fisuras y cuela un dedo firme y rotundo en mi culo.

Susurra ronco de deseo en mi oído antes de embestirme con furia, rápido y salvaje, como si quisiera romperme en dos, destrozarme en un solo golpe. Su sudor atraviesa la tela de la blusa y sus manos tiran de mí, de mi pelo, hasta que su boca encuentra la mía. Me devora, se come mis labios, mi lengua, muerde mi cuello y gime en mi oído.

Grita.

Antes de perder por completo la razón, arrebatado y brutal, se aparta y me tumba en el suelo.

Se clava en mí, caliente, hundido en mi cuerpo mientras el frío suelo sacude mis nalgas, que golpean con ritmo frenético. El ritmo que él ha instaurado entre mis piernas.

Me busca, sin dejar de lamer mi piel. Arranca los botones de la camisa, tiras de piel hasta encontrarse con mis pechos que su boca aprisiona. Me muerde. Me vuelve loca. Me desquicia al borde de un éxtasis desprovisto de juicios y cadenas.

No quedan puntos de cordura donde anclarme... sólo quiero aferrarme a su sexo, deshacerme bajo su cuerpo, destruirme entre sus piernas.

Que me llame, que pronuncie mi nombre y me haga más suya todavía. Le pido que grite mi nombre.

Y siento como una descarga recorre mi columna vertebral, mientras su cuerpo se contrae derramándose dentro de mí hasta caer lacio y jadeante sobre el mío.


jueves, 6 de marzo de 2008

BRAGAS AL SUELO: CULO AL AIRE



- Me ha pasado una cosa.


- ¿Qué te ha pasado cariño?

- Estoy preocupada, me parece algo muy serio.

- Bueno, pues cuéntamelo y lo solucionamos juntas.

- Se me ha caído un pelo.

- No pasa nada cielo, será la época.

- No, no es temporada todavía.

- Tranquila cariño, será por los nervios de los exámenes.

- Mama, no estoy de exámenes... quedan meses.

- No te preocupes tesoro, te faltaran vitaminas.

- Sabes que no, ya te encargas tú de eso.

- Pues no sé, estarás preocupada por algo ¿Un chico?

- Como si no hubiera nada más importante por lo que preocuparse.

- Hija, es sólo un pelo. Tienes a montones.

- Ya, mama. Pero es que ‘Este’ se me ha caído de ‘Ahí’

- Criatura! Que cosas! Hombre, no sé... es raro, pero no pasa nada.

- Joder mama, pero es que ese pelo no es mío.

- Marta!!! Hija mía ¿Qué has hecho? Madre del amor hermoso, si sólo tienes quince años!!!

- No, ya me dirás que has hecho tú, mama. Porque esta mañana me he puesto unas bragas tuyas con las prisas, y papa, que yo sepa, no tiene el pelo rubio.

martes, 4 de marzo de 2008

SER LO QUE SOY




Nunca quise ser un recuerdo, atornillado a tu cerebro como un martirio percutor.

Nunca quise ser la herida que agrietara tus murallas y quebrara pedazos de tu alma.

Nunca quise ser ese dolor exacto instalado en tu corazón para acunar ausencias.

Nunca quise ser el verbo que lacera tu boca como un mezquino latigazo en la comisura.

Nunca quise ser un pasado que quejumbroso lamiera tus sueños hasta desgastarlos.

Nunca quise ser la fisura en la rotula que impide avanzar a un destino seguro.

Nunca quise ser el paso perdido que habita en el vacío ahogado de tu cuerpo.

Nunca quise ser el bagaje que atormenta con su peso el devenir de las horas.

Nunca quise ser la tela de araña que anida en la ventana sin dejarte ver el horizonte.

Nunca quise ser madreselva trepando por tu piel sin dejar que el sol te acaricie.

Quise ser muchas cosas para ti y susurrártelas cada noche al oído. Jamás esas.

Pero ¿Sabes? no puedo decirte que lo lamento… porque siempre quise ser lo que soy.

lunes, 3 de marzo de 2008

ENGRANAJE FALLIDO


Me he equivocado de marcha. Una jodida e insuficiente tercera cuando necesitaba meter quinta.

La gasolina asciende en un insofocable lamento, se asfixia y busca con ímpetu una vía de escape, agolpándose.

El pistón aúlla. No encuentra forma de engranarse, las levas saltan y las bielas se desentienden del cigüeñal. Los cilindros no consiguen mantener el ritmo.

Admisión, Compresión, Explosión y sin Escape.

El corazón del motor sufre, escupiendo un agónico rugido.

Son fracciones de segundo.

Suficientes.

Para concederte una ventaja que no quiero.

Recuperar la velocidad perdida es un tiempo del que apenas dispongo.

Es mi error, sólo de mí depende solucionarlo. Esta en mis manos, esas malditas manos que tamborilean nerviosas.

Debo jugármela, al máximo y a por todas. Sin dudar, se acabó el instante de las dudas.

Lo haré, en cuanto cese ese maldito lamento, en cuanto la dirección deje de temblar y pueda aferrarme con seguridad a mi destino.

domingo, 2 de marzo de 2008

CUANDO NADIE TE VE



Algunas veces me gustaría ser invisible y poder contemplarte cuando crees que nadie te observa.

Ver como sales arrebolada a la calle y aprietas las solapas del abrigo contra tu cuerpo para que el frío no te cale los huesos. Miras en dirección al tráfico y te apartas, con ese gesto tan familiar para mí, un mechón de cabello que el viento insiste en atizar sobre tu mejilla. Saltas sobre el asfalto danzando ligera sobre los finos tacones de tus botas mientras la pernera del pantalón se arremolina alrededor de tu pantorrilla. Te detienes ante el coche y buscas las llaves entre ese inmenso manojo que ocultas en tu bolso. Sonríes mientras te cuelas ágil en el interior, esa sonrisa tan tuya que sólo reservas para ti misma, muda y transparente, que alguna vez en un desliz y de soslayo he captado en tu boca. Una sonrisa que me cuenta tu infinita felicidad en ese mismo instante, con un detalle ínfimo que pasa inadvertido para los demás. Porque sólo tú sabes sonreír de ese modo y disfrutar de esa felicidad reservada.

Observarte frente a la pantalla del ordenador, el gesto concentrado, te muerdes el labio inferior, arrugas la nariz y centras de nuevo la vista, detienes un momento la mirada, tus dedos vuelven a deslizarse sobre el teclado raudos y veloces. Algo en la espalda te descentra, la arqueas, bailas tus hombros adelante y atrás, te sacudes y vuelves a colocar los dedos sobre el teclado. Un fugaz roce en tus hombros, una mano en la espalda y vuelves la mirada, una mirada transparente, cálida, que envuelta de ternura devuelve un gracias silencioso a ese golpe de cariño.

Beberme tus gestos mientras lees, te arrinconas en una esquina del sofá, los pies sobre este, el cuerpo plegado sobre ti misma y el libro ocupando un hueco en el regazo, mordisqueas el punto de lectura, sonríes, frunces el ceño, alzas las cejas, y a ratos, incluso lloras dejando que las lágrimas resbalen quedas sobre tus mejillas. Tus pies danzan en un movimiento incansable y el resto de tu cuerpo permanece inmóvil, sé que nada entonces puede turbarte, que no oyes, que no existe nada más que el mundo que se encierra entre esas páginas. Y me gustaría poder acercarme y soplarte en la nuca, depositar un beso suave en tu clavícula y desaparecer de nuevo.

Desearte cuando te desnudas, ajena a nada que no seas tu misma. Imaginar ese cuerpo entre mis dedos, como son mis manos las que deslizan el jersey por tu cabeza rozando tus axilas, aspirando ese aroma de mujer que te pertenece, mis manos las que descienden por tus caderas y liberan tus pies descalzos. Examinar tus lunares uno a uno, divisar cada matiz de tu piel, avistar cada poro encendido de tu calor. Como curvas los brazos delicados sobre tu cintura. Como son tus manos las que dibujan todos los sueños que yo quisiera pintar en tus blancas laderas. Y desearte entonces, cuando no eres mía, cuando no eres de nadie, amando ese cuerpo que siento tan mío como si en realidad no me perteneciese, como si lo viese por vez primera y necesitase todo el tiempo del mundo para absorberlo, para percibir cada detalle.

Algunas veces me gustaría ser invisible, para estar contigo cuando no estas con nadie, cuando no estas conmigo… y sentirte más mía que nunca y poseerte cuando nadie, absolutamente nadie, puede hacerlo. Porque eres mía, mucho más cuando no lo eres de ningún otro.