viernes, 29 de febrero de 2008

EL GATO Y EL RATÓN


He salido de la ducha desnuda y camino ligera hacía el dormitorio.

Al pasar por delante de la puerta abierta del despacho, percibo el movimiento rápido de tu cuerpo. Estiras tu cabeza fuera del cubículo y siento tu mirada acariciando mis nalgas, tus ojos fijos en mi culo y un azote de calor inunda mi vientre.

Cambio de opinión en un instante. Me apetece jugar al gato y al ratón... y pienso ser un gato travieso que se entretiene con la cola de su ratón.

Sin vestirme, regreso sobre mis pasos hasta el salón, me siento en el sofá, recostada sobre los cojines y enciendo un cigarro.

No tardas en aparecer por la puerta y tu sorpresa se transforma rápida en deseo.

Te acercas sin dejar de mirar entre mis piernas.

- ¡Ah, ah! – Niego con la cabeza y te empujo despacito con el pie sobre tu pecho para mantener las distancias – estoy fumando.

Quieres protestar pero mi sonrisa divertida me da unos segundos de ventaja.

- Porque no vas desnudándote mientras acabo.

Empujas con gesto rápido uno de tus zapatos con el otro pie.

- Despacio.

Ahora eres tú quien sonríe divertido. Desciendes el ritmo, los zapatos, los pantalones se pierden con los calcetines a tus pies, el bóxer, ese jersey de cuello alto que tanto me gusta se iza sobre tu cabeza y contemplo el arco de tu axila, el nacimiento de tu brazo y como se yergue tu pecho. Podría sucumbir ahora mismo y abalanzarme sobre tus pezones oscuros.

Crees que has ganado la partida y vuelves a intentar tomar posiciones.

- Todavía no he acabado – y para acallar tu gesto de protesta, esta vez formal, deslizo suavemente mi pie que asciende por tu entrepierna y corona la punta húmeda de tu miembro henchido – podrías ir adelantándome faena. Tócate para mí.

Tu boca burlona dice ‘Ni en sueños’ pero en tus ojos brilla el deseo, late una chispa encendida que me cuenta que accederás.

Una mano cae sobre tu pene y lo aprisiona desde la base, mostrándolo duro y enhiesto. Oprimes antes de ascender, arrastras la humedad del deseo entre tus dedos al bajar y te muerdes los labios en un impulso absurdo de ahogar un ronco gemido.

Aplasto el cigarro y tu detienes el gesto, a la espera.

Levanto ambas piernas y las apoyo sobre tu pecho. Adquiero un poco de impulso y hago fuerza sobre él.

- Tírate al suelo.

A estas alturas, obedeces sin reproches y te tiendes sobre el frío suelo, completamente desnudo, a mi merced, antojo y capricho.

Me levanto despacio. Cuelo mis pies entre el hueco de tus piernas y las abro poco a poco, con ligeras pataditas, hasta llegar a la altura de tu ingle.

Extraigo los pies del encierro, rozando intencionadamente tu entrepierna, dándole un suave golpe con el otro pie que provoca un respingo contenido en tu cuerpo, como una pequeña nota musical que se queda prendida en el aire.

Me coloco sobre tu cabeza y tu lengua, a pesar de la distancia, me busca. Las manos ascienden por mis piernas. Tus dedos largos se enredan en mi vello y en un giro oblicuo acarician los pliegues húmedos.

Te sujeto las muñecas y te aparto las manos – No vas a necesitarlas – te susurro mientras desciendo poco a poco sobre ti, hasta hundir mi sexo en tu cabeza y crucificar tus manos con las mías.

Navegas, furioso y urgente, queriendo borrar una distancia inexistente y que sea tu lengua la que se clave en mí. Persigues la cálida cara interna de mis labios, con avidez glotona, con una ansiedad apremiante, mordiendo mi centro angular hinchado de deseo, hundiendo tu lengua resbaladiza en las profundidades inundadas de mi sexo.

Aprieto con fuerza tus brazos que quieren liberarse, que necesitan asirme con violencia y devorar pedazos de piel que te hagan sentir el dueño, buscas zafarte del encierro y yo sé lo que quieres, siento tu deseo, tus ganas de apretar mi culo y hacer que tu cabeza desaparezca entre mis piernas.

Me dejo caer algo más, abro un poco las piernas y una ligera embestida te ofrece lo que buscas.

Tú dejas de luchar.

Yo también. Aprieto con fuerza y mis uñas se clavan sobre tu piel al sacudirme brutal un orgasmo encerrado en tu boca.

Mis manos se enredan en tu pelo y te retiro la cabeza hacía atrás, tirando de ella. Desplazo mi cuerpo hacía abajo y acoplo mis piernas alrededor de tus caderas.

Sin dejar de mirarte, ni un solo instante. Quiero que sepas que soy yo quien decide que voy a darte. Cuando y como obtendré lo que quiero de ti.

Me dejo caer sobre tu palpitante virilidad, con violencia la hago mía y te poseo hasta que te siento clavado en mis entrañas, sin vía de huída, sin remisión posible. Hundido en mi sexo que te aprisiona cálido y lleno. Me apodero de ti y de tu cuerpo. De tus manos que coloco sobre mis pechos y que oprimo con las mías para evitar que busquen nada más, las quiero ahí, quiero que me aprietes y sentir como se deshacen entre tus dedos, como toda la rabia contenida y el oscuro deseo que sientes latir en ti se concentra en ese punto.

Cabalgo, brusca, salvaje. Sin control, sin cuidado. Sin pensar en nada que no sea yo misma y las oleadas que ascienden entre mis piernas y me sacuden el vientre. Exhibo mi lujuria de forma incontrolada, sin pudor, excitando con mi barbarie la tuya.

Embestidas feroces que te arrancan un orgasmo apretado e incontenible, que te hacen gemir de placer y estallar de ese dolor jubiloso que ha perdido el juicio y la razón.

Pero no tengo suficiente, quiero más, y continúo a lomos de mi propia locura, mientras tus manos aprietan cada vez con más rabia mis senos.

Estallo al fin y derrotada me pliego sobre tu pecho unos segundos hasta recuperar el aliento. Ruedo sobre un costado hasta posicionarme a un lado y sentir el contacto frío del suelo en la espalda.

Es tu turno. Me rodeas con los brazos y deslizas besos en mi cuello. Ahora, puedes hacer de mí lo que quieras.

miércoles, 27 de febrero de 2008

MOVIMIENTO



- Córrete.
- Muévete.
- Empuja más.
- Ábrete un poco.
- Aparta la pierna.
- ¿Ya?
- ¿Eh?

EMPATÍA O MISTERIO?


Apurábamos los últimos rayos de sol con una cerveza entre los dedos, y los dedos entre nuestras manos.

- ¿Sabes? Eres cantidad de empática.
- Anda no seas bobo, esa palabra no existe.
- Pues si no existe, deberían inventarla para ti porque lo eres.
Le pongo cara de poker.
- A veces, escribes de un modo que incluso yo, por muy bien que te conozca, llego a creérmelo. Como si las hubieras vivido.
- ¿Ah, sí?
- Sí, y es difícil porque hablas de cosas que no te han pasado nunca.
- ¿Ah, no?
- No... Porque a ti nunca te han dado...
Arqueo las cejas.
- ¿O sí?
- Puede.
- Ya, pero seguro que tú nunca has...
- Tal vez.
- No puede ser que no me haya enterado si alguna vez a ti...
- Quizás.

Y claro, tuve que buscar alguna forma de cerrar esa boca tan abierta. A veces, los hombres, son tan inocentes.

Abran juego, señores.

lunes, 25 de febrero de 2008

HUÍDA


- No quiero que te vayas.


- No quiero irme – Mentí. En realidad quería salir huyendo más que ninguna otra cosa en este mundo y montarme en mi coche para salir en dirección a ninguna parte. Pero no soportaba sus ojos profundamente tristes, su mirada inmensamente abatida, llena de dolor y angustia. No podía irme con la huella indeleble de esa mirada grabada en mi retina.

Nunca he estado vinculada a nada – quise decirle – excepto tal vez, durante un periodo de tiempo muy breve de mi vida al cordón umbilical que me unía a mi madre. Pero de eso, hace ya mucho. Puede que nunca haya querido a nadie lo suficiente.

Pero en lugar de ello le abrace y deje que todo el peso de su dolor cayera sobre mí, que reposara sobre mi cuerpo toda esa angustia, esa tristeza que me asfixiaba, ese temor suyo que me oprimía como una tenaza de acero, sin dejarme respirar, sin sentirme libre, aturdiendo mis sentidos y anclándome a ese abrazo sintiéndolo cargado, cerrado y tiránico. Y dejé que llorara mientras sus lágrimas empapaban mis hombros, encerrada en libertad.

El deseo es obsoleto – quise explicarle – se desgasta, se diluye en rutinas, en cuerpos que ya no se provocan, en gestos que no se dicen nada. No quiero dejar de sentir como mi piel se abrasa bajo el contacto de unos dedos. No quiero mirarte y no sentir nada.

Pero en vez de eso busque su boca, arañando con rabia sus labios, buscando el deseo escondido en ella y tratando de ahuyentar esa ausencia de los míos. Borrando la mente con la fiereza intempestiva de un deseo inventado. Nos desvestimos en el mismo tiempo que nuestras manos se devoraban y nos encontramos a la par que nuestras lenguas dibujaban la piel del otro. Él me amó lento, yo quería la violencia urgente del deseo. Él tan sólo deseaba hacerme el amor y yo, sólo buscaba una excusa para despedir ese amor.

Se durmió derrotado entre mis piernas, vencido por ese maldito dolor suyo, por todo ese deseo que no conseguía consumar en mí. Me desplace despacio y me aparte de su lado. Me puse unos téjanos y una camiseta raída por la vida. Sin nada más. Alcance las llaves, con aquel pesado eslabón metálico por llavero. Era una sensación agradable notar su peso en mis manos, apretarlas y sentir el contacto del frío acero. Saqué dos paquetes de tabaco del armario y baje a la calle.

Me monté en el coche. Tardé escasos minutos en recorrer la distancia que me separaba del 24 horas y compré una botella de Vodka. El tipo, con la cara arrugada y la mirada huidiza no dejó de mirar mi espalda, o mi culo, mientras volvía con paso firme al coche y tiraba la botella al asiento de al lado.

Me senté, pegue un trago profundo al Vodka, abrasándome la garganta y arrastrando al fondo del estomago la amargura que quería instalarse en mi boca, las lágrimas que pugnaban por salir de mis ojos y toda la frustración que cansada atenazaba mis hombros. Arranque y salí derrapando.

Alcance el desvió a la autopista, y frené en seco, de golpe. Era como despertarse de un mal sueño en medio de la nada y preguntarse ¿Qué coño hago yo aquí? Mi libertad pasaba ante mis ojos, a gran velocidad, un coche tras otro. Todo lo que había sido, todo lo que quería volver a ser, estaba ahí, delante de mí, esperándome. Rodar de nuevo por la carretera, por la vida.

Las luces de los coches se perdían en la profunda oscuridad, se desvanecían justo por dónde yo quería desaparecer, en un horizonte negro y desconocido. Y reaparecían de nuevo en mi retrovisor, rápidas, un breve aviso que decía ‘Tu tiempo esta pasando’ y volvía a huir sin que yo me decidiera a alcanzarlo.

Un bocinazo me sacó del trance. Me metí en la autopista, tome la primera salida, di la vuelta y subí por la carretera de tierra que llevaba al mirador.

Me bajé del coche. El frío de la mañana erizo mi cuerpo y la tela de la camiseta hería mis pezones enhiestos. El aire me quemaba en el rostro y me di cuenta de que estaba llorando. Contemple el primer albor solitario, como poco a poco el sol se cruza con la luna, la luz con las sombras, el tono que de violeta pasa a anaranjado y el silencio que lentamente se enturbia, se enrarece y se transforma en bullicio.

Volví al coche y conduje despacio hacia la casa. Abrí la puerta, me quité los téjanos y los dejé en el suelo. Camine descalza hacia la habitación y me colé de nuevo en la cama.

Sus brazos me buscaron y encontraron el camino hasta mi cintura. No se sorprendió del frío de mi piel, o si lo hizo, no dijo nada. Se apretó contra mí, hundió su cabeza entre mis rizos y luego me beso el cuello, buscando un hueco por donde volver a colarse en mí. Un hueco inexistente.

Hicimos el amor de nuevo.

- Mañana – pensé – Mañana encontraré el coraje.

Y me dormí dejando que su abrazo volviera a ahogar todos mis sueños.

domingo, 24 de febrero de 2008

FINGIR



- No adoptes esa pose conmigo, me saca de quicio. Además, no te queda bien.
- Eso no es lo que dicen las otras.


- ¿Por qué los hombres sois tan imbéciles?
- ¿Por qué las mujeres tenéis tan poco sentido del humor?
- ¿A la falta de inteligencia le llamas sentido del humor? Da igual. Vamos a hacerlo.
- Claro, nena.
- No, así no, que me arrugas la falda. Deja, ya lo hago yo.
- Quítate la ropa.
- No hace falta, tengo un poco de prisa, una reunión dentro de media hora. Me pongo yo encima. Estate quieto. Así. Ya esta.

- ¿Por qué sigues follando conmigo?
- Porque nunca tengo que fingir los orgasmos.
- Vaya.
- No, querido, no te confundas. Eres lo bastante estúpido y estás lo bastante pegado de ti mismo para no darte cuenta si me he corrido o no.

jueves, 21 de febrero de 2008

LIBRE



















No te perdono el gesto,
ni tan siquiera le permito el olvido
como en otro tiempo sumisa adore
tus ausencias,
otrora gozosa y silenciosa permití
tus derribos.

No te tolero el guiño
al destino de mi cuerpo quebradizo
como antes silencioso testigo de
tus desaires,
antaño altar marmóreo y perpetuo de
tus castigos.

Y hoy, cargo mi maleta con las heridas,
la amordazo con el valor
y mis lágrimas.
En la puerta te contemplo
ya no tan aguerrido,
llorando cómo un niño,
pero hoy
ni te perdono ni te concedo el olvido.

miércoles, 20 de febrero de 2008

NO ME DESEES


Aléjate de mí.

Soy un veneno que lentamente te corrompe cada vez que deslizas tus manos entre mis muslos, atrapándote en una gruta invisible, cálida y confortable, que desliza su elixir letal poco a poco, engullendo febril tu apetito, colmándolo de mi ponzoña.

No me toques.

Soy la manzana podrida de aspecto delicioso y sensual a la que no puedes resistirte a morder. Mi savia avanza corrosiva por tu garganta y se instala en tu alma. Nubla tu vista agazapada tras el delicioso paladar que saboreas en cada envite.

No me beses.

Soy las espinas negras ocultas tras la roja rosa que se clavan con ansias en tu carne y sangra poco a poco con besos dulces y certeros, sesgandote la vida. Desgarro lentamente esas fibras imperfectas tuyas hasta calar en los huesos confundidos. Aturdo tu conciencia.

No me desees.

Soy la araña que trepa entre tus sabanas, que anida en tu clavícula y susurra melodías sin sentido en lenguas ancestrales que borran el pasado y anulan el futuro. La que lacera sobre tu espalda un pentagrama infinito poblado de placeres malditos.

No me ames.

Te devoraré, lentamente, disfrutando cada bocado, bebiéndome tus besos, engullendo tus labios, aniquilando tus sentidos, devastando tu deseo, succionando tu sexo, anulando todo cuanto fuiste antes de que yo existiera, convirtiéndote en nada entre mis piernas. Nada.

martes, 19 de febrero de 2008

UN DÍA PERFECTO


En la calle esta lloviendo, tras la ventana todo se desdibuja tras la tela de vaho instalado en un confuso esbozo adherido al cristal.


Hace un día perfecto para quedarse en casa, encaramarse al reposa brazos del sofá, cerca del cristal notando la humedad en contraste con la piel caliente y hundirse entre las páginas de un libro.

Sólo hay una cosa que conseguiría sacarme del placer de este destierro.

Ir contigo a saltar en los charcos.

Tu reticencia adopta postura de adulto respetando las reglas.

Meeec! Respuesta incorrecta.

Brinco en dirección al armario a rescatar las botas. Y tiró de ti ahora que no puedes mantener la compostura.

Paseamos por las desérticas carreteras de una urbanización en obras.

Mientras chapoteo y salto tú recoges los caracoles del suelo y los depositas uno a uno en los márgenes, sobre algún hierbajo o piedra.

‘¿Por qué haces eso?’ te pregunto divertida.

‘¿Y por qué no?’ coges mi mano, abres la palma y depositas un caracol sobre ella. Siento momentáneamente un contacto frío y mojado, pero enseguida se repliega bajo su voluminosa capota de remolinos. Cierro la mano para sentir la dureza de su costra en contraposición a la frágil suavidad con la que se posó sobre mi palma. Sonrío. Lo dejo con cuidado sobre un helecho.

Volvemos a casa.

Nos quitamos las botas en la entrada. Te deslizas y me coges. Me siento ligera en tus brazos. Probablemente tú no debes opinar lo mismo, pienso para mí. Me sientas sobre la mesa. Deslizas los calcetines. Me mandas silencio con el dedo sobre mi boca. Desapareces para volver con una toalla en las manos y frotas enérgicamente mis pies desnudos hasta hacerlos entrar en calor. Sacas unos calcetines limpios del bolsillo de tus tejanos.


Sonrío y me levanto de un salto.

Me propinas un azote en el culo.

Me sumerjo en el sofá, enterrada en la confortable y blanda tapicería.

Te sientas a mi lado, coges el mando y pones la tele. Un programa de coches.

Estiro el brazo, atino a coger el libro y cuelo mis pies debajo de ti.

Finjo ahondar en la lectura mientras te miró de reojo.


Ahora sí que hace un día perfecto para no salir de casa.

lunes, 18 de febrero de 2008

LUNA LLENA, LUNA NUEVA

Había sido un día duro y lo único que me apetecía era llegar a casa y estirarme en el sofá. No tenía fuerzas ni para quitarme el traje y ponerme el cómodo chándal, para desgalanarme de orfebrería ni borrar los trazos del maquillaje que aún disfrazaban mis rasgos, ni tan siquiera un rescoldo para desprenderme de los tacones... tan sólo soñaba con alcanzar el mullido abandono del tresillo.

No presumo de lo que no soy y tampoco me lamento de lo que no tengo, pero he de reconocer qué, a mis 42 años, la naturaleza no había sido excesivamente dura conmigo, mis pechos generosos habían sucumbido a la herencia lógica de la edad y al peso con cadencia leve, mi vientre poseía la redondez cálida que otorga la maternidad sin llegar a convertirse en un anexo desmesurado de mi cuerpo... y mi culo, bien mirado aún estaba en su sitio a fuerza de vivir en un cuarto sin ascensor y compartir ritmo de vida con mis piernas, así que aún podía permitirme que la altura de la falda se encontrará por encima de la rodilla y que las camisas vistieran dentro de la misma sin sentirme ridícula.

Al fin alcance mi objetivo, la única idea latente en mi cabeza desde que salí de la oficina, subir a velocidad máxima los cuatro pisos, abrir la puerta de casa y abandonarme rendida cual amante tierno a las telas y almohadones del sofá.

- Un mal día querida – me musitó sin apenas inmutarse desde el fondo de la habitación, con el sonido del tecleo constante del ordenador cómo compañía perpetua a casi todas nuestras mini conversaciones.
- Sí, un poco. Si no te importa me voy a quedar aquí tendida un rato.
- Claro querida – me respondió, tal cómo podía haberme respondido "Por mí cómo si té quedas de pie completamente desnuda frente al balcón"... tal cómo podía haberme respondido si yo le hubiese dicho "Horrible querido, me acaban de diagnosticar cáncer y me quedan dos horas de vida"; Hacía mucho tiempo que era así.

No sé muy bien en que momento Alejandro se acercó al sofá, con los ojos cerrados y la mente perdida hacía rato que había perdido la noción del tiempo, tampoco sé cuanto tiempo debió permanecer de pie, mirándome, pero de pronto percibí su presencia y entreabrí los ojos, un tanto molesta por la luz.

De repente era cómo si Alejandro no fuera Alejandro, había algo diferente en él, algo que me recorrió la columna vertebral, descendió cálido por mi vientre hasta convertirse en suave humedad en mi sexo.


Era Alejandro, con las mismas entradas de ayer, con esa incipiente calvicie monacal, con su camisa de rayas, la que le compré de rebajas en el hyper para el día del padre. Era el mismo hombre con quien hacía años compartía la cama, el mismo con quien, hacía años musitaba la misma rutina de besos imparciales al acostarnos, la misma distancia insalvable de dos cuerpos que aún rozándose ya no se dicen nada... y sin embargo, algo, tal vez el brillo y el deseo que latían en su mirada, la lujuria que hervía en aquellos ojos en ese momento, me lo presento de nuevo cómo el hombre más atractivo y seductor del mundo. Sé que mi mirada le respondió con el mismo deseo.

Apoyo su mano en mi pierna, a la altura de la rodilla, descendiendo hasta rodear firmemente el tobillo, con ese tacto suave que provoca el roce de la media, estiro de forma delicada del zapato negro que aún llevaba puesto y se arrodillo a mis pies para empezar a desgranar besos húmedos en la planta de mis pies, entre mis dedos, besos electrizantes al contacto que traspasaban el tejido elástico de las medias.

Cerré los ojos para absorber todas aquellas sensaciones intensamente, sensaciones nuevas, sensaciones viejas, familiares, casi olvidadas.

Alejandro ascendió con sus dos manos, frotando ligeramente las piernas, acelerando el ritmo de mis pulsaciones, introduciéndose por debajo de mi falda hasta llegar a la cinturilla del panty. A esas alturas volcanes descendían por entre mis piernas, caudales de lava ardiente azotaban mi sexo y mis pechos pugnaban por escaparse de la camisa de algodón algo tiesa a causa de la lejía.

Las medias desaparecieron, dejando a su paso el rastro de las manos calientes de Alejandro sobre mi piel y él volvió a postrarse y empezó de nuevo el suave goteo de besos cual astillas finas clavándose en mi cerebro, en el talón, en el tobillo, en las fisuras de la rodilla, en la cicatriz que la bicicleta dejó en mi pantorrilla el verano anterior. Mi falda... la ropa me encogía, me oprimía, me abrasaba dentro de ese traje chaqueta descolorido.

Muy despacio, cómo si fuera el objeto más hermoso del mundo, el tesoro más codiciado, la diosa más bella, él fue desvistiendo mis rahídas entrañas para cubrirlas pacientemente con besos nuevos, llenos de un calor transparente que saciaban el cuerpo y el espíritu. Recorriendo los caminos que hacía años nadie poblaba, bebiendo de manantiales que creía exhaustos, avanzando inexorablemente hacía simas y cumbres desbastadas por el olvido, alcanzando pedazos de piel para retarlos en un tét-a-tét.

Hacía tanto tiempo que no me sentía amada, tanto que unas manos de hombre, sus manos, no me recorrían como una luna nueva, un desierto por descubrir... que un repentino e inesperado orgasmo me sacudió, cual virginal ataque.

Al abrir los ojos mi mirada se encontró con la suya; me contemplaba satisfecho, inundado de amor, desbordado de deseo y yo le devolví la mirada, sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.

En silencio y de la mano nos dirigimos a la habitación.

Aquella noche fuimos tan sólo Alejandro y María. No existían lavadoras por poner, informes por terminar, cena para dos en la mesa de la cocina ni conversaciones a medio gas... aquella noche tan sólo existían Alejandro y María, amándose, redescubriéndose, encontrándose de nuevo el uno en el cuerpo del otro, devorándonos cómo si fuera la primera vez, con ansia, con hambre de siglos atesorada en noches de ausencias.

Aquella noche, de nuevo, volví a sentirme viva, a ser, simplemente María.

EL CAMIONERO


Siempre me gusta escaparme un ratito a la playa cuando mis obligaciones me lo permiten, así que aquel lunes regresaba de mi sesión matinal de adicción al sol cuando me encontré fastidiada con la caravana. Tenía una reunión, una comida de trabajo a la que no debía ni podía faltar.


Parada en esa cola interminable de coches y distraída, cómo siempre, pensando en mis cosas, me llamó la atención el camión que circulaba en paralelo. El señor en cuestión me miraba con los ojos desbocados y su mano se agitaba perdida en un punto que, a causa de la diferencia de alturas, yo no alcanzaba a descubrir.


¿Qué estaba mirando aquel salido?. No sé si fue mi afición a chupar el calippo helado que ahora se derretía en mi boca y resbalaba fresquito por mi cuello, o el triangulo de la parte superior del bikini, que era de esos deltas chiquitos que circulaban (porque el mío circulaba) alrededor de una cinta sobre la espalda y que a causa del cinturón de seguridad se había corrido hasta ocultarse debajo de este y claro, me había dejado una teta al aire. Puede que el vestido, excesivamente corto, estuviera ligeramente arremangado por encima de mis piernas.


Tampoco sé porque me excito ver a aquel hombre... bueno, si lo sé, era un morbo por esos camioneros rudos, salvajes y auténticos que vivía oculto bajo mis trajes chaquetas y mis reuniones de alto standing, pero que el minúsculo bikini no podía ocultar y chorreaba entre mis piernas humedeciendo aún más el salado tanga.


El caso es que allí estábamos ambos, circulando a velocidad de paseo de anciano en taca-taca, él ya con las manos en la masa, apurando su propia hambre, y yo... bueno yo dándole vueltas a la mía, decidiendo que hacer con ese calorcillo que inundaba mis muslos... porque claro, un poco de apuro si que me daba, al fin y al cabo tenía una reunión y necesitaba llevar el bikini bien sequito para poder amordazarlo luego con el traje chaqueta que reposaba en el asiento trasero del coche.


Pero vamos, que cuando aquel tipo de pelo en pecho, brazos y demás, me miro a la cara y me lanzó un beso... me dije a mí misma, chica esta humedad te va a durar hasta que llegues a Barcelona, sólo hay una cosa que te la quite del cuerpo, así que me puse manos a la obra.


Tenía las manos ocupadas, claro, una con el volante y otra sujetando aquel polo helado... así que tenía que solucionar la situación con lo que tuviera a mano, y claro, tenía a mano aquel cono fresquito y húmedo.


Descendí por mi garganta resbalando el sabor tropical del helado por mi gaznate hasta alcanzar el pecho que estaba libre, el contacto frío me erizo la piel y mi pezón empezó a crecer rosado ante los círculos húmedos que aquel Frigo le regalaba.


Cuando lo devolví a la boca para rechupetear la secreción excesiva de liquido mire al camionero... había abandonado su movimiento, su brazo andaba detenido y me miraba con la boca abierta. Yo le sonreí... ante todo hay que ser educada.

Mi otra teta andaba creciendo dentro del bikini minúsculo, celosa ella por liberarse del encierro, así que con la punta del helado la ayude a quedarse al aire, para regalarle luego las mismas atenciones, resbalando el agua que chorreaba el polo por toda ella mientras se iba endureciendo hermosa y apretada contra el cinturón dichoso.

Notaba resbalar las gotas por el vientre hasta perderse en mi ombligo y alguna que otra atrevida se deslizaba por el costado, esquivando, e iba a perderse rozando la tela del tanga, empapándome en todos los sentidos.

Baje mi mano hasta el trozo amarillo de tela que cubría mis intimidades y mire al camionero. Desde su posición tenía una visión amplia del mismo, pero por si acaso, se había inclinado en una posición inusual hasta pegar casi su nariz a la ventanilla del copiloto... creo que llevaba aire acondicionado, por eso el cristal permanecía subido, con un leve vaho por la respiración del pobre hombre. La situación me acaloró un poco y claro, cómo mi coche no tiene aire acondicionado, tenía que refrescarme.

Abrí mis piernas todo lo que los pies en los pedales permitían y delicadamente pasee el polito por mis ingles. Las gotas del helado derritiéndose me hacían cosquillas inusitadas. La boca abierta y los ojos ávidos de aquel inesperado "voager" me excitaban con sacudidas calientes que inundaban el tanga.

Abandone el volante (no fui inconsciente, justo andábamos en un paro) para deshacer los lacitos que anudaban el bikini a mis caderas y el triangulo cayó entre mis piernas dejando libre mi sexo para cuantas manipulaciones pudiera necesitar, desde mi perspectiva, con el escaso vello rubio en ese monte dorado me pareció hermoso.

El polo zigzagueo sobre el monte mojando los rizos haciéndolos brillar hasta encontrarse con mis labios. Un respingo por el contacto frío casi me obliga a frenar en seco, pero envuelto por mi propia humedad enseguida adquirió la suavidad y temperatura adecuada.

Ese mini vibrador sabroso y mojado se deslizo entre mis labios, paseándose por mis cavidades hasta encontrar el hueco exacto por donde introducirse; a esas alturas el camionero dejó de existir y casi el atasco abandono el paisaje ante mis ojos mientras mis piernas se obligaban a abrirse para dejar paso al afrutado visitante que se introdujo hasta que mis manos chocaron con mi sexo. El contacto fresco con mi vagina provocó un curioso efecto en mi espalda y devastador en mis pechos, pero yo decidí ignorarlo y me concentre en imprimirle los movimientos adecuados a esa maravilla de la Frigo que apenas había saboreado, con la boca, claro.

Con la fricción adecuada, con los movimientos precisos, con ese mete y saca alelado, empachoso y sobretodo mojado, un orgasmo me sacudió desde las posaderas que casi se levantan del asiento, subiendo mi espina dorsal hasta arquear mi espalda.

Que gusto, saqué el helado y me lo metí en la boca satisfecha.

El camionero había reanudado sus movimientos, aunque no sé en que preciso instante, y sin dejar de mirarme fui testigo de cómo su cara se contraía de forma algo grotesca y su mano raleentizaba el movimiento hasta detenerse.

Era una pena que mi salida estuviera justo ahí... tal vez hubiésemos encontrado un área de servicio donde detenernos y continuar trabajándonos. Intermitente a la derecha y listos. Vaya fastidio; ahora tendría que detenerme en casa para pegarme una ducha y eliminar el pegajoso resto que el calippo había repartido por toda mi piel. ¡ Dichosa reunión !.

FERODOS, GASOLÍNA Y PASIÓN


Para la gente de E.M. Competició.



Son las seis de la mañana y suena el despertador. "Venga, levántate ya" y me sacudes en un estado de febril excitación. No me sorprende, llevas toda la noche nervioso, agitado entre las sabanas, con cambio de posición cada dos minutos exactos; Lo sabré yo que era la que dormía a tu lado. Lo que me extraña es que no hayas intentado levantarme mucho antes.


"¿Lo tienes todo?" Me preguntas nervioso mientras revoloteas a mi alrededor en la cocina. "Si, cariño, esta todo en la mochila" y te respondo con paciencia, porque sé lo importante que es para ti. "¿Has cogido la cámara?" "Si" "¿Y las chuches?""Si" ¿Te acordaste de las cervezas?""Si" "Y la manta, ¿has puesto una manta?""Si" "¿Y la cámara lleva carrete?" A esta última ya ni me molesto en contestarte, tan sólo en emitir un gruñido. Me estoy tomando mi primer café con leche del día y eso es sagrado, hasta para ti.


En la calle hace un frío que pela. "Quien me mandaría a mí meterme en este berenjenal" pienso para mí misma mientras me froto las manos. "Hay que ver las jilipolleces que hace una por amor, con lo a gusto que se esta en la cama. En fin, hay que joderse".


Y llegamos al famosamente llamado PUNTO DE ENCUENTRO. Describo, reunión de machos acelerados con un único tema en la boca; pocos vocablos y muchas, pero que muchas intenciones.
- No veas como nos lo vamos a pasar hoy, ¿Eh?


- Si, va a ser la leche... y nada menos que en Torrevella.
- Para alucinar.
- Ya te digo, nos vamos a jartar de oler gasolina y ferodos (que no es otra cosa que el olor de pastillas de freno quemadas)
- Una pasada.
- ¡ Buah! Y seguro que hoy sale fulano... y fijo que da el espectáculo.


Y podría seguir con un largo etcétera de "Si tío" "No veas" y demás, pero me lo ahorro porque son las seis y media de la mañana (si, todo eso dura el preludio, que podrían saltárselo y quedar a las 6:30, pero claro... entonces llegarían tarde seguro) Al fin nos metemos cada uno en su coche (eh, que ese día si vale llevar diez coches para nueve personas) e iniciamos el trayecto, camino que es, sin ninguna clase de dudas, todo lleno de curva hasta llegar allí donde Cristo perdió el gorro y que, por supuesto, realizamos en tiempo récord, virando en las curvas cómo si fuésemos profesionales del volante, agarrados al asfalto (yo iba más bien agarrada al cinturón de seguridad), Recortando... así se hace... y si podemos con alguna que otra estirada del freno de mano. Eso sí, respetando el entorno... no faltaría más, que mis niños son muy civilizados.


Aparcamos en la quinta ostia para empezar a caminar como auténticos idiotas siguiendo un punto imaginario allá en el horizonte y todos como borreguitos detrás del guía. Ahora, dile tú que quieres ir de compras a Barcelona... "Si hombre... que hay que aparcar en la quinta leche y encima nos pasamos toda la mañana caminando de un lado a otro. Ni hablar"... lo que yo te diga, borregos y yo, la primera.


Mientras empezamos a ascender por el camino que es una subida, mientras me empiezan a pesar las piernas, se me están cargando los gemelos, la lengua fuera y pastosa, me acuerdo por enésima vez de mi camita. Me concentro, para disipar mi mala leche, en las conversaciones ajenas.


- Mira, mira, por aquí ya han pasado los tramadores (TRAMADORES. dícese de aquellos que antes de que empiece la carrera y cierren lo que propiamente se llama el tramo, se dedican a pasar por la carretera a toda velocidad emulando a los pilotos. Aclaración: Mis chicos no son tramadores, contrariamente a lo que pueda parecer)


- Vaya asco de gente, dejan la curva toda guarra (que quiere decir con piedrecillas y pedazos de asfalto sueltos que luego entorpecerán la tarea de los auténticos pilotos)
- Pero si lo pero es que la mitad no tienen ni idea de conducir (claro, como todos ellos si) y llevan coches de pena.
- Si, como si un baqué de competí te diese ya el titulo (que es ese asiento idéntico al de los coches de competición, con cinturones de seguridad en cruz incluidos)
- Ya ves y el coche de maqueado nada, lo que son es unos plastiqueros (TRADUCCIÓN: Aquellos que le van añadiendo al coche pedazos de plástico con "aparente" diseño, alerones, faldones y demás, con la profusa intención de "maquear" y decorar su coche)
- ¡ Bah! Lo que pasa es que son todos unos charlis de mierda.


Fin de la conversación, es la frase mágica. Todos asienten la cabeza y se quedan pensando en sus cosas, que no sé exactamente cuales son. No sé si están haciendo una reflexión profunda sobre la juventud de hoy en día o dando pataditas a las piedras con la simple y llana intención de "limpiar" la curva. Sólo Dios lo sabe, pero en su sabiduría infinita no ha compartido esa información conmigo... para evitarme el mal trago, supongo.


Alcanzamos la supuesta meta, que es justamente cuando empieza el verdadero circuito. Menos mal, porque durante el camino me he planteado demasiadas veces dejar de fumar muy seriamente... y ahora que al fin hacemos una paradita me puedo encender un cigarro. Porque claro, ahora hay que parar para hacer planteamientos profundos sobre como va a ir la jugada.


- Bueno que, vamos a ver las dos pasadas o vemos una y luego vamos a la Asistencia (donde la propia palabra indica se hace asistencia, vamos que se reúnen todos, cada cual con su mecánico, algunos con carpas muy bonitas y otros simplemente a pelo y allí todo son más ruidos de motores acelerando, herramientas imposibles por doquier y muchas, muchas más conversaciones en ese idioma extraño que aún no comprendo del todo)
- No sé, mejor vemos luego... según vaya la primera pasada.
- No hombre, hay que ir a la asistencia, que es donde se mueve el ambiente.
- Si, pero luego no llegamos a la segunda que es donde se lo curran porque clasifica.
- Que si tío, que yo sé un atajo y llegamos a todo.
- Mira que me conozco tus atajos... luego me quedo sin ver nada de nada.
- Bueno, de momento que os parece si empezamos a andar y rapidito, que la cosa va a empezar y luego moverse no mola, que estorbamos. Si, si, venga, que si no pareceremos domingueros andando por el tramo con la carrera empezada.


Y otra vez a caminar... "¿No habíamos caminado bastante? ¿No podrían poner como en los aeropuertos, una cinta mecánica que rodeara todo el circuito?. Mejor no lo comento, porque seguro que piensan que sólo a una mujer se le ocurren esas ideas... ¿Y un patinete?. Sí hombre, uno de esos motorizados metálicos y pequeños tan monos. No, que luego me tocaría cargarlo a mí cuando vamos andando y montarse a los demás cuando se pueda usar. A ver si se deciden rapidito" Y ahí es donde yo, como novata en esto, me he comportado como una ingenua... rapidito, que más quisiera yo.

Empiezan sus deliberaciones.


- ¿Qué os parece esta?.
- Que dices, tú estas loco... aquí no se ve una mierda ( y dos curvas más alante)
- ¿Y esta? Aquí no hay nadie.
- Y como va a haber alguien... ¡ Si es que esto es una recta, tío! Aquí van a ser un visto y no visto.
- Mirad esta, esta está muy bien, es de las que escupe (vamos, que no es que al suelo le aparezcan unas fauces y te tire un zipiajo, es que la curva tiene tendencia a provocar que los conductores se salgan de la misma)
- Ya, por eso esta tan llena de peña, merluzo. Aquí no nos metemos todos ni de coña.


Y cientos y cientos de curvas mucho más allá de aquella tan lejana primera, cuando nos encontramos con una casi idéntica a la anterior, o a la otra, o a la primera, uno de ellos va y dice:


- Tíos, esta es la nuestra... nada de domingueros, es una curva cerradita... y si nos subimos ahí, a ese montículo, les veremos venir a todo gas de la recta y con suerte como tiran de freno de mano para entrar... y luego si miramos para allá veremos la salida de la curva, que tiene que ser de película, seguro que derrapan.
- Si, en esta va a haber más de uno que le salga bien, fijo.


Y ahí que vamos, a hacer un desesperado intento de escalada... que yo no sabía que ir a ver coches llevaba de forma añadida tanto deporte de alto riesgo. Ahora ponte las uñas negras de escarbar en la tierra porque por supuesto tú eres toda una señora y además muy digna, y no vas a permitir que ninguno de estos machos te diga "¿Te ayudo?"... aunque también sigues siendo una ingenua, porque evidentemente todos han empezado a subir y por supuesto ninguno te ha hecho la famosa pregunta. Y entonces vas y te indignas porque no te la han hecho y les gritas "Que huevones, es que ninguno piensa ayudarme. Anda cariño, que ya te vale." Y te maldices a ti misma, porque hubieses jurado y perjurado que no querrías su ayuda ni muerta... Entonces él viene y te tiende la mano... y tú le mandas a tomar por culo.


Y ahí están todos reunidos... tan contentos mirando su súper curva, la ideal, la inmejorable, la inigualable curva. Lo que no sé si saben, o no quieren saber, es que sus deseos no se van a ver cumplidos. Es técnicamente imposible. Si es una subida de poca importancia, una de esas que a veces ni puntúa para el campeonato, los que corren son más bien pilotos aficionados y vocacionales, que corren por el gustazo, con lo cual ninguno se va a arriesgar a tomar la curva como Dios manda para estampar el coche; total, la prueba no puntúa y el coche es suyo y no tienen un sponsor detrás que les pague las reparaciones. En el caso de una carrera de alto standing, bueno en ese caso lo primero es que habría sido difícil encontrar un sitio como ese y lo segundo es que los tíos lo hacen tan condenadamente bien que no necesitan el freno de mano para entrar en la curva ni le derrapan las ruedas del coche tan bien preparado que llevan cuando salen de ella. Lo que no entiendo es como a estas alturas no saben ya todo eso, porque yo, pobre ignorante, tan sólo de oírlos hablar las veces que vienen a casa a hacer sesión de Play en el Collin Macrae ya lo he descubierto.


Ahora, en el preludio anterior a las famosas pasadas, es cuando empiezan a tocarme los cojones; que si saca las pipas, que si pásame el agua, que si has traído la cerveza... venga, haznos una foto a todos juntos; y cuando estoy a punto de mandarlos a todos a su casita con mama, es cuando uno grita... "Eh, que ya se oye"... y todos en tropel en una punta del barranquillo, para poder verlo en primera línea. "Ven aquí niña, que desde aquí lo veras mejor" me dices mirando hacía atrás. Y entonces todos se levantan y se apartan para dejarme el sitio de honor, el mejor lugar. "Que majos son... en el fondo son todos un encanto" y me dejo llevar.


Y pasa el primero... "Ahí va, mira ese... si parece que vaya pisando huevos"... "Mira, mira ese, ¿dónde va tan abierto?, Que no ves que así tendrás que frenar dentro príngao"... "Anda, este ya ha tocao, porque el coche le suena a roto"... "Mira aquel, será lerdo, si con tocar un poquito el freno le hubiese bastado"... "A ese seguro que le falla la trócola, mira como va el coche, si no puede". Y yo pienso, si saben tanto, si están tan seguros de cómo se hacen estas cosas... ¿ Por qué no están corriendo ellos en lugar de estar aquí arriba, mirando desde lejos y rabiando de envidia?. Incongruencias del genero humano, mejor no darle demasiadas vueltas.


Entonces tú me rodeas con los brazos y me susurras al oído:


"No lo hueles cariño... mira como huele a gasolina y a goma de neumático quemada, fíjate como ese olor se mezcla con el asfalto inundando el aire con una curiosa mezcla de aromas. Mira, ves ese coche que se acerca, el rojo... ahora el copiloto le esta cantando la curva, mientras el asiento no para de golpearles y darles bandazos en todas direcciones él se concentra en sus notas, en ser fiable, en detectar los posibles cambios del asfalto debido al paso de los otros pilotos, en recordar sus referencias. En estos momentos sabe que de su indicación depende una buena entrada en la curva y alzando la voz por encima del ruido del motor le grita al piloto Todo derecha tres, frenando a menos dos y a fondo y el piloto pisa el pedal hasta que nota que ha llegado al final, espera atento la señal concentrando su vista más allá de la curva, donde se adivina la salida, detectando con ojos expertos donde apoyar las ruedas, los dedos firmes y tensos apretando el volante. El copiloto le grita Menos dos y entonces frena, sólo entonces... aunque hace cinco segundos hubiese pensado que era el momento de frenar, aunque todo su cuerpo hubiese deseado hacerlo entonces, ha de tener una fe ciega en su otra mitad para hacerlo única y exclusivamente cuando oye la señal. Han hecho este recorrido otras veces, pero esta, esta es distinta a todas las anteriores. El piloto gira el volante a la derecha... sabe por las indicaciones que tiene que girar todo sin dejar de acelerar y probablemente el pie le estará temblando de emoción y nervios, pero no lo separa del acelerador. Con las dos manos, lo ves como gesticula, parece un baile mal ensayado, pero por el contrario es un manejo del volante muy bien calculado. Mira fíjate bien, ves, ahora en la salida como iba acelerando el coche le derrapa un poco hacía la izquierda, es entonces cuando tiene que tener sangre fría para levantar el pie del acelerador lo justo para no perder demasiada velocidad y lo suficiente para darle tracción a las ruedas y a la misma vez debe contravolantear para enderezar la dirección... Esta saliendo... lo ha hecho muy bien. ¿Lo has visto cariño? ¿Te has fijado?."


Joder si lo he entendido... hasta se me han puesto hasta los pelos de punta de la emoción... y miro a mí alrededor y les veo a todos, con la mirada aún puesta en el coche rojo que zigzaguea aún por la carretera mientras se va haciendo cada vez más chiquito. Están todos mudos, absortos... y entonces de pronto lo comprendo todo.


Comprendo la pasión caliente que los embarga, la admiración profunda que sienten, la emoción intensa que están viviendo, los nervios en los momentos previos, la velocidad, las palabras y los gestos, el compañerismo, la adulación, la tensión, la histeria, las risas... después de todo acabo de descubrir que a mí también me gustan estas carreras.

viernes, 15 de febrero de 2008

RENDICIÓN II


No podía acabar así... al menos para mí esa historia aún no estaba acabada; me lo decía me cabeza, día tras día, con preguntas acusadoras e insistentes, que me abordaban estúpidas en los peores momentos (en mis mejores momentos), y me lo decía mi cuerpo, que no había conseguido tener ninguna relación sexual satisfactoria hasta el momento. Cualquier penetración acababa siendo comparada con lo que pudo haber sido y no fue, con un acto de posesión que existía mitificado única y exclusivamente en mi cabeza.

No podía seguir así, por mi salud mental y física.

Tras más de dos meses en los que nos habíamos cruzado envueltos por ese cálido manto de los amigos, que me ofrecieron el valor y el disimulo suficiente para, como mínimo, poder mirarte a los ojos con superioridad, estaba decidida a conseguir retenerte entre mis piernas, al menos una vez, para sentir como te derretías en mi interior.

Aquella noche sabia que acudirías a la fiesta, sabía que era importante para ti... y sabía que acabaría siéndolo para mí. Me compre un vestido negro, exagerado y exasperaste por sus múltiples escotes y aperturas, Se abría entre mis dos pechos hasta descubrir casi mi ombligo, y toda mi espalda se encontraba desnuda hasta donde pierde su mismísimo nombre, por no desmerecer a esa grieta que se abría entre mis piernas, prometedora como una gruta oscura y salvaje.

Cuando tome entre mis manos la copa de cava que me ofreció el camarero, supe inmediatamente que no debía haberlo hecho, porque en ese mismo momento mi mirada te descubrió, rodeado de un grupo de gente y mirando directamente hacía el diminuto punto donde el vestido se cerraba sobre mi cintura... y mis pezones emergieron libres y rozaron la suave tela del vestido provocándome un cosquilleo que me recorrió la espina dorsal. El cava desnudaba mis instintos, pero tu mirada, tan sensual, pidiéndomelo todo, me excitaba aún más.

Apenas mantuve un instante la mirada, me disponía a bajarla directamente hasta mi copa para no perderme en el insondable mar de tus ojos cuando descubrí un aliento caliente en mi nuca y una mano sobre mi espalda, demasiado cerca del vestido. Me volví para descubrir a un caballero con impecable traje y ojos azules, con una sonrisa en unos labios bastante prometedores y con una melena entrecana que resultaba bastante irresistible.

Por unos momentos pude cometer el error, el traspié de ignorarlo, pero tenía una mano firmemente dispuesta sobre mi espalda que me retuvo contenida con la vista en su boca sonrosada.

Nos presentamos e inicio ese juego del coqueteo con insinuaciones directas, que implicaban un contacto sexual más por sus gestos que por sus correctas palabras. Me impresiono la manera en que aquel caballero manejaba la situación, como sin decir nada atrevido, aparentemente conversación banal, me arrastraba a un juego sensual y divertido. Perfectamente a propósito retiro la copa vacía de mis manos, dejando resbalar sus dedos por los míos, y se acerco más de lo necesario para contarme algo gracioso y confidencial al odio mientras volvía a poner una nueva copa en mis manos. Su manera de susurrarme justo en el lóbulo de la oreja y tocar a la misma vez la yema de mis dedos provoco que mis pezones volvieran a ponerse duros y rozaran su pecho, mientras el olor a hombre que desprendía se colaba por mi nariz e invadía mi garganta. Notaba ese calor invadiendo mi vientre, aún cuando todavía podía controlar el juego.

Fue en ese momento cuando decidí que podía controlar el juego, y me gire para localizarte entre la gente, consciente desde hacía mucho que no me habías perdido de vista. Entonces me disculpe ante el caballero atractivo que tenía enfrente; era muy alto, así que aún con tacones tenía que ponerme de puntillas y acercarme para hacerme oír entre el bullicio. Me empine sobre mis zapatos y arquee mi cuerpo hacia delante, de modo que el escote bailante de mi pecho quedaba aún más abierto por la parte superior, y para no perder el equilibrio puse mi mano en su cuello, enredando los dedos en esa melena tan sexy, clavando un poquito las uñas en el contacto y obligándole a inclinarse, para permitirle que tuviera una breve visión de la piel de mis senos. "Voy a saludar a un amigo... espéreme".

Mientras yo bajaba de su cuello, él se giraba para indicarme que no había ningún problema, y mientras ambos estabamos predispuestos a darnos un receso nuestras mejillas se rozaron y nuestras bocas se quedaron a escasos milímetros mientras absorbía su respuesta.

Me gire vertiginosamente, sabiendo que eso volvería a provocar ondas en mi vestido que descubrirían carne nueva ante sus ojos y ante los tuyos, que estabas a escasos pasos de distancia. Levante mi copa a modo de saludo y tú cogiste una nueva para mí, mientras con paso resuelto y mirándome a la boca (como me excita que me mires así) viniste a mí. En ese momento si que sentí como todo mi cuerpo entraba en calor y por mi vientre bajaba esa sensación tan cálida, tan familiar y tan húmeda que me provocabas.

Como no podía ser menos, no habías perdido detalle del juego, y además de elogiar lo particularmente hermosa que estaba esa noche, me recordaste lo fácil que me resultaba rendirme ante ti. Te acercaste y me abrazaste, a modo de saludo, pero aunque tu mano estaba por encima del vestido tus dedos estaban por debajo de él, rozando suavemente mi piel erizada. Me apretabas contra ti con toda intención, tal vez pretendieras congratularte al notar mis pechos duros y mis pezones prietos ante tu contacto... tal vez, pero tu cuerpo te traiciono esta vez y yo note tu miembro duro oprimirse contra mi vientre y un leve sonrojo en tus mejillas. No era propio de ti eso de avergonzarte ante tanta gente.

Al separarnos fui yo quien decidió donde te daría el beso... y decidí que fuese impersonal y frío, para recordarte las distancias que tu cuerpo parecía haber olvidado. Hablamos, para variar, como dos viejos amigos, pero tus ojos seguían recorriendo mi cuerpo con evidentes signos de aprobación. Cuando note que el bulto en tu entrepierna había descendido y que estabas dispuesto a alejarte, te di bruscamente la espalda, apoyándome contra tu cuerpo y dejando tu sexo entre mis nalgas, y mientras sonreía al comprobar como recuperabas el buen tono hice un gesto rápido al galante desconocido para que se acercara.

Me volví rápida y me separe para notar el enfado en tus ojos... parecías decir "Maldita perra" pero no me importo demasiado. " Te voy a presentar a un amigo", y mientras decía esto aquel estupendo señor se encontraba ya detrás de mí, cerca, muy cerca, embriagándome con su olor a hombre, con suavidad puso su mano en mi antebrazo y otra vez endulzo el lóbulo de mi oído al preguntarme "Que querías".

Mi cuerpo subía y bajaba en oleadas extrañas, en crescendo de sensaciones que atosigaban mis sentidos, que cubrían de gusto mi cuello y mi espalda, que inundaban de humedad cálida mi sexo.

Me encontraba entre dos hombres y no distinguía que reacciones me provocaban cada uno de ellos, pero me sentía libre y desinhibida por completo, así que no me importo demasiado. Algo me decía que debía decidir... pero aún no quería hacerlo.

La cuarta copa de cava la deposito el atractivo caballero en mis manos, la acerque a mi boca mirándote directamente a los ojos e introduje primero la lengua para sacarla y pasearla por mis labios, para luego apoyarlos en la copa y al beber me incline deliberadamente sobre mi apuesto acompañante, dejando que mi cabeza cayera casi sobre su pecho y nuestras mejillas se rozaran. La apure apenas en un trago profundo y cosquilleante.

Perdí el equilibrio, pero no importo demasiado. Él me socorrió enseguida, con sus manos sobre mis caderas, que se quedaron allí tal vez más tiempo del necesario, para pasar luego a mi espalda arrancándome un ahogado suspiro al rozarme en el paseo entre las nalgas.

La guerra empezó a igualarse, pues contra la respuesta que mi cuerpo te otorgaba por derecho, por todo lo que sabía y sentía que tu boca prometía y podía dar, existía la respuesta que, sin control alguno, obtenía a las atenciones de aquel caballero, al suave y delicado contacto de sus dedos, a la forma experta de colocar sus manos sobre mi piel y sobretodo... a su olor a hombre y a su aliento en mi cuello.

Él me ganaba en las distancias cortas, no necesitaba hacerme notar que estaba excitado, no sentía su virilidad apretarse contra mí... pero me subyugaba el rojo de sus labios húmedos, su aliento caliente sobre mí nunca y su manera de hacer que me acercará a él, dominando mi cuerpo con una sola mano, como si fuese algo pequeño y delicado, apoyaba toda la palma de su mano en la mitad de mi espalda y una sacudida recorría en dos direcciones mi cuerpo.

Tú me ganabas en la distancia, mirándome a la boca, devolviéndome las palabras en un sensual murmullo, sonriendo de forma lasciva al descubrir la tela de mi vestido elevándose sobre mi pecho agitado, cuando me hablabas tu dedo se acercaba a mi barbilla y descendía por mi cuello y entre mis pechos, atrevido, insinuando que si no hubiese nadie delante no detendría ese recorrido.

Debo reconocer que me lo estaba pasando maravillosamente bien, que estaba excitada y caliente hasta limites insospechados y que, probablemente, podrían haberme sacudido más de un orgasmo si las circunstancias lo hubiesen permitido.

Poco a poco, la conversación entre los tres se fue haciendo más amena, más distendida y más familiar, y los contactos más naturales, menos tímidos y más directos... pero entre ambos ya no brillaban chispas de guerra, sino más bien un sexto sentido, algo condensado, algo que hablaba de que sólo uno de los dos llegaría al final, sin importar cual de los dos fuera por el momento, así que me permití el lujo de disfrutarlo.

No estaba dispuesta a renunciar las sensaciones que ambos me provocaban, era como si cada uno tuviera su propio terreno y ninguno de los dos pudiesen coexistir sin el otro.

Tú enervabas mis pezones, tan sólo al rozarlos con tu cuerpo o al acariciarlos resbalando disimuladamente las manos, mi cuerpo te quería dentro y mi boca quería tu boca, quería que tu lengua se perdiese en la raja de mi falda, entre los pliegues de mi sexo, inundándolo de calidez, mordiendo y arañándome las entrañas como sólo tú habías sabido hacer.

Pero aquel caballero me erizaba toda la espalda, arrancaba gemidos de placer al susurrar en mis odios, al sentir chasquear su lengua, al notarla detrás de mi oreja, al soñarla bajando por mi dorso. Me perdía entre sus labios, y los quería recorriéndome desnuda, mordiendo mi trasero, quería sentir sus manos resbalar suaves por mi piel, las quería apretando con violencia mis nalgas.

A ambos os necesitaba en esos momentos dentro, con una urgencia cada vez mayor. La fiesta termino y compartimos taxi con un mismo destino: Mi cama. Mientras bebía de una boca que ansiaba probar y devoraba el sabor de esos labios, hambrienta y urgente, mis piernas se entreabrían para recibir el contacto húmedo y caliente de tus dedos, y dejar que me invadieras y me sacudiera el primer orgasmo.

Me faltaba piel para recibiros, en una cama donde no existían las distancias, una cama donde dos bocas, cuatro manos y dos cuerpos se esforzaban por satisfacerme, por inundarme, me sacudían y me arrancaban espasmos de placer, una cama donde yo tan sólo tenía que abrirme y recibir, donde perderme en vorágines de hambre, pasión, sudor y sexo.

Ahora os contemplo a cada uno a un lado de mi cuerpo agotado, maltrecho y satisfecho, en ese estado de abandono que los hombres tienen después de hacer el amor, con esa sonrisa boba de niño indefenso y saboreo el último placer que me quedaba pendiente, la victoria.






jueves, 14 de febrero de 2008

TU REGALO


Quiero ser tuya.

Quiero ser tu deseo, tu regalo, tu sueño.

Quiero ser tu objeto y que hagas conmigo lo que se te antoje. Quiero ser un mero instrumento entre tus manos, que me modeles con ellas y me hagas una y otra vez mujer.

Quiero ser tu fetiche, mera sustancia líquida que se diluya entre tus labios, que se disuelva y se deslice por tu piel y se pierda entre tus muslos.

Quiero ser tu obra, sin otra esencia que la tuya, sin otro argumento que tus palabras y sin más vestido que tu piel.

Tu cuerpo, para que lo uses a tu voluntad. Para que me destroces, me abras, me voltees, me deslices y me rompas en vértices vertiginosos una y otra vez, para suspirar después en algún punto equidistante de mi espalda y devolverme a la vida.

Sólo quiero eso, sólo quiero ser tuya, sin condiciones.

ESTA NOCHE LA LUNA SANGRA


Esta noche la luna sangra.

Bueno, no, no es exactamente eso... esta noche a la luna se le están derramando los sesos.

No, tampoco es del todo cierto.

Para ser exactos, en el cristal hay una excelente salpicadura de sangre y algún que otro resto de mollera que se han desparramado al volarle la tapa de los sesos a mi novia y que, desde mi posición, crea un efecto visual muy agradable, como si la luna estuviera desangrándose.

No sabría decir hace cuánto tomé la decisión. La verdad es que el proceso ha sido relativamente lento y el trabajo hasta llegar aquí ha resultado duro muchas veces, pero es lo que tiene la profesionalidad, que hay que trabajársela.

Hace algunos meses, en el supermercado, estaba contemplando una pirámide de latas de conservas "Tomate Triturado El Pelatón" y se me ocurrió pensar: ¿realmente es cierto eso que tan sólo se ve en las películas...? Si quito la de abajo, ¿se vendrán todas al suelo? Y lo cierto es que me apeteció mucho comprobarlo y, justo en ese momento, decidí concederme ese capricho y retiré una de las latas, la que consideré se encontraba en el punto más estratégico para ocasionar el derrumbe. Y acerté. ¡La hostia! ¡Acerté de pleno!

Al principio, a Ana, mi novia, casi le da un patatús y se muere del disgusto, pero al final terminó riendo conmigo de mi temible ocurrencia.

A partir de ahí decidí que debía explorar y experimentar otras posibilidades. Veréis, por supuesto todo era desde un punto totalmente científico, intentado rebatir esas viejas leyendas urbanas o, en algunos casos, ratificarlas como teorías verdaderas.

Mi segundo intento fue comprobar si realmente los gatos tienen siete vidas. Se habla mucho y se fanfarronea sobre las siete vidas de un gato, ¿pero alguien ha intentado, de forma totalmente profesional y seria, matar siete veces a un gato? Seguramente no, porque de lo contrario dejaría de ser una frase hecha y pasaría a estar en los libros más prestigiosos... Yo iba a derrocar ese gran mito.

El gato de la vecina, un precioso persa, fue presa fácil dada su costumbre de saltar entre balcones y pasearse por mis enredaderas. El muy cabrón se me resistió, pero al final conseguí atraparle. Tras mucho deliberar acerca de las posibilidades que me otorgaba el experimento y cuál sería la mejor manera de llevarlo a cabo, opté por una solución drástica que me permitiera demostrar mi hipótesis en el menor tiempo posible. Lo lancé con todas mis fuerzas contra la pared desde el fondo del pasillo, pero el jodido gato cayó de pie, lastimero y maullando. Sólo se había roto una pierna, lo cual demostraba que no era del todo inmune; a las lesiones no, al menos. Probé algo más fuerte: le maniaté con cuerda; hilo de ese que se usa en cocina para atar los guisos, y le lancé sin miramientos por el balcón. Contemplé cómo descendía desde el cuarto piso maullando sin cesar hasta convertirse en una masa chafada contra el asfalto de un extraño color blanco que, al teñirse de rojo, resultaba una masa marrón parecida a un excremento. Por supuesto baje a comprobar que había terminado con su única vida. Todo un triunfo para la ciencia. Estaba convencido de que, al final, la humanidad agradecería mi dedicación.

Este experimento pudo pasar inadvertido bajo el disfraz de accidente, así que Ana no era aún participe de mi gran obra.

No sé, a veces hay que concederse algún que otro capricho, y yo me lo merecía.

Siempre he deseado comprobar la efectividad de un airbag... La autentica. Y también si esos monigotes que usan para comprobarlos son del todo fiables.

Me usé a mí mismo de conejillo de indias y estampé el coche contra un muro. Qué subidón; menuda dosis de adrenalina inundó mi cuerpo... Soy el amo, el puto amo. No hay nadie más poderoso que yo. Evidentemente, en este caso, el airbag funciona.

De esto Ana tuvo que enterarse, así que tuve que explicarle todo el procedimiento y el objetivo de mi estudio, así como congratularme por mis éxitos obtenidos.

Ana, que es una jodida histérica, llamo inmediatamente al gilipollas de su hermano. Un listillo y un capullo que por estar en su primer año de psicología se cree con perfecto derecho a juzgar a sus amigos y conocidos. Le recomendó que visitáramos a un psicólogo.

Diagnostico: Principio de esquizofrenia múltiple con brotes psicóticos leves de paranoia... Total, muchas palabras y un no entender nada. ¿Quiénes se creen que son para desvelar los entresijos de una mente tan privilegiada como la mía? Estoy hasta los huevos de los subnormales de turno que se creen todo lo que dicen y aprenden en sus inmaculados libros. Vaya panda; me tocan los cojones con toda esa parafernalia de palabras rimbombantes... Las cosas se demuestran, como estoy haciendo yo... Eso es ser inteligente; eso es tener valor; eso es ganarse la gloria y cagarse en la mierda mediocre, en el resto de los mortales.

¿Os gusta la serie CSI? A mí, sí. Soy un auténtico seguidor de la serie. Me encantan todas sus bases y demostraciones científicas. De hecho, estoy preparándome para ser como Grissom, todo un experto en la materia. Algún día, espero ser tan condenadamente bueno como él; de ahí tánto ahínco en mis demostraciones del todo científicas.

Es por eso que he tenido que disparar a la cabeza de Ana, para comprobar de forma fehaciente que, por la inclinación de la salpicadura y el tamaño de la mancha de sus sesos esparcidos en el cristal, se puede averiguar el origen, dirección y distancia de la bala.

Es por eso que ahora la Luna esta sangrando

miércoles, 13 de febrero de 2008

CENA DE TRABAJO


No te esperaba anoche. Cena de trabajo, salida nocturna y previsión a que las copas se alargaran más de lo decente porque algún compañero estuviera deprimido.

Me fui a la cama, a ese amasijo de sabanas compartidas que aún conservaban tu olor y el mío, amándose como si nuestros cuerpos no hubiesen abandonado la habitación.
Me desnude y acomode mi postura entre el espacio vacío que debiera ocupar tu cuerpo, buscando un pedazo de tela en el que tu aroma me arropara y tu ausencia no se hiciera palpable. Caí en el sueño de tus brazos aún rodeándome y el vello suave de tu cuerpo haciendo caricias perpetuas.

En algún punto de la madrugada percibí la suavidad de tus dedos largos rozando el vello de mi sexo, con caricias desdibujadas que no llegaban a formarse, a convertirse... apenas a imaginarse paseando a milímetros de mi piel, frotando con la yema el triángulo sedoso y anunciando una promesa hecha de calor y humedad en mi vientre.

En duermevela ronronee, sin querer despertar, tan sólo quería abandonarme a la sensación caliente que envolvía mis muslos, dejarme arrastrar por el pasadizo que prometía abrirse paso entre mis piernas. Las abrí un poco buscando la presión de tu mano, el ejercicio de tus dedos sobre mi piel, la presión de tu cuerpo contra el mío, la magulladura macerada con deseos quedos.

Note tu cuerpo aproximarse, el aliento cálido en el hueco de mi cuello, tu aroma inundando mi espacio... ¡ Qué bien hueles!. Tu olor, ese que se hace tuyo cuando la colonia se ha escanciado por tu piel y se ha aliado con tu sudor... ese perfume que me atrae de forma inexorable hacía ti, que me provoca morder la comisura de tus labios, perderme en tu clavícula, hundirme en tu pecho.

Desprovista de redes para saltar al vacío de tu cuerpo. Dispuesta a arrancarme del sueño para envolverme a la vida que me traen tus brazos.

Mi espalda se arquea, mis muslos se contraen y mis piernas en abanico se abren para dar paso a tus dedos navegando por la piel suave de mis labios, resbalando por la humedad que anida entre mis pliegues. Saltan de forma eléctrica sacudiendo punzadas de placer, una caricia larga y desmesurada en vertical; Una presión circular en el vértice; Una sacudida plana; Una tonalidad desdibujada. Me zarandeas al atisbo de una locura llamada orgasmo, sin querer que caiga aún al precipicio, paseando de mi mano al borde del acantilado mientras contemplo el mar encrespado golpear mis cimientos.
Una mano en mi sexo y tu olor. No me has besado, no te he besado... no quiero nada más.
Los gemidos roncos que anidaban en mi garganta se escapan por mi boca entreabierta al ritmo sofocado del placer descendiendo por mi columna, bailando entre mis piernas, zigzagueando en mi vientre. Una cascada que emerge por mis muslos, una sacudida tras otra que tú detienes y avivas a tu capricho.
Los ojos aún cerrados, el deseo en toda la piel esperando tus manos, los pechos henchidos, el cuerpo crucificado... y un violento despertar arrancado de un orgasmo que cierra mis muslos apretando tu mano y dejando que la humedad y tus dedos se fundan en mis entrañas.
Me pliego sobre mi misma y me acurruco, acomodando mi postura al hueco perfecto que tu cuerpo tiene a mi medida, a ese espacio que ahora si esta esperándome.
Al despertar, en la taza de café encuentro el sabor de los besos que anoche te soñé y en la cama revuelta te miro, abrazado a la mañana que antes llenaba mi cuerpo tibio junto al tuyo. Me alegro de no haberte esperado despierta.

martes, 12 de febrero de 2008

ALGO MÁS


Probablemente para él no fui más que un polvo. Y ni siquiera sé si llego a ser un buen polvo, el polvo del siglo. Pero en mi retina queda su mirada dulce, traviesa y sus labios pronunciando mi nombre.

Hacía mucho que mi amiga y yo no salíamos juntas, solas, de parranda. Vive fuera y no nos vemos todo lo a menudo que quisiéramos. Aquella era una de esas noches e íbamos dispuestas a reventar la pista y reírnos hasta que nos doliera el cuerpo.

En la barra que quedaba en la terraza de la disco cotorreábamos sin descanso, apenas un suspiro para un trago. Y le vi, de reojo, sin perder apunte de nuestra conversación. Repantigado en la barra, como apoltronado contra ella con desgana y jocosidad. Recuerdo que, en cuanto adivine su gesto, la inclinación de su cuerpo delatando sus intenciones, pensé "Otro plasta que viene a jodernos la noche".

Se acercó al fin y se presento a Silvia. No me extraño, casi siempre había sido así pues resultaba terriblemente llamativa para los hombres. Pero mientras ella me daba la espalda y se saludaban con los besos de rigor, él, en uno de los besos me guiño el ojo, con una sonrisa pintada, mientras deambulaba por la otra mejilla me dijo "Hola preciosa". Y al sentir su voz resbalar por mi piel, algo se quebró dentro de mí de forma escandalosa y emocionada. En ese momento sentí que el plasta sí iba a jodernos la noche... porque yo quería algo que él ya tenía a quien entregar.

Resulto divertido el tipo (encima!) y cuando a mitad de la noche empezó a sonar música decente y bailable, decidí que era hora de dejar de estorbar y me fui a devorar pista y sentirme, ni que fuera por un ratito, la reina del mambo.

Para mi sorpresa no tardaron en seguirme a la pista y comenzamos a bailar en circulo, a pasárnoslo bien, a saltar como locas cuando la canción nos recordaba los viejos tiempos, a menear las caderas e incitarnos la una a la otra en un juego sexual de años de complicidad. Él saltaba de una a la otra con relativa frecuencia y, aunque la mayor parte del tiempo revoloteaba alrededor de Silvia, sobretodo si la canción requería de ese juego sensual de caderas... yo sentía que cuando su mano se posaba levemente en mi cintura, cuando aprisionaba mis muñecas y me obligaba a mirarle de frente, cuando en un achuchón, fortuito o provocado, nuestros cuerpos chocaban... me derretía en llamaradas, todo era distinto, era real y vivo, demasiado intenso.

Estaba un poco mareada, más bien embriagada del derroche de palpitaciones que mi cuerpo desprendía, de los vaivenes de mi vientre sacudido por corrientes que ascendían y descendían con cada envite suyo. Me fui al lavabo a respirar distancia.

Al salir me estaban esperando con las chaquetas y bolsos en la mano. No creí que fuera tan tarde y lo cierto es que la melodía de "fin de fiesta" sonaba y éramos apenas cuatro gatos en el local.

Se ofreció a llevarnos a casa. Pensé que me tocaba despedirme de Silvia, tal vez no la vería al día siguiente... pero se merecía aquel encontronazo.

Iba un poco en el limbo que hay como frontera entre el sueño embriagado y la mañana serena, así que no me di cuenta de que habíamos aparcado en la puerta de Silvia hasta que no se giro para decirme "Dana, pasas delante". Y un "sí, sí" atropellado y una despedida con abrazos y besos, un subirme en el coche en un traspiés y arrancar... todo sin darme cuenta de que estábamos solos y había arrancado el coche.

"¿ Estas cansada o aún te aguanta el cuerpo para un café? " y yo sin mirarle, con la vista más allá del parabrisas y plenamente consciente de esa sonrisa en sus ojos le dije "Sí, un café".

Para cuando llegamos a no sé que parte de la ciudad, con un parque arbolado y un pequeño "chiringuito" en el centro, yo ya estaba algo más repuesta. Nos bajamos y al quedarnos el uno frente al otro estallaron las dudas, las preguntas, la necesidad de respuestas.

- No entiendo... – trate de preguntarle mirándole a los ojos.

- Eres demasiado bonita para una noche oscura y el asiento trasero de un coche – respondió sin dejarme formular mis incertidumbres. Su mano alcanzó mi barbilla e irguiendo mi rostro para enfrentar nuestros ojos. Su otra mano, colocada a la altura de sus ojos, le protegía de los rayos del sol que despuntaban exigentes entre las nubes.

- A la luz del día estas deliciosa – y como para corroborar esa afirmación su lengua se acercó a mi barbilla y ascendió, entre deliciosamente suave y salvajemente rasposa por mi mejilla hasta alcanzar en un mordisco leve mi oreja.

Quería decir tantas cosas, tenía un nudo flotando en mi cerebro y otro en mi estomago, desanudados, desligados. Una bruma atolondrada de "No entiendo" se paseaba a sus anchas por mi cerebro vacío y una colección de vertiginosas mariposas se paseaban en tobogán por mí estomago.

Salva se limitó a tomar mi mano y arrastrarme lentamente hacía las mesas vacías de aquella terraza en un semi-bosque en plena ciudad. Nos sentamos y él colocó su silla cerca de la mía, frente a frente, nuestras rodillas se tocaban, no había huecos entre ellas pues los huesos buscaban la forma de acoplarse.

Tomamos un café. Seguía siendo un tipo divertido con preguntas oportunas y discretas disfrazadas en cómodas bromas, arrancando confesiones y disipando la neblina de mi cabeza, para dejarme confiada, a merced de nuestras propias palabras y el sutil juego de seducción que nuestras manos empezaban a danzar.

- Te parece si pedimos otro café y algo de comer. Tengo hambre.

Me incline para decirle que sí y no recuerdo muy bien como consiguió deslizar su rodilla entre mis piernas, como alcanzo a articular su cuerpo y el mío para quedarnos pegados, como si no existieran las sillas, los espacios muertos entre nosotros se habían extinguido.

- Eres realmente hermosa – susurro con voz ronca en mi oído y su boca húmeda se aposentó justo al lado del lóbulo para resbalar hasta mi garganta en un beso largo y mojado.

Su mano derecha descendió por la piel desnuda de mi escote en dirección a mi cuello y suavemente se posó en mi nuca, inclinando mi cabeza para dejar al descubierto más debilidades y perseguir la curva que dibujaba mi aorta. Después, llevo su mano a mi garganta para aprisionarla mientras sus labios buscaron los míos para envolverme en un beso urgente y posesivo.

- Vamonos – susurré entrecortada con un hálito de voz.

Me izó delicado cogiendo mis manos y me apretó contra su cuerpo en un abrazo estrecho y apretado hundiendo su cabeza en mi pelo y murmurando roncamente " Sólo oírlo de tu boca y ... " y sólo oírlo de la suya se encendían por mi cuerpo hormigas cosquilleando arriba y abajo.

Caminamos entrelazados. Enredados el uno en con el otro, dejándome llevar por sus manos en mi cintura, su cuerpo aprisionando el mío bajo su pecho, entre el hueco de sus brazos, mis pies entre sus piernas.

Me sentía torpe, inexperta, nerviosa y excitada. Como una adolescente en su primera vez. Como hacía mucho tiempo nadie me había hecho sentir.

Me deje llevar a un rincón entre los árboles, casi a los pies de un sauce y rodeada de olmos. Salva se despegó para colocarse frente a mí y empezar a desabotonar mi blusa, despacio, pasando los dedos por el hueco entre la tela y piel hasta encontrar el botón siguiente. Yo permanecía allí, de pie, dejando que cada contacto se convirtiera en una corriente eléctrica, un picotazo que iba encendiendo chispazo a chispazo mi cuerpo.

Ayudo a resbalar la camisa por mis hombros rasgando deliberadamente la piel caliente. Para retirarse y contemplarme un breve segundo, un instante sin tiempo a protesta pues enseguida estiro de nuevo los brazos para alcanzar con la yema de los dedos mis pechos, un jirón dibujado bajo el pliegue de la piel, rozando apenas la delicada calidez escondida y transformando una caricia en una erección de mis pezones.

Terminó de desnudarme despacio, sin prisas, mientras los primeros rayos de sol empezaban a calentar mi cuerpo desnudo. Sin dejar de mirarme maravillado, como si mi cuerpo fuese lo más hermoso que hubieran descubierto sus manos.

Mientras asaltaba mi boca con hambre, con ansia, con desespero, con una lengua que buscaba una y otra vez como encontrar la mía, enredarla y perderla para volver después a zambullirse en los entresijos de un beso, su cuerpo iba empujando el mío, atravesamos las ramas del sauce que se deslizaban hasta llegar al suelo y quedamos al resguardo en el interior del árbol, protegidos de todo y de todos.

Apretaba su cuerpo contra el mío y nos faltaban manos y boca para palparnos, para devorar pedazos de piel, mordernos, saborearnos y aprendernos.

Su mano tamborileaba sobre mi sexo como millones de suaves gotas golpeando aquí y allá para arrancar escalofríos, cosquillas y vaivenes de mi cuerpo. Cada vez que se hundía entre mis labios y resbalaba húmedo para perderse en mis entrañas mi cuerpo se agitaba para quedarse pequeño y derretido entre sus brazos, esperando la retirada o la victoria de su cuerpo.

Sentí el anuncio como ese primer temblor sobre mi pubis, justo cuando la palma de su mano oprimía levemente sobre él, para después notar las sacudidas en mi entrepierna, quemando en mis ingles y provocando el deseo de abrirme hasta partirme en dos y por fin el último espasmo, una convulsión que me obligó a cerrar las piernas sobre sus manos.

Pero no las retiró, permaneció allí, descendiendo el ritmo de sus caricias, suaves, apenas erosiones suaves que se deslizaban entre mi vello.

Quería doblarme, laxa y agotada. Mi cuerpo se vencía y con una mano en mi cintura, sin abandonar su otra posición entre mis piernas, me acompaño hasta tenderme en el suelo y apoyado sobre un codo, con la mirada ardiendo, brillante, me miraba fijamente en una media sonrisa colgada.

- Qué? – increpé con la risa escapándose por todos los poros de mi piel.

- Me gusta tu boca, el color de tus labios. Aún quiero más. Tu piel – y se acerco a mi hombro para aspirar su olor – huele para despertar el hambre. Eres delicada y sabrosa, para devorarte – y le dio un mordisco a uno de mis pechos, estirando travieso del pezón.

- Pues toma lo que quieras... aún hay tiempo.

Su camisa había desaparecido entre la guerra de manos buscándose y mi mano se deslizaba ahora por su pecho casi imberbe. Algún arañazo fortuito había marcado en rojo líneas de fuego descendiendo por su vientre que yo perseguía, hasta perderse en su bragueta abierta. Notaba su entrepierna caliente y el bulto palpitante clavado contra mi pubis, entre su mano y mi sexo y el calor traspasaba mi cuerpo arrancando nuevas oleadas húmedas entre mis piernas.

Sus caricias pasaron de ser enredos a nudos perfectos que se deslizaban entre mis labios, buscando la piedra angular de mi placer, rodeando en círculos para perderse y encontrarse.

Su boca mordisqueaba mis pechos, mi torso, mis costados, para ascender desde mi ombligo a mis clavículas convertido en salvia caliente, en lengua ávida, en besos mojados.

Atravesaba vértices y oblicuas con esos labios calientes y hambrientos en disparatados dibujos por mi piel encendida, buscaba mi boca y hurgaba con sus dedos entre nuestros besos provocando hambre y deseo en los míos. Necesidad urgente de sentirlo, de tenerlo, de morderlo y aprisionarlo. Pero no se dejaba atrapar, jugaba con mi boca una y otra vez para volver a perderse en cualquier rincón de piel nueva, como recién descubierta en cada nuevo encontronazo.

En mi sexo concluían todas las cuencas y senderos del placer que iba arrancando en cada hábil movimiento, cada vez más húmedo, más necesitado... con una eclosión a punto de estallar de nuevo entre mis piernas, más vertiginosa y salvaje que la anterior.

Y yo quería, necesitaba, deseaba tenerlo dentro y abrí mis piernas, revolviéndome inquieta para provocar que su pene quedara encerrado y atrapado, para sentir como se apretaba contra mí mientras con los pies iba empujando de sus pantalones, tratando de romper las fronteras que aún nos separaban.

Todo él se encogía, menguaba, alejándome de mi objetivo, para sorprenderme con su cabeza hundida entre mis caderas y arrancarme un gemido ronco y un espasmo sorprendido al sentir su lengua hurgar, primero fresca y desconocida, luego cálida y sabida explorando entre los pliegues, hundiéndose en mis entrañas, provocando la hinchazón de mi clítoris, la explosión de mis pezones, el arqueo indescifrable de mi espalda. Me recorría como si siempre hubiera estado allí, conocedora de cada recóndito lugar de mí, pero redescubriendo montañas, laderas y pliegues de un universo escondido entre mis piernas.

Resbalaba en un río de sensaciones, saboreaba con lametones intensos y mordisqueaba con suaves masajes mi clítoris henchido hasta que de forma abrupta e intensa exploto un placer agotador en todo mi cuerpo, rendida y vencida. Sin saber muy bien como había sido asaltada por ese orgasmo brutal que cimbreaba aún en agitados terremotos sacudiendo mi cuerpo.

Una sensación húmeda resbala por todo mi cuerpo caliente. Había empezado a llover y las gotas frescas y dispares, mitigaban el ardor en mi piel, el dolor exhausto del vencido. Un rocío de agua renovando mis sentidos extenuados.

Su cuerpo, como un parapeto cálido y protector se coloco sobre mí y comenzó una delicada busca y captura de las gotas dispersas que habitaban los huecos donde su piel no alcanzaba a cubrirme, bebiéndose de mi rostro cada nueva salpicadura, devorando ansioso del triangulo de mi cuello, persiguiendo desesperado el descenso por mis mejillas hasta perderse en la comisura de mi boca.

En cada beso le devolvía un poco de calor a mi cuerpo, sentía su pecho palpitando sobre mí, su pasión aún encendida empujando entre mis piernas, su deseo revolverse sobre mi piel, frotando lapidario y sin pudor mi carne dolorida.

Se acopló en mis entrañas, cálido y perturbador, mirándome a los ojos impregnado de deseo, de ternura... de algo muy parecido al amor. Lentamente, con un vaivén cadencioso, el vello de sus brazos rozaba mi rostro y sus manos se enredaban en mi pelo revuelto.

Me penetraba con un ritmo loco, turbulento, ascendía y descendía hilvanando deseo en mí, ansía y urgencia por apretarlo, por hundirlo. Aceleraba despacio, como si tuviéramos toda una vida para provocarnos placer, arrancando gemidos en cada envite, erizando de nuevo mis entrañas que ardían poseídas de hambre, codiciosas.

Golosa me iba dejando llevar, arrastrar a las profundidades del límite entre el conocimiento y el limbo, abrumada, en un universo dónde sólo existía él, sobre mí, dentro de mí, haciéndome suya.

En una curva que ascendía lenta y continua, imperturbable hacía el clímax, hasta estrellarse en un orgasmo que nos quebró en dos, en uno.

Encontrándome de bruces con un espasmo que sacudió todos mis cimientos, tambalearon mis hombros, estallaron mis pechos, se dobló mi espalda y cedieron mis piernas. El placer venció al cuerpo, como si viviera un último estertor, sacudido y jadeante en una contorsión estremecida, emocionada.

Aún permanecimos largo rato el uno sobre el otro, en silencio, dejando que se vaciaran poco a poco las últimas convulsiones, sintiendo la lluvia refrigerar los sentidos, recuperando el aire en nuestros pulmones.

Despierta y viva, a pesar de un cuerpo extenuado pero palpitante. Los sentidos aún en pie, saciados pero ágiles.

Salva levantó su cabeza hundida en mi cuello y un gemido de protesta escapó de mis labios. Me miró con una sonrisa que yo le devolví disfrazada de mohín.

- Creo que estas aún más hermosa que anoche.

Y anoche me pareció tan lejano, tan imposible... tan real aún su piel sobre la mía y el sabor de su boca.

- ¿Quieres que vayamos a comer algo? No sé porque tengo tanto apetito – disimuló una sonrisa traviesa alzando la vista al cielo – de todos modos son casi las dos de la tarde.

Me ayudó a levantarme izándome de un plumazo, nos sacudimos las hojas el uno al otro y nos vestimos, abrochándome él la blusa mientras yo subía la cremallera de su pantalón.

Mientras intentaba ordenar mis rizos atusando con las manos aquí y allá, entretenida en mi propio universo y concentrada en un punto en el suelo, sabía que me estaba mirando, con esos ojos dulces que había memorizado para mí.

Al fin levante la vista para enfrentarme una sonrisa destructora que me desarmaba por completo.

- Hola preciosa – me dijo.

- Hola – respondí con una sonrisa, como si empezáramos de nuevo, como si todo fuera desde siempre.

Reaparecimos al mundo fuera de las hojas del sauce, de la mano, silenciosos, unidos por algo extraño y nuestro. Caminamos sin mediar palabra, sintiendo nuestra proximidad y acariciándonos los dedos entrelazados.

Comimos en el mismo chiringuito dónde, tal vez sí hacía siglos, intentamos desayunar. Ahora estaba lleno de gente, de ruidos bulliciosos y jaraneros que nos sacaron de nuestra abstracción y nos envolvieron en una realidad cotidiana.

Salva recuperó esa compostura de chico simpático y extrovertido, de conversador experto y agradable, de oyente atento e interesado. Un primer plato, un segundo, un postre, un café, otro café, un carajillo...

A las seis y media de la tarde se plantaba en la puerta de mi casa. Yo me bajaba del coche, queriendo pero sin querer. Asustada y feliz.

Él se atrincheró ante mí y me acompañaba hasta la portería.

- Dana.

Oí mi nombre de su boca por primera vez, y un regocijo extraño y una pena increíble me atenazaron las entrañas. Le miré a los ojos, sabiendo que sabía, que entendía.

- Dana, eres una estrella entre luceros. Brillas siempre, sin necesidad de luces y reflejos artificiales. No dejes nunca que nadie te haga creer lo contrario.

Y me beso. No sé si fue el beso más largo de la historia, no sé si yo quise retenerlo así para mí y dejar que perdurará incluso cuando me lance sobre mi cama y hundí mi cabeza en la almohada. Pero aún puedo morder mis labios y recordar el sabor de su boca.

No le he vuelto a ver. No le he buscado. No necesito buscarle. Me dio más de lo que yo esperaba recibir y, algunas veces, las cosas están bien como están. De todos modos sé que, si él quisiera, sabría como encontrarme. Es posible que para él no fuera más que un polvo. Y ni siquiera sé si llego a ser un buen polvo, el polvo del siglo. Pero en mi retina queda su mirada dulce, traviesa y sus labios pronunciando mi nombre. Y un par de regalos en la piel y en el alma.